Erupción volcánica
Tenerife revive su pasado volcánico en un ensayo que prepara a Canarias para lo inevitable
La isla activa avisos a móviles, evacúa por sectores y mide su coordinación con más de mil profesionales en un simulacro europeo que convierte la teoría en práctica
El 26 de septiembre de 2025 quedará marcado como el día en que Canarias se preparó para lo impensable. Garachico, en Tenerife, fue escenario del primer gran simulacro de erupción volcánica realizado en España. Aunque las coladas eran ficticias y el magma inexistente, la tensión que se respiró en las calles del municipio evocaba la posibilidad de un desastre real. El objetivo era poner a prueba protocolos de emergencia, coordinación institucional y, sobre todo, la reacción de la población ante una amenaza latente en un archipiélago donde el vulcanismo no es una metáfora, sino parte de la vida cotidiana.
La elección de Garachico no fue azarosa. Su historia está marcada por la erupción de 1706, que destruyó el puerto y transformó para siempre la economía y el paisaje de la zona. Tres siglos después, las autoridades quisieron convertir al municipio en un escenario de ensayo, convencidas de que la memoria de aquella catástrofe aún palpita en la identidad local. A primera hora de la mañana se simuló una alerta emitida desde la dorsal noroeste de la isla, lo que desencadenó el dispositivo. Minutos después, miles de vecinos recibieron en sus teléfonos un mensaje del sistema ES-Alert avisando de la supuesta erupción. La tecnología, que busca avisar de forma inmediata a toda la población con cobertura, fue uno de los aspectos más observados en este ensayo general.
Las calles del casco histórico se vaciaron en cuestión de minutos. Decenas de residentes participaron en la evacuación, algunos caminando con mochilas de emergencia, otros trasladados en guaguas hacia puntos seguros. La Cruz Roja registró a los desalojados en albergues temporales, donde se atendieron necesidades básicas y se simuló la asistencia a personas con movilidad reducida. El ejercicio incluyó la recreación de un accidente de tráfico durante la evacuación, para comprobar la capacidad de respuesta sanitaria en medio del caos. Más de mil efectivos, entre cuerpos de seguridad, bomberos, sanitarios, científicos y voluntarios, participaron en la jornada, que por momentos convertía a Garachico en un escenario de película catastrofista.
Las fases del simulacro se desarrollaron de manera escalonada. Primero se activó la alerta en Garachico, después se amplió a toda la isla y más tarde se ordenaron confinamientos en municipios cercanos como El Tanque, que posteriormente fueron levantados para dar paso a nuevas evacuaciones. Con ello, las autoridades buscaban comprobar no solo la rapidez de la respuesta, sino también la capacidad de coordinar diferentes niveles de actuación. El cierre de carreteras, el control de accesos al Parque Nacional del Teide y la monitorización de gases formaron parte de un protocolo que fue desplegado con rigor, como si en cualquier momento las coladas pudieran asomar por las laderas.
Más allá de la espectacularidad de la jornada, el simulacro deja varias lecciones importantes. Una de ellas es la necesidad de que la ciudadanía confíe en los sistemas de alerta y actúe con calma. En emergencias reales, la reacción de la población puede marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso de la operación. También se evidenció la importancia de disponer de rutas de evacuación claras y de recursos suficientes para atender a los más vulnerables, desde personas mayores hasta quienes necesitan apoyo psicológico inmediato. La logística de transporte en zonas con accesos complicados, como ocurre en el norte de Tenerife, sigue siendo un reto a mejorar.
Este ensayo también demostró el valor de la tecnología en la gestión de catástrofes. La medición de la calidad del aire, el despliegue de sensores para detectar gases peligrosos y el uso de un robot submarino para recoger muestras en la costa forman parte de una estrategia que combina ciencia y prevención. Sin embargo, los expertos coinciden en que la herramienta más poderosa sigue siendo la preparación social: conocer las rutas de evacuación, saber qué hacer en cada fase de alerta y mantener una cultura de prevención viva entre la ciudadanía.
El ejercicio de Garachico adquiere un valor aún mayor cuando se recuerda lo sucedido en La Palma en 2021. La erupción del Tajogaite se prolongó durante ochenta y cinco días y arrasó más de mil hectáreas. Miles de personas fueron evacuadas, muchas de ellas perdieron sus casas y la isla aún lidia con las secuelas sociales y económicas de aquella catástrofe. La Palma dejó en evidencia lo difícil que resulta no solo evacuar en medio de una emergencia, sino también reconstruir después. Tres años más tarde, todavía hay familias viviendo en viviendas provisionales y agricultores que no han podido recuperar sus tierras. La experiencia palmera se convierte así en un espejo que justifica la necesidad de entrenar, simular y estar preparados en el resto del archipiélago.
La comparación entre ambos episodios es inevitable. Si en La Palma la población aprendió a la fuerza lo que significa convivir con un volcán, en Tenerife se ha decidido aprender sin pagar ese precio. El simulacro permite identificar errores a tiempo, fortalecer la coordinación entre instituciones y ensayar el papel de cada actor en una hipotética emergencia. También recuerda que el riesgo volcánico en Canarias no es una amenaza abstracta, sino una certeza geológica que antes o después volverá a manifestarse.
Garachico revivió durante unas horas el miedo que marcó su pasado, pero lo hizo con un propósito esperanzador: estar mejor preparados para el futuro. Las sirenas, las calles vacías y los rostros de los vecinos desalojados no fueron escenas de tragedia, sino una lección práctica de resiliencia. El volcán no ardió, pero la conciencia se encendió. En un territorio donde el magma duerme bajo los pies de sus habitantes, la prevención no puede ser un lujo ni una excepción, sino un hábito que salva vidas.