Opinión| "Méritos e infamias"
De pegacarteles y fontaneros
"Estas criaturas se nutren en las tetas de las sedes y pasan del «pegacarteles» baboso al cargo institucional mientras doblen la cerviz para trincar un sueldo público"
El caso de la fontanera del PSOE coge con el pie cambiado a los incrédulos y tontos que se llevan las manos a la cabeza pensando de dónde habrá salido esta señora. Pues de las tripas de un partido político, entrañas mías, que es el espacio perfecto para que este tipo de especies nazcan, crezcan y se reproduzcan. No es nuevo y está vertebrado por la propia Constitución de 1978, que establece que los partidos políticos son el medio de articulación de la voluntad popular. Y a partir de ese punto concreto, se pone en marcha una brutal ferretería estatal para que fontaneros de cualquier condición, pelaje o sexo se pongan a su tarea. Trabajitos finos para ajustar la realidad a las necesidades del partido controlando jueces, empresarios, medios de comunicación y el resto de resortes necesarios para acercar el ascua a la sardina. Desde la UCD hasta Leire, nos pasamos el domingo entero, si quieren, diciendo nombres como los antiguos concursantes del «Un, dos, tres…». Estas criaturas se nutren en las tetas de las sedes y pasan del «pegacarteles» baboso al cargo institucional mientras doblen la cerviz para trincar un sueldo público que pagamos todos. Que es el caso de esta señora del esperpento, periodista sin trayectoria profesional ni medio de comunicación a sus espaldas donde trabajar y cobrar un sueldo. Para ilustrar, el aún no cerrado «caso ERE», y sus variantes de corruptelas aún pendiente de juicio, demostró cómo funcionan estos engranajes. Desde la cima del poder al más oscuro lodazal de un prostíbulo. Francisco Javier Guerrero, ya fallecido, dedicaba su tiempo no a mejorar las posibilidades de encontrar un empleo a los parados andaluces, sino a tener contenta a una parte de la cantera de votos y voluntades que sostenía a la Junta de entonces. Trabajitos de fontanería, como el resto de conseguidores y perros de presa que acaban generalmente en el talego cuando «el poder» entiende que su trabajo ha finalizado. Todos son muñecos rotos, repudiados y obligados a presentar la dimisión. Antes que Leire Díez ya lo hicieron Manuel Chaves y José Antonio Griñán. ¿Recuerdan?