Sociedad

La muerte de la imaginación

"Ahora de pronto nos encontramos en la era post-Covid, con guerra, crisis económica, etc., y lo que hacemos es anestesiarnos con el ocio más instantáneo"

Alfon Arranz
Alfon ArranzLa RazónLa Razón

Cuando era niño lo que me decían en los 80 era: -Toma un boli y dibújame algo-, era la mejor frase del mundo mundial; yo entusiasmado iba corriendo a plasmar mis pensamientos más geniales en mis artes gráficas para gozo y deleite de familiares y amigos. Ahora me dan un boli y pienso: -¡Anda! ¡Qué todavía funciona! ¡Escritura gráfica, manual y que no es digital!- Hasta mi mano se queda extrañada acostumbrada a un teclado o a una pantalla táctil.

El mayor invento al alcance de cualquier usuario, esa maravillosa máquina de escribir llamada lapicero o bolígrafo por la que hubieran matado muchos en tiempos de Miguel de Cervantes parece un ya casi complemento marginal para hacer anotaciones al borde de un papel o escribir la nota típica en un Post-it de las tareas que quedan por hacer. Madre mía, Post-it, qué anticuado estoy, los nativos digitales de hoy día saben hacer sushi con el móvil. Menos mal que sigue siendo la espada principal para luchar contra las artes oscuras de las terribles materias de cualquier estudiante que se precie, ¿o tal vez no?

Lo cierto es que el otro día me quedé alucinado, la escena, dos padres y su hijo comiendo en una cafetería, ellos sin mediar palabra, el niño zombi total con la Tablet; el suceso duró una hora, no me lo podía creer, ese es el futuro del que tanto nos hablaban en los 90 y por fin ha llegado.

Hemos perdido el norte, antes se decía que las máquinas quitaban el trabajo de uno mismo, es que ahora le sustituyen el cerebro directamente desde su más tierna infancia, la era de la tv a su lado es un juego de niños, nunca mejor dicho.

No olvidemos que lo que sacó al hombre de la cueva y de huir de las bestias de las cavernas fue su ingenio e imaginación, la necesidad biológica creó ese poder, esa maravillosa capacidad que es la inteligencia humana y que tiene su cuna en la poderosa entelequia de cada uno.

Ahora de pronto nos encontramos en la era post-Covid, con guerra, crisis económica, etc., y lo que hacemos es anestesiarnos con el ocio más instantáneo, con la palanca de placer de un vídeo de redes sociales, uno tras otro, sin paladeo, sin poder reflexionar, bienvenidos al tiempo de lo supuestamente moderno, la imaginación ha sido casi erradicada, los libros no valen nada.

Hablando de libros, hace una semana me encontré en un contenedor de basura una biblioteca entera de grandes clásicos, tirados, como si estuvieran allí convertidos en carroña de la porquería, pidiendo auxilio, como si el desperdicio fuera la razón y lo que rige actualmente fuera la idiocia más absoluta.

Hay que poner orden a esto y pronto, antes de que perdamos la cordura y no recordemos ni quienes somos ni quienes hemos sido, no sea que alguien piense por nosotros y sea capaz de reescribir nuestras vidas, y no es que en el pasado todo fuera idílico, ni más ni menos, es que la vida ya no se vive, se engulle en tragos donde uno casi se ahoga y en muchas ocasiones vomita todo lo vivido porque es incapaz de asimilar o de digerir tanta enajenación social.

El barco está descontrolado pero aún estamos a tiempo de arriar el ancla y poder apagar un rato el móvil y ponernos a dibujar un paisaje, escribir un poema, componer una canción o pintar un cuadro, recuperemos una tarde de Dominó o del juego de la Oca, demos una vuelta por el campo, por la calle, que alimente a nuestra imaginación más profunda para ir recordando que tal vez ya no durmamos por las noches por el hecho de haber dejado de ser creadores y nos hayamos convertido en aturdidos hombres grises