Leyendas y misterio
Un corsario de leyenda y un botín que nadie encuentra
Entre los riscos de Anaga y el sonido del Atlántico, Igueste conserva una de las historias más inquietantes de Tenerife
A comienzos del siglo XVIII, Cabeza de Perro -apodo atribuido a una cicatriz que deformaba su rostro- sembró el pánico en las Islas Canarias. Sus naves, de velas oscuras, saquearon pueblos, hundieron galeones y acumularon un botín que incluía monedas de oro, joyas sacras y un relicario de origen guanche al que se atribuye una maldición ancestral.
Perseguido por la Corona española, el corsario se internó en los senderos de Anaga. En Igueste, entre cuevas y cortados, habría escondido su fortuna. La versión que circula en el pueblo sostiene que mató a parte de su tripulación para sellar el secreto y conjuró el cofre “con sangre”, antes de ser capturado y ahorcado en La Laguna. Antes de morir, maldijo a quien osara tocar su oro.
¿Mito o realidad?
En Tenerife, isla de volcanes y tradiciones orales, la línea entre historia y leyenda se desdibuja. Ancianos del lugar hablan de apariciones en noches de luna llena: una figura con rasgos caninos que merodea los barrancos, luces que “guían” hacia precipicios y susurros en los alisios que repiten el nombre del pirata.
La tradición también menciona a espíritus guanches que habrían advertido a Cabeza de Perro de la desgracia que caería sobre quien profanara el relicario. El corsario ignoró la señal, y desde entonces, dicen, la maldición vela el tesoro.
El misterio de 1923: "El perro nos observa"
La historia se agrandó en 1923, cuando un grupo de buscadores desapareció. Solo quedó un diario con una última anotación: “El perro nos observa desde la oscuridad”. Desde entonces, la zona arrastra la fama de paraje esquivo donde los mapas engañan, las cuevas se multiplican y la codicia extravía a los imprudentes.
Señales, sombras y cautela al atardecer
Hoy, los lugareños evitan ciertas veredas al anochecer. Aseguran que, más allá de la geografía abrupta, “algo” protege el botín. Aun así, no faltan aventureros con detectores que llegan cada temporada. Todos se marchan con las manos vacías y nuevas historias: pasos que no dejan huella, luces que parpadean sobre el mar, ecos que parecen ladridos en el viento.
Patrimonio inmaterial y turismo oscuro
Más allá del morbo, Igueste y Anaga concentran un patrimonio natural y cultural de enorme valor. La leyenda de Cabeza de Perro forma parte del imaginario colectivo que da identidad a Tenerife. Si se visita la zona, se recomienda prudencia, respeto por senderos señalizados y no acceder a cuevas o cortados sin conocimiento. El tesoro que de verdad importa -coinciden los vecinos- es conservar la memoria y el paisaje.
¿Dónde está el botín?
La pregunta sigue abierta: ¿descansa el oro bajo la tierra roja de Anaga o la auténtica riqueza es la propia leyenda, condenada a repetirse como un ritual de niebla y salitre? Por ahora, el cofre permanece cerrado… y la isla, en vilo.