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Huérfanos de periodismo

Huérfanos de periodismo
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Por Yolanda Berdasco

Nos empezamos a quedar desatendidos cuando desaparecieron los correctores de los periódicos. Nadie levantó la voz, porque al final, las noticias seguían escribiéndose y las rotativas imprimiendo o los píxeles apareciendo.

Después, empezamos a perder las imágenes de calidad en favor no solo de los bancos de imágenes sino del callejero de Google, que últimamente aparece en todas las noticias de las que no tenemos foto.

Antes, al menos colocábamos el mapa para que se viera aproximadamente en qué lugar se había dado el suceso, pero ahora, lo mejor es poner una foto del portal, que no aporta nada y además nos deja claro que la inversión en imágenes es de cero euros.

Como los profesionales ya no importaban demasiado, llegó el turno al amor por la verdad, eso que debería estar presente en todas las redacciones y que, demasiado frecuentemente, nos ha abandonado.

Hace apenas unos meses que una reconocida cabecera pedía a sus lectores que denunciasen cualquier tipo de acoso. La presunción de veracidad se convertía así en el único garante de que la verdad pudiera llegar a un medio fruto de la delación, interesada o no, de cualquier ciudadano.

Después, asombra ver cómo otro medio de los que conocemos como “de primer nivel” publica en su edición digital los datos de un profesor de medicina acusado de acoso laboral. Lo de publicar los datos personales de cualquier acusado ya se ha convertido en práctica habitual y da igual lo que después decidan los tribunales, de momento, ya tiene condena pública.

Pero lo mejor llega cuando el medio confunde la imagen de dicho profesor con otro compañero de trabajo que, efectivamente, aparece en una búsqueda en Google junto al acusado real. Solo fueron unas horas, pero no puedo ni siquiera imaginar la desazón que tuvo que pasar una persona anónima, -excelente profesional, además-, al verse expuesto a una calumnia de tal tamaño.

A estas alturas, imagino ya a la verdad escondida en un armario, muerta de vergüenza y viendo como un redactor de un medio “serio” ha resultado condenado por inventarse una entrevista a una víctima de un hecho truculento, de esos que dan muchos clics cuando los usas como cebo.

Es una lástima reconocer que nos estamos quedando huérfanos de periodismo y que Kapuscinski tenía, una vez más, razón: cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.