Cultura

Musac presenta tres nuevas exposiciones para la temporada de verano y reabre su sala más monumental

Las muestras son ‘María Luisa Fernández. 8.068.807.215. Sangre en oro’, ‘Prudencio Irazabal. Contradistancia’ y ‘Pipilotti Rist. Colección MUSAC’

Presentación de las nuevas exposiciones del Musac
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Este viernes 7 de junio se han presentado las tres nuevas exposiciones que marcarán la temporada estival del museo: ‘María Luisa Fernández. 8.068.807.215. Sangre en oro’ presenta la producción más reciente de la artista; ‘Prudencio Irazabal. Contradistancia’ reúne un conjunto de treinta y dos pinturas que abarcan desde mediados de los años noventa hasta la actualidad; y ‘Pipilotti Rist. Colección MUSAC’ recupera dos obras de la videoartista con las que el Museo reabre su sala más monumental. En la presentación ha participado la directora general de Políticas Culturales, Inmaculada Martínez, junto con el director del MUSAC, Álvaro Rodríguez Fominaya, los artistas María Luisa Fernández y Prudencio Irazabal; y los comisarios Sergio Rubira y Mariano Mayer. Las exposiciones se podrán visitar del 8 de junio al 13 de octubre de 2024.

María Luisa Fernández. 8.068.807.215. Sangre en oro

La exposición ‘María Luisa Fernández. 8.068.807.215. Sangre en oro’ presenta la producción más reciente de María Luisa Fernández (Villarejo de Órbigo, León, 1955), en su primera exposición individual en un museo en los últimos ocho años. La artista continúa con su incansable búsqueda de una escultura que pueda impactar en las emociones de los espectadores. De esta manera, invita a reflexionar más allá de la experiencia en el lugar de la exposición.

En esta muestra, comisariada por Sergio Rubira, la artista retoma una de las series sobre las que ya había trabajado en los años noventa y la amplía añadiendo nuevas capas de significado y explorando otras materialidades. En la serie ‘Artistas ideales’ convertía las formas geométricas de los gráficos circulares de las estadísticas en elementos escultóricos. Realizados en madera y pintados al óleo, estos elementos eran colocados unos encima de otros y, más tarde, sobre colchones de gomaespuma.

En el MUSAC estas esculturas cuelgan del techo y se convierten en ‘Artistas ideales abrasados’ porque ya no están pintados, sino que el color negro y las iridiscencias son el resultado del proceso de carbonización que se produce al quemar la superficie de la madera con la que están hechos. “Si en los años noventa los Artistas ideales se referían al modo en el que se había construido la idea de genio y a la forma en la que María Luisa Fernández se situaba respecto a estos estereotipos, ahora los interrogantes incluyen qué hacen los y las artistas frente a lo que está ocurriendo”, explica Sergio Rubira, comisario de la exposición.

María Luis Fernández también presenta una serie de dibujos recientes en los que han desaparecido los músculos y los huesos y solo han quedado las arterias y las venas. Sin embargo, en ellos se descubren las siluetas de unos animales que se mueven nerviosos por la hoja de papel. Esas siluetas dan paso a otro grupo de nuevas esculturas realizadas amontonando planchas de metacrilato que, colocadas en círculo en la entrada de la sala, el espectador tiene que atravesarlas y rodearlas.

Esta estrategia es similar a la de los torsos de las leonas que vigilan los pasos de los visitantes y que han sido heridas por sus soportes o la de las alas de unos pájaros dibujados a cuchillo. Realizadas en gomaespuma, tomarán un color diferente a medida que transcurra el tiempo: del azul pasarán al verde y después al amarillo y se irán convirtiendo en polvo. Se trata de una metáfora de los residuos como los que producen los habitantes de la Tierra a los que alude el número del título de modo que más de ocho mil millones son los espectadores ideales de la exposición.

Prudencio Irazabal. Contradistancia

La Sala 3 del MUSAC acoge ’Prudencio Irazabal. Contradistancia’, una exposición que, comisariada por Mariano Mayer, reúne un conjunto de treinta y dos piezas del pintor. Sin una intención retrospectiva, las obras realizadas entre los años 1995 y 2024 que componen la exposición, permiten descubrir las variables visuales modeladas por la temporalidad de nuestra atención.

