Opinión | Méritos e infamias
Un sherry para Wiesenthal
"La mejor de las recetas para darle coba al tiempo y mantener intacta la sustancia de la juventud"
En el barrio de Santiago le dimos el jueves por la noche un premio a Mauricio Wiesenthal. A punto estaba de teclear escritor, pero me quedaría corto para quien en sus más de ochenta años de vida se ha enfrentado al reto de los mil oficios. Un polímata de Barcelona criado en Cádiz que ha cruzado varias veces el globo para tejer más de cien libros, como una Penélope eterna buscando siempre la última novedad de la vida. Creo que es la mejor de las recetas para darle coba al tiempo y mantener intacta la sustancia de la juventud. No saber de nada, navegar en la inquietud, domesticar poco la inocencia, continuar creyendo en los demás. Conozco a seres bípedos que desde sus veinte sólo fueron caricaturas modeladas por el interés, la desconfianza y la cicatería, pero supongo que se morirán cuando la piel la tengan arrugada por la vejez sin haber envejecido moralmente nada porque ya eran viejos por dentro. Wiesenthal, ya digo, se la juega al calendario en cuanto le dejan para volver a mirar asombrado el mundo, para saltar raudo a un avión, recorrer media España, cruzar la ciudad bajo un diluvio y acabarse una berza rozando la medianoche con los dedos. Un prodigio en la cercanía, animado por el cariño de los amigos y todavía sorprendido cuando un devoto lector le acerca uno de sus libros para que se lo firme. Mira la copa de palo cortado a través de unos ojos celestes, como el cielo de las marinas que se dibujan desde la Alameda Apodaca, y huele el líquido color caoba en el interior del catavino. Luego habla y es como leerlo. La magia te traslada al instante hasta las empinadas callejas del viejo Hampstead en busca de las pisadas de Keats entre desenfadados setos, acariciando el terciopelo del musgo en los muros de las casas eduardianas. Mauricio levanta el cristal al cielo de la bodega mientras diluvia fuera sobre las losas de Tarifa, las palabras deshilvanan un réquiem a cada sorbo, escuchas dentro de ti el violonchelo de Jacqueline du Pré. Suenan palmas por bulerías, estamos en Jerez y ya es la madrugada de un viernes sagrado.