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Pena de telediario o qué pena de telediarios

Pena de telediario o qué pena de telediarios
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Por Víctor Núñez

La repetición continúa de noticias donde se ve a delincuentes, presuntos o juzgados, en los informativos debería provocar, al menos, una profunda reflexión a la mayoría de los medios televisivos. Ya no se trata de proteger a los indeseados -y casi siempre indeseables- protagonistas de este tipo de noticias de la conocida como pena de telediario, de lo que se trata es de tener ante todo sensibilidad hacia las víctimas. En las últimas semanas ha sido protagonista el presunto violador de Ciudad Lineal, Antonio Ortiz durante la fase final del juicio, donde nos hemos hartado de ver su indolente rostro. Antes lo fueron otros casos con igual impacto mediático como el del asesino de Marta del Castillo, Javier Carcaño; o el de Sandra Palo, “el Rafita”.... ¿Algún responsable de los informativos se ha preguntado si la emisión continúa del rostro y declaraciones de estos auténticos monstruos puede herir gravemente a sus víctimas? ¿Realmente aporta algo ver la cara de una alimaña capaz de violar a niñas con su rostro de cemento o con supuestos mohines compungidos? ¿Se han parado a pensar en las familias de las víctimas pasando por el trance de ver una y otra vez en la pantalla a los tipos que han violado o matado a sus hijas o hermanas?

Fruto de este tipo de reflexiones, y también de mi vergüenza como periodista ante este tipo de tratamiento sobre los hechos luctuosos o delictivos, surgió hace ya cuatro temporadas el proyecto “Se Ha Redactado Un Crimen”. Un programa televisivo online emitido en la televisión de UDIMA y elaborado junto al criminólogo Abel González en el que pretendemos analizar la información desde la doble perspectiva del periodismo y la criminología. Gracias a este espacio y a la ciencia criminológica pude poner nombre y apellido a muchos de riesgos y abusos en los que a menudo se cae en la información de sucesos. En este caso, la revictimización. Un proceso por el cual la víctima de un terrible suceso se ve doblemente dañada al tener que revivir su sufrimiento por culpa de los medios de comunicación.

Los medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, informan cada vez con más frecuencia -más en época de crisis- de sucesos truculentos, ocupando más tiempo en los informativos, junto a otros contenidos deportivos o de entretenimiento, en un proceso de creciente “espectacularización” de la información televisiva. A nadie se le escapa ya la encarnizada lucha por las audiencias, en una guerra en la que prácticamente todo vale y el morbo atrae a las audiencias como las deposiciones a las moscas. Pero no todo vale, los medios deben ser responsables y sensibles, en primer lugar, con el dolor de las víctimas y sus familias, pero también, con el trabajo de jueces y policías, y hasta si me apuran con la presunción de inocencia en casos en los que ni siquiera se ha probado la culpabilidad del acusado.

No pretendo ni abogo por que no se hable de estos casos que, evidentemente, tienen un interés social, simplemente apelo a la mínima sensibilidad sobre el tratamiento visual de según qué imágenes y rostros que no aportan nada al discernimiento sobre lo ocurrido y que solo aportan dolor a sus víctimas y un protagonismo que para muchos psicópatas es una forma de conseguir su minuto de gloria wharholiano. Este tipo de cosas son las que a uno le hacen avergonzarse a veces de ser periodista, o al menos, no sentirse nada cómodo compartiendo carnet de prensa con determinados colegas de profesión. No es de extrañar que algunos prefirieran aún decir a su madre, como Tom Wolfe, que eran pianistas en un burdel antes que periodistas.