Jesús Fonseca

Todo un temblor

El poeta José Gutiérrez Román (Foto: Raúl G. Ochoa)
El poeta José Gutiérrez Román (Foto: Raúl G. Ochoa)larazon

Hablamos de una voz universal. De un poeta transgresor: el burgalés José Gutiérrez Román. Uno de los Premios Adonáis más celebrados de la última década. Dicen los críticos —yo no lo soy— que es un autor escondido; de esos que se ocultan y desaparecen. Pero que tienen los ojos bien abiertos a la belleza, el desvanecimiento y la ausencia; a los recuerdos, el amor y el desarraigo.

Todo un temblor, es el título de su último libro. Escrito desde la emoción de quien se siente vulnerable, apenas nada. José Gutiérrez Román es un poeta único. Sin prejuicios. Desde su primer libro, Los pies del horizonte, ha ido y va por libre. Lo primero que enseña la poesía, «de niño, en el colegio —sostiene—, es a odiar a los poetas»:

«Porque no puedes comprender su idioma

pedante y enigmático.

Luego vas aprendiendo poco a poco a quererlos,

casi sin darte cuenta, como a un perro,

que viene a saludarte cada día

y no te pide nada, sólo estar

cerca de ti y lamer tu pena».

Sostiene Gutiérrez Román que sólo cuando eres ya adolescente, intuyes que los poetas son tus aliados. Sucede, entonces, que llegas incluso a verlos como amigos. Pero, al final, como suele ocurrir con todo lo que amas demasiado...

«Te desengañas. Vuelves a pensarlo y te dices:

lo único que te enseña la poesía es a odiar

a los poetas

y a ti mismo».

El joven poeta burgalés nos ofrece, en Todo un temblor, una mirada desde la ternura de quien anda enfadado con el mundo y se sincera, a la hora de decirlas cosas como son:

«Las cosas

nos miran desde su otra vida,

esa que fingen no vivir

para nosotros».

El poeta escribe desde la verdad del verso y la de la vida —que son lo mismo—, para regresar luego a sus cosas. «Y aquí como si nada». José Gutiérrez es uno de esos escritores que adivinan el pensamiento. Capaces de encarnar el sentimiento de muchos y convertirse, a través de la poesía, en portavoces de pensares y sentires ajenos.

Se le nota un poco cabreado con la vida, ciertamente: «esto empieza a dar asco», afirma. Y se rebela contra esos organismos inútiles que hay por el mundo, otorgando galardones igual de inútiles.

«¿Para cuándo, señor alcalde,

un vertedero de poemas en la ciudad?

¿Cuándo podré, por fin,

convertir en materia útil

toda esta porquería que me inunda?»

Nuestro poeta no se conforma con promesas: «Tome esa bolsa de mentiras / y deles forma de verdad», advierte. Gutiérrez Román guarda lo mejor para el final: abre su corazón al reencuentro enamorado con la vida, con lo que permanece. Todo un temblor.