Auld land syne

Chico Ocaña, solista del grupo sanroqueño «Mártires del compás», tenía en la cabeza los sones del flamenco billy, el estilo fusionado del que es creador y único intérprete, cuando Felipe y la Thatcher acordaron la reapertura de la verja de Gibraltar. A la medianoche del sábado, quedó instaurada de nuevo la frontera que Schengen había derribado, se arrió la bandera comunitaria e izose la de la Commonwealth, la Mancomunidad de Naciones británicas, que tiene idéntico fondo azul y parecido anagrama circular amarillo. La similitud cromática es total, vale, pero no hay color. Seguirá habiendo en ese extremo de Andalucía «al lado, un bocado de Londres», aunque la estupidez y el egoísmo humanos han alejado lo que lleva toda la vida pegado. La lista de damnificados por el Brexit en la punta sur de Europa es larguísima, sin que se conozca el nombre de ningún particular o institución beneficiado. Quizás los contrabandistas que pasan mercancía de matute o tal vez los traficantes de sustancias o seguramente los blanqueadores de capitales sean los primeros en aprovechar los intersticios que deje el nuevo estatus legal de la colonia. Los eternos pescadores en río revuelto. En el referéndum de 2016, los llanitos se inclinaron de forma masiva –más del 95%– por el «remain» y los cerca de diez mil trabajadores españoles –piojosos, especiales, de toda la comarca…– que cruzan la frontera a diario para ganarse el sustento que falta a este lado de la raya viven en un ay. «El patriotismo es un lujo que no podemos permitirnos», me dijo una alcaldesa del Campo de Gibraltar con ocasión de uno de esos arrebatos chulescos de García Margallo, el ministro que confundía la firmeza diplomática con la mala vecindad. Uno de esos especímenes manda hoy en el Reino Unido, donde la minoría avejentada y rencorosa votó por fastidiar a los ciudadanos de buena voluntad a ambos lados del Canal de la Mancha. Pasará Boris Johnson, permanecerá esa gran nación.