Presidencia del Gobierno

314 días después, Rajoy trabaja por España y Sánchez contra el PSOE

La Razón
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Mariano Rajoy volverá a ser presidente del Gobierno de España. Obtuvo, en segunda votación, 170 votos a favor, 111 en contra y 68 abstenciones procedentes del PSOE. Se pone fin de esta manera a un periodo tortuoso de la política española en el que no solamente era imposible que el partido ganador de las dos últimas elecciones pudiese formar gobierno, sino que, además, la endiablada aritmética de los resultados impedía desbloquear la situación si no se contaba con la colaboración socialista. Esperemos que no sea una etapa breve y que la XII legislatura sea fructífera, útil y que recobre el tiempo perdido. El apoyo de Ciudadanos al candidato, cuyo partido firmó un acuerdo de 150 puntos, no era suficiente si no se contaba con la abstención de los socialistas. Este último paso ha sido traumático para el PSOE, como volvió a demostrar ayer un despechado Pedro Sánchez, pero no está escrito que la política sea un juego acomodaticio para ajustar la realidad a principios ideológicos inamovibles (en su discurso de ayer, Rajoy dijo no olvidar «las limitaciones que la realidad me impone»). Los socialistas han tomado la mejor decisión, como desde estas páginas hemos manifestado en otras ocasiones; la única opción realista de un partido que ha gobernado España y aspira a seguir haciéndolo, esperemos que desde la centralidad perdida.

El anuncio de Pedro Sánchez, algo dramatizado, de que dejaba su escaño de diputado y que competirá por volver a la secretaría general del PSOE, deja en evidencia la crisis que atraviesa el partido. Si su intención ha sido no verse obligado a ir en contra de lo acordado en el grupo parlamentario y votar «no», ha hecho un flaco favor a un partido que necesita recomponerse y buscar su lugar en la oposición. Otorgarse, además, la representación de una militancia abandonada y de las esencias de la izquierda, a las que el PSOE parece haber traicionado por permitir que, después de 314 días, haya un gobierno nos anuncia un desencuentro que en nada favorecerá a la gobernabilidad. Lo que Sánchez no ha querido ver –e insiste en esa ceguera– es que Rajoy ha sido capaz de sumar los apoyos suficientes para obtener la confianza mayoritaria de la Cámara, lo que no es tanto un mérito como la consecuencia política de una situación que no tenía más opciones posibles. Si el PSOE fue incapaz de conseguir los votos de Podemos para investir a Sánchez es porque esa alianza era inviable, no había un programa real y, como luego se comprobó, era pura ficción. El PP es el partido que ha ganado las elecciones y el que puede presentar un programa con un plan de reformas precisas y un balance de lo hecho. El verdadero mérito del Gobierno de Rajoy ha sido mejorar la situación económica del país, evitar el rescate, frenar el desempleo y llevar las reformas del sistema laboral necesarias para facilitar el crecimiento económico. Que España está mejor que como la recibió Rajoy el 21 de diciembre de 2011 es indudable. Sin este precedente, no habría políticas sociales ni Estado del Bienestar posibles. La candidatura de Rajoy ha sido la más sólida, solvente y la única que cuenta con un proyecto concreto. Su programa es el que más puntos de coincidencia mantiene con el del PSOE y de Ciudadanos, formaciones con las que además comparte plenamente los compromisos europeos. Rajoy apostó desde un principio por la gran coalición. No fue posible; siguen pesando dos hechos: esta fórmula es inédita en nuestra tradición política, en la que todavía arraiga un acusado fundamentalismo partidista, y el PSOE, la segunda fuerza nacional, atraviesa una aguda crisis acuciado además por la presión de Podemos, un partido que aspira a liderar la oposición pero que se siente muy cómodo en la algarada parlamentaria y en la callejera. Basta oír a Pablo Iglesias y a los portavoces del izquierdismo y del independentismo más matonista el ensañamiento contra los socialistas por permitir, por responsabilidad, la formación del Gobierno.

La gran incógnita que se plantea ahora es saber si el nuevo tiempo que se abre servirá para dar un fuerte impulso para realizar las grandes reformas que necesita España o si será un mero lapsus táctico para que los partidos tomen aire y se recompongan después del desgaste sufrido. Como presidente de un Gobierno en minoría, Rajoy se comprometió a negociar, pero «dentro de los límites de la realidad». Innegociable son la unidad territorial de España, los compromisos con Europa y la estabilidad presupuestaria. El PSOE y Ciudadanos deben fiscalizar la labor del Gobierno, pero es obligación de Rajoy, como él dijo, no derrumbar lo construido. Que no ha sido poco.