«Bienvenidos al fin del mundo»: Reencuentro tronado

Del «Loaded» de Primal Scream al «Happy Hour» de The Housemartins y tiro porque me toca. Cualquiera diría que «Bienvenidos al fin del mundo» es un elogio de la nostalgia, pero es justo lo contrario. La nostalgia nos convierte en «robots», y «robot», nos recuerda un secundario en uno de los memorables diálogos de esta irresistible película, es una palabra checa que significa «esclavo». Edgar Wright cuenta la historia de cinco esclavos (el líder, un esclavo del pasado; los otros cuatro, de un gris presente) que intentan completar una hazaña adolescente para encontrar el Vellocino de Oro de la edad madura: la libertad. Lo que encuentran es, otra vez, su opuesto: un espacio estandarizado, un tiempo sin tiempo, un puñado de cuerpos sin sangre en las venas. Es decir, se topan de bruces con nuestro mundo.

Como ya demostró en las estupendas «Zombis Party» y «Hot Fuzz», Wright conoce los resortes de la comedia ingeniosa y sabe fusionarlos con los géneros a los que pretende homenajear –en este caso, la ciencia ficción, desde «La invasión de los ultracuerpos» hasta «The Stepford Wives»–, sin olvidarse de construir los personajes cuidando hasta el más mínimo detalle. La primera hora de «Bienvenidos...» es un prodigio de arquitectura tragicómica, como un «Reencuentro» sin el engolamiento generacional. Es cierto que, después de la magnífica secuencia en que el filme sufre una metamorfosis radical, parece despistarse en sus propios desvíos, pero es tan brillante el modo en que aborda la autodestrucción del peterpanismo en una sociedad sin ideologías que seríamos capaces de perdonarle cualquier cosa.