Cultura
Una de picaresca tallada con gubia
El ilustrador salmantino Tomás Hijo diseña a cuatro manos junto al cineasta Rodrigo Cortés la historia de Pedro de Poco, titulada ‘La piedra blanda’, una singular novela artesanal de formato indeterminado que discurre entre sus grabados
Un paraje fluvial, paisaje de ribera, al sosiego del Tormes. Una charla, seguramente distendida, entre dos amigos, dos artistas. “Igual nos debemos algo, ¿no?”. Una colaboración “de más fuste” a cuatro manos, diseñada ‘ad hoc’ para emulsionar con mimo, pleitesía por el detalle, las prolíficas capacidades creativas de ambos. El grabador Tomás Hijo y el cineasta Rodrigo Cortés, y viceversa, invitan al lector a una de picaresca tallada con gubia, a palpar ‘La piedra blanda’. La historia de Pedro de Poco, una singular novela artesanal de formato indeterminado que discurre entre narrativa y grabados.
Tras colaborar con el hollywoodiense Guillermo del Toro, ilustrar casi un centenar de libros y escribir otros, Hijo regresa a la compañía de Cortés, una fructífera simbiosis que alumbró el storyboard de ‘Concursante’, el primer largometraje del director gallego, y que, después de otros pinitos, algunas viñetas gráficas de revista, pasa, por ejemplo, por un grabado para ‘Escape’, su última película. Y hace algunos años, de paseo por la Isla del Soto, a las afueras de esa Salamanca que comparten, a la intemperie de la piedra y el frío, “tan dura pero tan acogedora”, nace esta propuesta.
De alguna manera, explica el ilustrador a Ical, es un “traje a medida” de doble sentido en el que la palabra y el trazo se reconstruyen entre sí. “Él hizo un relato, un guion que se adaptaba mucho a mi forma de dibujar, a las cosas que a mí me interesan y a los temas comunes. Estuvimos un montón de tiempo en el que él me pasaba el texto, yo sobre ese texto dibujaba, hacía bocetos. Y de alguna forma esos dibujos volvían a trasformar los textos. En algunas ocasiones, modificó al texto para que tuviera un efecto determinado en el dibujo. En otras, incluso llegaba a quitar los textos porque consideraba que la ilustración hablaba por sí sola. Y de nuevo volvíamos a iniciar el proceso. Así fuimos tratando de amalgamar todas las imágenes y todas las palabras en lo que terminó siendo el libro”, resume el grabador.
El proceso creativo encontraba una frontera insalvable, una línea roja trazada en el momento en el que Tomás se pertrechaba con su herramienta de modelado. “Esto no son ilustraciones de acuarela, ni a lápiz, ni a tinta, así que cuando yo empezaba a tallar la plancha del linóleo con mi gubia, a tratar de hacer esa imagen con este método casi medieval, ya no se podía cambiar nada porque no se puede aplicar ningún tipo de ‘control+zeta’”, comenta. A partir de ahí, la encuadernación definitiva del libro, editado por Random House. “Después entró un montón de gente en la editorial que, de alguna forma, convirtió eso que nosotros habíamos hecho, en un objeto como el que al final ha terminado saliendo, con la ventaja de que pudimos intervenir también mucho en ese proceso”, agradece.
Tomás Hijo ha diseñado piezas para Netflix, Valve o Bethesda y ha ejercido de profesor de Ilustración y Diseño en un par de universidades, incluida la Usal. Su obra se ha expuesto en galerías de Estados Unidos y Europa y en 2015 fue galardonado con el Best Artwork Award de la Tolkien Society. Ahora, junto a Cortés, cuenta la historia de alguien que nace “al revés y a la segunda”, a quien su madre, en un principio, mató “para empatar” porque su hermano había nacido muerto, así que, como premisa y estilo de vida, decide “estarse callado y quejarse poco”.
Pedro de Poco
“Este personaje, que precisamente se va a llamar Pedro de Poco, va a iniciar una historia a caballo entre la tradición picaresca, con cierto sentido poético y surrealista, que crea un recorrido abierto, que no parte de ninguna tesis, sin moraleja, y que deja muchos espacios abiertos a que el lector interprete”, resume. Un objetivo logrado no solo por la fuerza de la propia historia y de las cosas que cuenta, sino también por la forma en la que está diseñada. “Muchas veces, la ilustración va muy de la mano con el texto, casi de forma redundante contando lo mismo, y en otras ocasiones, texto e imágenes se separan y, de repente, crean un ámbito de misterio, de incertidumbre, de ironía”, explica.
Algo que, en su opinión, no podrían haber logrado sin la posibilidad colaborar “muy estrechamente”, regresando una y otra vez hasta darle la forma final. “Lo que se consigue es una especie de galería, de sala de exposiciones o de museo donde sólo hubiera un cuadro en cada habitación y se crea una relación con el lector muy especial, donde el ojo va navegando, donde las imágenes se mueven por la página en blanco y, al final, se crea una especie de ritual cuando uno se enfrenta al libro. Yo creo que es muy interesante y que hace que toda esa historia, es así tan seca, tan castellana de alguna manera y tan fría, tenga un montón de significados y un montón de sentidos ocultos que el lector debe descifrar”, sugiere el ilustrador.
El propio formato, indeterminado, a caballo entre la fábula gráfica y el cómic, es una de las grandes innovaciones de la obra. En palabras de Arturo González Campos, compañero de Cortés en el programa ‘Todopoderosos’, que recoge el propio Tomás Hijo, ‘La piedra blanda’ es un libro que hoy en día no se podría hacer. “Me parece una definición muy chula, porque es un libro que es una improbabilidad. Es una apuesta, por supuesto, de nosotros dos, pero también de la editorial porque es un libro único. Y no lo digo con vanagloria ni tratando de vender ninguna moto, creo que es un libro que no se hecho, o que yo conozca por lo menos, ninguno así”, reflexiona.
Un propuesta que combina el lenguaje de la historieta con elementos del libro de arte. “Es un libro muy extraño, muy difícil de explicar, pero es muy fácil relacionarse con él. Cualquiera que coja el libro, lo abra y empiece a pasar las páginas, va a quedar, de alguna forma, seducido por esa narrativa y va a ir pasando de un sitio otro con mucha facilidad y sin muchas explicaciones. De hecho, uno cuando lo termina no es capaz de atribuir un significado concreto y yo creo que esa es la verdadera gracia del libro”, añade el artista salmantino.
Al final, el lector tiene que interpretar desde su propio acervo cultural. “Es el que tiene que llenar ese espacio y, por la experiencia que tenemos, acaba funcionando como un espejo: cada uno ve una cosa diferente en el libro. Hay quien ve que habla de la pobreza, otros de la infancia, otros de la fantasía, otros incluso dan interpretaciones políticas, pero nada de eso está metido en el libro, en su ADN. Son todas cosas, por el tipo de narrativa y la historia de cuenta, en las que ellos mismos se ven reflejados”, concluye.