Pseudociencia en el audio

Cuarzos, cables milagrosos y pseudociencia: la cara más absurda del audio de alta gama

Desde cuarzos y amatistas hasta cables de miles de euros, el mercado está lleno de soluciones que apelan más al misticismo que a la ciencia. En este artículo, desmentimos el mito de las mejoras mágicas en el sonido y analizamos cómo estas creencias se cuelan en un sector que, en teoría, debería basarse en la calidad objetiva del sonido

A la amatista se le atribuyen poderes mágicos para con el audio. Spoiler: no hace nada
A la amatista se le atribuyen poderes mágicos para con el audio. Spoiler: no hace nadaNacrystal

El mundo del audio de alta fidelidad no está exento de mitos. Uno de los más persistentes es el del llamado snake oil: productos o soluciones que prometen mejoras sonoras milagrosas, pero que no tienen ninguna base técnica. A menudo se presentan con un lenguaje pseudocientífico, apelan a conceptos vagos como la "energía" o la "armonía" del sonido, y suelen estar dirigidos a quienes buscan la perfección absoluta sin cuestionarse demasiado cómo funciona realmente su equipo.

Si alguna vez has visto a alguien colocar cuarzos o amatistas encima de su amplificador, no estabas presenciando un ritual esotérico: estabas viendo pseudociencia en estado puro aplicada al audio. Sí, existe gente que cree que poner cristales cerca del transformador mejora el sonido. Lo dicen en serio. Y lo venden.

Las piedras no suenan. Pero eso no ha impedido que se cuelen en el mundo del high-end. Y lo más preocupante no es que alguien lo crea: es que hay quien lo defiende con una vehemencia que sólo he visto en los bares después de un Barça - Madrid, o entre los fans más acérrimos de Marc Márquez y Valentino Rossi. En este artículo repasamos cómo el audio de alta fidelidad ha abierto la puerta al pensamiento mágico, qué productos se presentan como soluciones milagrosas y qué consecuencias tiene esta deriva en quienes solo querían escuchar música.

¿De verdad las piedras mejoran el sonido?

La práctica en cuestión consiste en colocar piedras como amatista o cuarzo transparente sobre los aparatos de audio, con la supuesta finalidad de "armonizar la energía" o "reducir interferencias". En una publicación viral de Facebook, una pequeña empresa artesanal recomendaba ubicar la amatista cerca de los transformadores de potencia y el cuarzo transparente junto a las conexiones de altavoces. ubicar la amatista cerca de los transformadores de potencia y el cuarzo transparente junto a las conexiones de altavoces. La escena era grotesca: un amplificador de alta gama convertido en altar para minerales sin ninguna propiedad electromagnética relevante.

Por supuesto, no hay absolutamente ningún respaldo científico para estas afirmaciones. La amatista no reduce ruido eléctrico, no mejora la separación de canales, ni mucho menos aumenta la escena sonora. El cuarzo no limpia el flujo de señal. Ninguno de estos minerales interactúa de forma significativa con un sistema de audio, más allá de su peso y su capacidad para obstruir la ventilación si se colocan donde no deben.

Lo que sí hacen, eso sí, es alimentar el imaginario de quienes necesitan creer que su sistema suena mejor porque han colocado algo "especial" encima. El efecto placebo es poderoso, sobre todo cuando hablamos de una afición que depende tanto de la percepción subjetiva. El resultado: quien cree que suena mejor, probablemente lo perciba así. Pero eso no convierte la mejora en algo real.

La larga historia del snake oil en audio

El snake oil original era un remedio milagroso vendido por charlatanes, un poco como estas piedras
El snake oil original era un remedio milagroso vendido por charlatanes, un poco como estas piedrasBiolayne

Esta clase de snake oil no es nueva. Lleva acompañando al mundo del audio desde hace décadas, aunque ha mutado con los tiempos. En los años 70 y 80, se vendían esponjas para las paredes con nombres rimbombantes que prometían una "acústica natural" sin modificar el cuarto. Luego vinieron los pies antivibración para cables, los discos desmagnetizadores de CDs, los limpiadores de energía cuántica, los condensadores purificadores de fase y, más recientemente, los chips de armonización molecular.

Uno de los casos más extremos fue el del Quantum Clip, un dispositivo del tamaño de una moneda que, según el fabricante, "reorganiza la estructura armónica de la música digital mediante una transferencia no invasiva de información cuántica". Precio: más de 300 euros. No hacía nada. Ni siquiera estaba conectado a la cadena de audio: solo se colocaba cerca de ella. Como un amuleto.

Otro ejemplo clásico son los cables de alimentación de miles de euros. No hablamos de cables balanceados ni de conectores profesionales: hablamos de cables con nombres como Holy Grail Power Cord o Transcendence Omega, cuyo argumento comercial gira en torno a supuestas propiedades mágicas como la direccionalidad de los electrones o la purificación energética del cobre. Muchos de ellos utilizan descripciones que parecen salidas de un manual de homeopatía: "aleación activada por vibración de conciencia", "flujo armónico resonante", "neutralidad emocional del dieléctrico".