Las pinturas sin título de Prudencio Irazabal (Puentelarrá, Álava, 1954) indagan en la materialidad de la luz, algo que en su trabajo aparece, en cierta manera, desintegrada. “Enfrentar nuestro cuerpo hacia sus obras implica atravesar una serie de transformaciones en las que la posibilidad de nombrar un color, así como aparece, desaparece. En este sentido, a mayor tiempo de atención mayor número de variables”, apunta Mariano Mayer.

El interés por construir ilusiones de profundidad e inestabilidad perceptiva desborda de cuadro en cuadro. En el trabajo de Irazabal no hay un desarrollo lineal ni una progresión analítica sino la idea misma de pintar sin concluir. Sin embargo, estas pinturas no resultan inacabadas. La gran cantidad de variables, obtenidas con unos pocos elementos, ha permitido, tras tres décadas de actividad, una estabilidad temática y una variabilidad de resultados.

Cada pintura de Prudencio Irazabal celebra, en palabras del artista, la conjunción de “un instrumento y una materia en la que actuar” y revela algunos de sus propósitos: que las connotaciones plásticas se alejen de todo tipo de intención explicativa y que los aspectos instrumentales no sean evidentes. Para ello, el artista aconseja “mirar a su interior más que a su superficie”.

En un primer momento, la lisura de las superficies presenta una serie de colores cuya impresión es la de ser colores ordenados. La prolijidad, sin embargo, puede generar dudas y estas llevan al espectador a cuestionarse sobre los aspectos que conocemos o intuimos saber. De esta manera, la visión material del color a la que Prudencio Irazabal recurre, le permite no verse obligado a transmitir los distintos estados de la luz haciendo que su pintura nos permita preguntarnos, sin ningún atajo, ¿cuánto se tarda en ver?

La muestra se acompaña de un catálogo ilustrado diseñado por Jaime Narváez que se complementa con textos de Mariano Mayer, comisario de la muestra; Alejandro Vergara Sharp, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte hasta 1700 del Museo Nacional del Prado; el comisario Manuel Cirauqui; y una conversación entre la artista Julia Spínola y Prudencio Irazabal.

Pipilotti Rist. Colección MUSAC

La exposición ‘Pipilotti Rist. Colección MUSAC’ incluye dos videoinstalaciones procedentes de los fondos del museo: ‘Homo sapiens sapiens 5 alas’ (2005), pieza con la que se reabre la Sala 6, la más monumental con techos de 14 metros de altura y que ha estado cerrada durante los últimos diez años, y ‘Apple Tree Innocent on Diamond Hill’ (2003), instalada en la Sala 5.

Nacida como Elisabeth Charlotte Rist, es una de las artistas más destacadas del videoarte en los años 90 y los primeros compases de los 2000. El lenguaje de Rist, que crea su alias artístico en 1982 en referencia a Pippi Calzaslargas, se caracteriza por el uso de colores saturados, exuberantes y excesivos con los que consigue generar espacios sensoriales. En su obra en movimiento, además, lo sensual se entrelaza con lo electrónico y lo natural con lo tecnológico.

Bajo el título de ‘Apple Tree Innocent on Diamond Hill’, esta instalación está relacionada con Innocent Collection, una serie que la artista inició en 1985 coleccionando piezas de plástico traslúcido en las que no existe ningún tipo de impresión de color a modo de gesto colaborativo a contracorriente del consumismo. Influida Fluxus y Yoko Ono, los elementos de este trabajo cuelgan de la rama de un árbol y se contraponen a escenas en vídeo de un paisaje costero filmadas en el momento del crepúsculo potenciando el doble efecto de las sombras de los objetos y la luz tenue de los rayos solares.

La segunda obra, ‘Homo sapiens sapiens 5 alas’, es la versión multicanal creada por la artista para la sala 6 del museo. Esta obra, hipnótica y sugestiva, apela a los sentidos e incorpora mobiliario diseñado por la artista para poder ver las proyecciones en un estado de abandono sensorial e inmersión sonora y visual. Las imágenes van alternando tomas del cuerpo humano con escenas del universo vegetal en una sublimación de lo natural. La banda sonora, compuesta por la propia artista junto a Anders Guggisberg, contribuye al tono “atmosférico” de la obra.