
Tribuna
Tú eres bilingüe, pero yo entiendo las chirigotas de Cádiz: empate
¿O es que estamos sugiriendo que la cultura andaluza es más pobre y menos digna de atención que la catalana solo por el hecho de usar un dialecto del español para manifestarse y no una lengua diferente?

Ahora que el Gobierno va a ocuparse de decirnos qué cosas son verdad y cuáles son bulos, igual podría aclararnos de una vez por todas si hablar dos lenguas supone algún tipo de ventaja. No me refiero a tener mejor sanidad, carreteras con menos socavones, más dinero para educación y hasta una agencia tributaria propia. Es evidente que esos beneficios sí los procura el bilingüismo, al menos en nuestro país. Nadie duda de que han sido las regiones en las que se hablan lenguas diferentes al español las que han demandado tradicionalmente un trato diferenciado por parte del Estado, el cual están ahora consiguiendo con creces. Y no es menos cierto que hablar una lengua distinta suele ser señal de que se es parte de una cultura distinta también, o al menos, de que se desea ser diferente al otro (aunque no se lo sea tanto realmente). Pero habría que hilar muy fino (y manipular bastante) para argumentar que la cultura andaluza se parece más a la castellana que la catalana y especialmente, para justificarlo aduciendo que se debe al hecho de no expresarse en una lengua propia. En realidad, para un lingüista, catalán y español ni siquiera son lenguas diferentes, puesto que son mutuamente inteligibles. Pero de lo que quisiera ocuparme hoy no es de las razones extralingüísticas que hacen que algo que no es una lengua se considere como tal (y viceversa), sino de esa idea, de la que se nutre el supuesto «hecho diferencial» defendido por algunos en España, de que hablar dos lenguas te hace diferente al monolingüe y, sobre todo, comporta ventajas de las que este último se ve privado.
Resumiendo la vasta literatura existente al respecto (casi siempre apologética), serían tres las bondades de hablar más de una lengua: ejercita nuestro cerebro, nos vuelve más cultos y nos permite desenvolvernos más eficazmente en el mundo. En cuanto a lo primero, se trata, en esencia, de la famosa hipótesis de la «reserva cognitiva»: al hablar dos lenguas, el cerebro ha de usar más recursos que cuando solo se habla una, porque se ve obligado a alternar entre códigos diferentes, y eso sería tan positivo para frenar el deterioro cognitivo como lo es hacer más deporte o comer alimentos menos grasos si se quiere ralentizar el envejecimiento del cuerpo. En realidad, hay casi tantos estudios en contra de esta hipótesis como a favor. Y, de hecho, para el cerebro, tan positivo como hablar dos lenguas puede ser jugar al ajedrez, resolver sudokus o hacer puzles. Lo importante es usarlo. A la postre, el cerebro de un nacionalista es menos excluyente que su dueño. Por otro lado, cuando un monolingüe cambia de su dialecto al estándar, o de un registro a otro, también está cambiando de variedad lingüística, viéndose igualmente obligado a usar otras reglas gramaticales, un léxico distinto, o formas de interacción diferentes. Es más, algunas de estas variedades, especialmente las empleadas en un entorno familiar, se caracterizan por una gran dependencia contextual, lo que obliga a hacer todo tipos de inferencias y razonamientos complejos (y a recurrir a mucho de lo que conocemos sobre el mundo que nos rodea) para decodificar el mensaje. Entender la primera frase de El Quijote entraña una cierta dificultad, porque tiene una estructura compleja y hay palabras que han caído en desuso y cuyo significado ya no conocemos. Pero entender la letra de un pasodoble de una comparsa del carnaval de Cádiz no es menos exigente cognitivamente. A los numerosos rasgos dialectales propios del andaluz occidental, se suman muchos términos locales (o palabras que se usan en esa ciudad con un sentido que solo se encuentra allí), así como toda clase de referencias a costumbres o sucesos de actualidad acontecidos en la localidad. La prueba es que cualquier extranjero con un buen nivel de español logrará comprender el comienzo de la novela de Cervantes, pero es poco probable que se ría con una coplilla sobre la Puerta de Tierra.