Y sí, hay quien paga por todo eso. Mucho. El mundo del high-end está lleno de consumidores dispuestos a desembolsar cifras desorbitadas con tal de alcanzar un grado más de pureza, aunque sea imaginario. Porque eso es justo lo que se compra: una sensación. Un yo sé que ahora suena mejor, aunque nadie más lo note. Y aunque los instrumentos de medición digan lo contrario.

¿Por qué sigue funcionando?

La desinformación hace estragos en el audio Hi-Fi
La desinformación hace estragos en el audio Hi-FiNEJM Catalyst

La realidad es que, una vez que tienes un sistema correctamente calibrado, con buenos componentes y buena acústica, las mejoras reales son marginales. A partir de cierto nivel, todo lo demás es matiz. Y cuanto más pequeño el matiz, más fácil es que se convierta en sugestión. Eso lo saben muy bien los vendedores de milagros.

El problema no es solo económico. Que cada uno gaste su dinero en lo que quiera, podríamos pensar. Pero hay un coste más profundo: la desinformación. El snake oil desplaza el foco desde las verdaderas mejoras (como una buena colocación de altavoces, un tratamiento acústico decente o una fuente de buena calidad) hacia los objetos mágicos. Y eso perpetúa la idea de que el audio es una experiencia mística, inaccesible para quienes no estén dispuestos a invertir miles de euros en cada detalle.

Algunos fabricantes serios han alzado la voz. Benchmark Media, por ejemplo, ha publicado artículos desmitificando el mito de los cables mágicos y las interferencias inventadas. Sitios como Audio Science Review se dedican a medir de forma rigurosa estos productos milagrosos y a mostrar que, casi siempre, no ofrecen ninguna mejora respecto a cables estándar bien construidos. Pero su alcance es limitado: la narrativa del lujo espiritual tiene más tirón que los datos objetivos.

Incluso dentro de la comunidad, hay un cisma evidente. Están los que defienden la subjetividad absoluta del audio, donde todo lo que uno percibe es real porque así lo siente. Y están los que exigen pruebas, mediciones, demostraciones controladas. En medio, la mayoría: gente que solo quiere disfrutar de la música sin necesidad de convertir su equipo en un templo de cuarzos y cableado bíblico.

Lo irónico es que, en muchos casos, los sistemas donde se aplican estas "mejoras" esotéricas están montados en salas sin ningún tipo de tratamiento acústico, con rebotes por todas partes y resonancias que ningún cuarzo va a corregir. Es como poner incienso en un quirófano sucio: olerá mejor, pero la infección sigue ahí.

No hacen falta piedras para escuchar mejor

Si te hace falta una amatista o un cuarzo para que tu música suene mejor, el problema no es el equipo
Si te hace falta una amatista o un cuarzo para que tu música suene mejor, el problema no es el equipoUnsplash

Volvamos al caso de las piedras. Una amatista sobre el ampli. Un cuarzo junto al cable. Lo triste es que existan charlatanes que vendan estas... cosas a crédulos que llegarán a extremos bastante grandes con tal de lograr la tan perseguida perfección sonora, sabiendo que no hay base física alguna. Porque no es lo mismo autoengañarse que engañar. Y muchos de estos fabricantes saben perfectamente lo que hacen: explotar el deseo de perfección en un mercado que vive de los matices.

Quizás la mejor defensa contra el snake oil sea el escepticismo informado. Entender que la física no cambia porque un vendedor lo diga. Que el cobre no se purifica por oración cuántica. Y que, a veces, la mejor actualización que puedes hacer en tu sistema no cuesta dinero: escuchar mejor, centrarte en la música, no en los accesorios.

Cuando hablamos de los tipos de amplificadores existentes en el mercado ya dijimos que hoy en día un buen amplificador de clase D (como el que monta la Teufel Kombo 62) es muy capaz y mucho más económico que cualquiera de las bestias de clase A y a válvulas que se pueden encontrar en el mercado. Además, toda la potencia que ofrecen las válvulas y la circuitrería de clase A, en muchas ocasiones, difícilmente llega a disfrutarse en un hogar común (es excesiva).

Volvemos a iterar sobre esta línea de pensamiento: los equipos de música se compran con los oídos. Sí, hay que evaluar las necesidades y los presupuestos, pero si con un amplificador de clase D, un reproductor de CD decente y un plato de no más de 350 euros ya tienes justo lo que necesitas para que tus oídos se llenen de felicidad auditiva, no necesitas gastar decenas de miles en otra clase de equipo. Y, por supuesto, no hace falta ponerle piedras cerca.