
Cultura
Marcelo Gullo: «Sin la victoria española en Lepanto León XIV no estaría sentado en Roma»
El autor argentino presenta su nuevo libro «Lepanto, cuando España salvó a Europa», sobre la batalla de 1571

El historiador argentino Marcelo Gullo habla con la vehemencia de quien considera que la historia de España ha sido contada por sus enemigos. Su último libro, «Lepanto, cuando España salvó a Europa», es, dice, un intento de devolver a la memoria colectiva un episodio que marcó el destino del continente. Durante la conversación, el autor insiste una y otra vez en la idea que resume el sentido de su obra: sin la victoria de la flota española en Lepanto, Roma habría caído en manos del islam. «El Papa León XIV no estaría sentado en Roma», asegura.
Gullo sitúa al lector en el contexto de la expansión musulmana que, siglos antes de Lepanto, arrasó el norte de África. Recuerda que Egipto, profundamente cristiano, hablaba todavía copto y griego cuando fue invadido por los árabes y que el cristianismo fue allí aniquilado sin resistencia. Según explica, esa primera oleada islámica fue contenida en Europa gracias a Covadonga y Poitiers, donde los cristianos detuvieron el avance que amenazaba con borrar toda huella de la civilización grecolatina.
La segunda ofensiva, conducida por los turcos otomanos, tuvo un propósito más ambicioso: conquistar Constantinopla, convertir la basílica de Santa Sofía en mezquita y, finalmente, marchar sobre Roma. «El sueño de los turcos, dice el historiador, era transformar San Pedro en la mezquita más grande del islam». Aquel era el horizonte de Europa en 1571: un imperio otomano que se presentaba invencible y una cristiandad acorralada. Fue entonces cuando el papa Pío V impulsó la creación de la Liga Santa, integrada por diversas potencias, pero cuyo peso real, insiste Gullo, recayó en España. «Sin España no habría existido Liga Santa», afirma.
Para el autor, la magnitud del peligro sólo puede entenderse si se imagina el desenlace contrario. «Si se hubiera perdido Lepanto, Roma habría sido conquistada después de Sicilia y Nápoles; San Pedro sería una mezquita y el Papa estaría exiliado». Añade que Francia, aliada del sultán, preparaba un ataque por la espalda contra España, mientras los moriscos planeaban una rebelión que habría abierto las puertas de Andalucía a un desembarco turco. «Era un momento absolutamente decisivo para el porvenir de Europa», subraya.
Al evocar la jornada de Lepanto, Gullo describe la batalla como una combinación de azar y genio. Por un lado, el viento –que hasta entonces soplaba en contra– cambió de dirección y favoreció a la flota cristiana, un hecho que los contemporáneos interpretaron como milagroso. Por otro, apareció la figura de don Juan de Austria, a quien el historiador retrata como un líder carismático, capaz de infundir una mística religiosa y una voluntad común a hombres de muy distinta procedencia. «Tenía sólo veinticuatro años, recuerda, y su genio militar y político fue comparable al de Alejandro Magno». Entre las decisiones que atribuye a don Juan de Austria, destaca una que considera crucial: prometer la libertad a los galeotes que combatieran con valor. Muchos de aquellos remeros eran presos por delitos graves y se hallaban encadenados en las galeras. «Les dijo: si lucháis, sois libres. Y eso multiplicó la fuerza cristiana, porque pelearon por su libertad», cuenta Gullo.
A pesar de la victoria, el historiador señala que España no llegó a dominar el Mediterráneo, ya que el Imperio otomano reconstruyó su flota en poco tiempo. Sin embargo, insiste en que lo esencial no fue destruir al enemigo, sino impedir que destruyera a los cristianos. «Lo importante es que no se perdió. Si se perdía, se perdía todo. Ganar fue detenerlos, y detenerlos ya era mucho».
En su análisis, Lepanto simboliza no solo una batalla naval, sino la contención de un avance civilizatorio. Sin embargo, Gullo lamenta que la historiografía moderna haya minimizado su significado bajo la influencia de lo que llama «el pensamiento negro legendario». Esta corriente, sostiene, es heredera de la vieja leyenda negra que presentó a España como una potencia cruel y retrógrada. «Ese pensamiento afirma que España siempre hizo todo mal: la Reconquista, la conquista de América, y hasta Lepanto. Cuando hace algo bien, se dice que no tiene importancia».
El autor amplía su crítica al referirse a la propia Leyenda Negra, que califica de «la primera gran fake news de la historia». La define como una construcción propagandística de los enemigos de España, especialmente de Inglaterra, y la considera un ejemplo temprano del poder del marketing político. Según explica, esa narrativa afirma que España fue a América a robar y matar, pero omite los esfuerzos por crear hospitales, universidades y estructuras sociales duraderas. Gullo recuerda que, tras la conquista, se fundaron más de cien hospitales, «y no eran para españoles, sino para los indios», y que ochenta años antes de la creación de Harvard ya existía la Universidad de San Marcos, en Lima. Mientras la institución estadounidense apenas contaba con unos miles de libros, el Colegio San Pablo, también en Lima, poseía decenas de miles.
Para Gullo, la diferencia radica en el espíritu de la colonización. Cita a Isabel la Católica como la gran artífice de una política de integración, al fomentar los matrimonios mixtos entre españoles e indígenas. Frente a eso, contrapone la política inglesa en América del Norte, donde, recuerda, «el mejor indio era el indio muerto». Asegura que los nativos estadounidenses no obtuvieron la ciudadanía hasta 1923 y que los matrimonios interraciales permanecieron prohibidos hasta la década de 1960.
El historiador lamenta que se haya convertido a la conquista española en «la única mala de toda la historia», mientras que las atrocidades británicas en Tasmania o Australia apenas se mencionan. «Los españoles han terminado creyendo la historia que escribieron sus enemigos». Relato que además ha calado en las sociedades de Latinoamérica.
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