Opinión

Nos queda la Esperanza

Una alfombra cubre las zonas donde estaban las sepulturas de Queipo de Llano y su esposa en la Basílica de la Macarena
Una alfombra cubre las zonas donde estaban las sepulturas de Queipo de Llano y su esposa en la Basílica de la MacarenaMaría José LópezEuropa Press

Queipo antes de morir vaticinó que cuando se fuera al otro barrio temblaría la Giralda. Así fue y ese día hubo un terremoto en Sevilla que hizo que las campanas de la torre repicaran. Nada dijo sobre qué sucedería cuando la otra noche lo sacaron de la basílica de la Esperanza Macarena, y eso que el seísmo formado no es chico. Mentecatos y mentecatas, de un lado y de otro, se empeñan en hacer el ridículo a costa del general que tomó Sevilla armado con un camión con cuatro moros y un micrófono con el que acojonó a todo el Sur de España. La Historia tiene suficientes profesionales para conocer lo que sucedió en esos meses de la Guerra Civil en esta zona de España. Tanto de un lado como de otro, porque nada menos que esta lamentable tragedia sucedió en gran parte en el autodenominado Moscú Sevillano, donde se trató los meses antes del 18 de Julio, de emular los pasos de la Revolución Rusa teniendo a Lenin y Stalin como santos patronos del barrio. Ocurrencia que tontos y tontas, para que quepan todos, aplauden incluso hoy en día. Asaltos, muertes y quema de conventos e iglesias. Un panorama nada angelical ni pacífico como se cuenta ahora en todos los foros y tertulias desde que quitaron la lápida. Estaría muy bien que se contara al calor de este revival macabro de muerte por ambos lados, insisto, cómo fueron de miserables los años de la II República, la guerra y la postguerra tanto para los macarenos del barrio como para los sevillanos que sufrieron los efectos de ideologías totalitarias contrarias al individuo, la libertad y la vida. Por encima de todo este ridículo lodo de azules y rojos en pleno 2022 debería quedar la sensatez de quienes apuestan por estar más preocupados por lo que pasará en 2036 que en 1936. Esa Tercera España que observa atónita cómo los males que nos mecieron durante todo el siglo XIX, esos que nos hicieron elegir entre “serviles y fieles”, permanecen intactos en esta tierra cainita de muertos y rencor, incapaz de entender ni abrazar a la Esperanza.