Curiosidades

Las inquietantes leyendas de la ermita rupestre que presume de unas pinturas murales únicas en el mundo

Un lugar misterioso y excepcional dedicado a San Tirso y San Bernabé en el que se invita a dejar volar la imaginación

Ermita rupestre de San Tirso y San Bernabé, en la provincia de Burgos
Ermita rupestre de San Tirso y San Bernabé, en la provincia de BurgosDip. BurgosLa Razón

Castilla y León, comunidad histórica donde las haya, aunque no esté reconocida como tal, cuenta con un valioso legado cultural y artístico forjado a lo largo de los siglos. Castillos, palacios, catedrales o pequeñaas ermitas en recónditos lugares dan fe de esta riqueza monumental a lo largo y ancho de las nueve provincias que forman actualmente esta región, donde no hay pueblo, por pequeño que sea, que no cuenta con alguna joya que merezca y mucho la pena conocer alguna vez en la vida.

Es el caso de la que ocupa estas líneas de LA RAZÓN de hoy, que se encuentra en el interior de la ermita rupestre de San Tirso y San Bernabé de la Merindad de Sotoscueva, en la provincia de Burgos, que se ubica junto a la entrada principal del Complejo Kárstico de Ojo Guareña, y es parte de las cuevas. Un lugar especial, bajo cuya superficie tranquila se despliega un mundo oculto con más de 110 kilómetros de pasadizos topografiados, y la mencionada ermita excavada en la roca y restos arqueológicos que evidencian la presencia humana desde el Paleolítico.

Un templo del que se desconoce la fecha de su construcción, aunque unos la sitúan en los siglos VIII-IX, y otros en el XIII, dedicada en sus inicios a San Tirso sólo, aunque a partir del siglo XVIII reúne también la advocación a San Bernabé.

El conjunto fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional el 23 de abril de 1970, y puede presumir de contar con un conjunto de pintura mural único. De hecho, en su bóveda se representó, a comienzos del siglo XVIII, la pasión de san Tirso, mártir de origen oriental, cuyo culto se extendió por el norte de la Península Ibérica en la Edad Media.

Dicho conjunto de pinturas, de estilo barroco popular, está formado por una serie exagerada de tormentos crueles que el mártir supera con displicencia, y, en su transcurso, acaba con tres jueces romanos, que mueren de forma horrible. Los murales siguen la narración literaria de su pasión, seguramente en la versión de Alonso de Villegas, y constituyen un relato visual sorprendente, según apuntan desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Las cuevas tiene ellas ejercen un poder de atracción y cierto temor. Este Complejo Kárstico, y en particular la Cueva de San Tirso y San Bernabé, es un escenario excepcional para dejar volar la imaginación.

A la cueva de San Bernabé se la conocía con los sugerentes nombres de Cueva del Río Escondido o del Moro y, como suele ser habitua en España, tiene también su particular leyenda, aunque en este caso son varias las que hay,

Una de ellas dice que un día cualquiera llegó al pueblecito de Cueva un hombre alto, guapo, de finos modales, pero pobremente vestido. Se trataba de un mendigo que pedía limosna de puerta en puerta. Las mujeres, entre curiosas e intrigadas, le preguntaban ¿de dónde eres, buen hombre? y él amablemente contestaba: “Soy Bernabé y vengo de muy, muy lejos”. Durante tres días vivió pidiendo por los pueblos cercanos. Al caer la tarde tenía por costumbre subir a la Cueva del Moro y allí permanecía mirando, pero pasado ese tiempo de pronto desapareció y nadie supo más de él.

Pero un año después, en la entrada de la Cueva del Moro, un hombre misterioso, como una visión, se apareció a un pastorcillo, y le dijo: “No temas, niño; me llamó Bernabé y vengo de tierras lejanas. Quiero que las gentes sencillas de estas montañas me veneren en este lugar” y dicho esto desapareció.

Sí, era San Bernabé el mismo mendigo que pedía limosna tiempo atrás. Desde entonces la cueva lleva su nombre y cumpliendo sus deseos en una de sus entradas se erigió la ermita en honor a San Tirso y a San Bernabé, santos muy venerados porque hicieron muchos milagros.

Otra leyenda cuenta que en tiempos muy remotos la cueva era la oscura y triste morada de un hombre de larga barba llamado Lan, quien pasaba el día acompañado de una osa y dos animales monstruosos. La imaginación popular decía que el venerable anciano era un druida que custodiaba la fuente de la sabiduría, también las aguas milagrosas y curativas que manan de la gruta.

Una tercera leyenda narra que cierto día entró un rey Godo a la cueva del Río Escondido o de San Bernabé siguiendo a una hermosa pastora. Como tardaban en salir, alarmado, fue a buscarles el físico del rey. Pero las gentes del lugar cuentan que durante días se oyeron los ecos de lastimeros quejidos y gritos desgarradores.

De la cueva jamás salió nadie, ni la doncella, ni el rey, ni el físico, pero se encontró un esqueleto de un hombre que se perdió. Junto a sus huesos aparecieron una fíbula y un cinturón de bronce y su cinta (mediados s. VI d.C.). También se halló una represa artificial, hecha con barro y fragmentos de estalactitas rotas, que hizo para recoger el agua que goteaba de ellas.

Una cuarta leyenda dice que la cueva de San Bernabé fue refugio de los moros cuando estuvieron durante un año acampados en Sotoscueva. A veces, se introducían por las intrincadas galerías de la caverna y llegaban al río Guareña para coger pepitas de oro.

Y una quinta y última tiene como protagonista al Maligno, que según parece se negaba a abandonar las cuevas. Ante su tozudez San Bernabé le puso unos límites que iban desde el Pico Cuerno del Diablo, pasando por el monolito enfrente de la Cueva para acabar en el Pico Kaite, donde el diablo se construyó un Palacio para ver el Valle de Sotoscueva en su plenitud.

Se dice que cuando había tormentas se subía al llamado Cuerno del Diablo y allí maldecía su destino rugiendo con fuerza. También San Bernabé echó a las brujas que no eran maléficas y a quienes propuso un pacto: “Podían quedarse en el cauce del río, con la condición de que no entraran jamás al santuario”. Estas, siguiendo su costumbre, se juntaban en la Cueva Torcona, donde resurge el río Guareña, y allí hacían una gran fiesta.

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