Un segundo pilar en el que descansa la apología del bilingüismo es que las lenguas son una ventana a las culturas que las hablan, por lo que saber más lenguas amplía nuestro conocimiento sobre los hechos humanos y su diversidad. Sin duda, las lenguas tienen palabras (y muchas veces llevan a su gramática) todo aquello que es relevante para sus hablantes. Y se puede conocer mucho de una cultura estudiando la lengua que habla. Pero lo mismo cabría decir de las culturas cuyo vehículo de expresión es una variedad de una lengua. ¿O es que estamos sugiriendo que la cultura andaluza es más pobre y menos digna de atención que la catalana solo por el hecho de usar un dialecto del español para manifestarse y no una lengua diferente? ¿O que la cultura gitana es menos idiosincrásica que la vasca por haber abandonado el romaní y emplear también el español como lengua vehicular? Se suele aducir además que diferentes lenguas comportan modos distintos de ver y entender la realidad. Pero eso es muy discutible. Tales efectos, si bien existen, son sutiles y es más que dudoso que un bilingüe cambie sustancialmente su manera de ver el mundo cuando cambia de lengua. O si lo hace, no lo hará en mayor medida que cuando un andaluz deja de usar el gaditano y pasa a utilizar el español estándar. O sea, bien poco…
Finalmente, respecto a la utilidad de hablar más de una lengua, lo cierto es que casi ningún adulto consigue dominar una lengua extranjera con la competencia de un nativo, de modo que siempre verá limitadas sus habilidades comunicativas en dicha lengua. Y respecto a los bilingües de nacimiento, en muchos casos siempre predomina una lengua, o más frecuentemente, conocen mejor y usan en mayor medida una variedad concreta de cada lengua (típicamente, emplean la variedad coloquial de una de ellas en casa y la variedad formal de la otra fuera de casa, pero se manejan peor, en cambio, con la variedad formal de la primera y con la coloquial de la segunda). Es más, hablar varias lenguas tenía sentido y utilidad en un mundo en el que solo sabiendo la lengua del otro era posible comunicarse con él y llegar a conocerlo. Hoy, en cambio, abunda la información sobre cualquier cosa y está disponible para todos en todo momento. Y más importante aún, las traducciones que hace la inteligencia artificial superan ya, con creces, a las que haría el 95% de quienes han estudiado (a fondo) una lengua extranjera o incluso, de los bilingües no equilibrados. En pocos años, no harán falta traductores humanos, con lo que ser bilingüe no comportará ninguna ventaja utilitaria. Uno podrá moverse por el mundo traduciendo en tiempo real todo lo que vea, y con el tiempo, todo lo que escuche. Alguien dirá que nunca una máquina podrá traducir un poema igual de bien que una persona. Y tendrá razón. Pero no nos engañemos: la inmensa mayoría de los bilingües traduce mal la poesía y desde luego, bastante peor que ChatGPT. Porque el mejor traductor de un poema no es el experto en la lengua original, sino el que es poeta en su propio idioma. Todo lo demás para lo que usamos las lenguas (hablar del tiempo, saludar y despedirnos, pedir información, saber cómo poner la lavadora) podrá ser perfectamente satisfecho con las traducciones que nos proporcione ChatGPT. Con el tiempo, es posible que la verdadera ventaja estribe en ser monolingüe… un monolingüe con una elevada competencia en todos los registros de su lengua, por supuesto. Paradójicamente también, la traducción automática puede convertirse en el mejor auxiliar de la diversidad lingüística: cuando todo el mundo sea entendido al hablar o al escribir en su propia lengua, incluso si es usada solo por unos pocos miles de personas en todo el planeta, no habrá ningún incentivo para abandonarla y adoptar otra lengua más difundida o de mayor prestigio, que es justo lo que sucede en la actualidad y la causa principal de la extinción de las lenguas.
En definitiva, si al final de lo que se trata es de consagrar la desigualdad de los españoles, que sea como consecuencia de las ecuaciones de monsieur D’Hont o del pernicioso frentismo político que se ha instalado en nuestro país, pero que se nos evite, al menos, tener que tragarnos esa amarga píldora acompañada del empalagoso discurso de las ventajas del bilingüismo. A la vista está que casi ninguna de ellas soporta un análisis serio, de ahí, probablemente, que casi nunca se vea a un lingüista (sin carné de partido, se entiende) en los debates políticos donde se dirime este modelo de organización territorial (llámese nación de naciones, federalismo asimétrico o estado pluricéntrico) pensado para que unos españoles tengan más derechos que otros.
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