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Berlín, una lección de historia viva: de Prusia a los nazis
Vestigios del conflicto y la represión conviven con cultura, memoria y contraste urbano. Museos, campos y calles narran episodios grabados en piedra, metal y silencio

Berlín quedó destruida en un 80% tras la última, y cruenta, batalla de la Segunda Guerra Mundial. Solamente algún palacio prusiano de las afueras, cuatro casas contadas y la sorpresa, el edificio de la Luftwaffe, la sede de la aviación del Tercer Reich. Enfrente de este edificio todavía se conservan restos del que fuera Muro de Berlín. A sus pies una esplanada. Hoy solo con una construcción que alberga lo peor del pasado de la capital alemana: La Topografía del Terror. Allí tenía su cuartel general Heinrich Himmler, el líder de las SS. Fotos y documentos aportan valor al horror que vivieron miles de ciudadanos y donde muchos murieron.
Han pasado 80 años del final de la guerra y 35 de la unificación alemana, pero la huella de ambos acontecimientos se puede contemplar por doquier. Y aprender sin duda, aunque paseando por Berlín no puedes menos que acordarte del dicho “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Los edificios soviéticos que se levantaban en 48 horas para demostrar la utilidad del régimen todavía son bien visibles en lo que fue la parte oriental donde se entrecruzan con los palacios prusianos hoy la mayoría de ellos museos o universidades, de las que han salido, nada más y nada menos, que 29 Premios Nobel.
Stalin se esmeró en quedarse tras las negociaciones de Postdam con la pomposidad prusiana de Berlín. Desde AlexanderPlatz hasta el Check Point Charlie se pueden contemplar una buena parte de los 175 museos que alberga una ciudad en la que no existen rotondas. Ni dentro ni en los accesos a Berlín. La Conferencia que repartió Alemania entre aliados y soviéticos se realizó en Postdam, a veinte kilómetros de Berlín porque era lo único que estaba en pie. Fue bombardeada solo una vez y el centro quedó destruido, pero los palacios quedaron intactos y sirvieron de cobijo para las tropas soviéticas, incluido el Palacio de Sanssouci, una réplica de Versalles que tuvo de último inquilino al emperador Federico II. Ahora el emperador ha vuelto y se cumplió su deseo de yacer en los jardines junto a sus 13 galgos. Lo más curioso, sin flores en su tumba. Sólo patatas porque fue el que introdujo este alimento en Alemania.
Stalin puso énfasis en quedarse la zona imperial prusiana y también el centro neurálgico del Reich, sobre todo, la cancillería y el bunker de Hitler, que hoy es solo un parking de pago, "of course". Apenas unos carteles explicativos salpican el impresionante recinto que albergó el núcleo duro de un régimen que tuvo a Europa, y al mundo, en vilo.
Cerca de la Isla de los Museos se puede disfrutar de las catedrales gemelas -una alemana y la otra francesa- recién restauradas en Gendarmennmarkt, y la Ópera donde se quemaron 20.000 libros en 1933 de autores considerados peligrosos. Casi al lado, la Catedral -Berliner Dom- y a sus pies el jardín Lustgarten, lugar de grandes manifestaciones nazis.
Paseos, grandes avenidas, Palacios, contrastan con los edificios profusamente decorados por grafitis. Raro es el edificio de viviendas que se salva. El turismo se concentra en los alrededores del muro donde proliferan tiendas de todo tipo vendiendo recuerdos decorados con piedras supuestamente del muro. Sin duda, si todas las piedras procedieran ciertamente de ese muro de la vergüenza se podrían construir un mínimo de tres.

El impacto del barrio judío es impresionante. Recuerdos de la represión -nazi y soviética- se olvidan para ver un barrio en expansión donde se puede visitar el Museo de Ana Frank o sus conocidos patios -que recuerdan las corralas- que se denominan Hackesche Höfe. Cuando paseen por el barrio miren al suelo. Pequeñas chapas doradas recuerdan a los deportados -y asesinados- que fueron sacados por la fuerza de sus casas. Si quieren saber más no dejen de visitar el Museo Judío.
Casi ninguno de ellos llegó a Sachsenhausen. Fueron directamente a Auschwitz, un campo de exterminio. El campo más cercano a Berlín, Sachsenhausen, apenas se ve rodeado de árboles en una bonita campiña. Fue el primero, y luego el centro de control de todos los campos. Primero llegaron comunistas, socialistas, homosexuales y asociales. Luego judíos, pocos, y sobre todo eslavos. Les asesinaban de un tiro en la nuca cuando simulaban medirlos. Como era caro se idearon las cámaras de gas. Karl-Otto Koch, fue comandante del campo y le gustaba hacerse fotos denigrando a los presos. Allí estuvo Francisco Largo Caballero en un contingente de unos 200 españoles.
Una visita a Berlín es muy interesante. Es historia en estado puro. Y en medio de la historia no olviden visitar las tabernas muniquesas con salchichas de todo tipo y tamaño, siempre con col, el chucrut, la col fermentada con salmuera.
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