Salud
La nieta de la primera fallecida: «Nos enteramos de que mi padre tenía coronavirus por la televisión»
Día 18: Cataluña suma 190 casos en un día. Detrás de las cifras del Covid-19, hay personas. Habla la nieta de la primera víctima, su padre está grave y la familia confinada.
La crisis del coronavirus se ha convertido en un baile de cifras. Cataluña suma 509 casos, 35 graves y 6 fallecidos. En las últimas 24 horas, se han confirmado 190 positivos nuevos que con los 1.069 del resto del país han empujado al president de la Generalitat, Quim Torra, a pedir el cierre total de la Comunidad Autónoma. Para aislar Cataluña reclama ayuda al Gobierno, pues la Generalitat no tiene competencias sobre fonteras, aerppuertos o estaciones de tres. Con este anuncio lanzado a las 20.30 horas de ayer, Torra se avanza a Pedro Sánchez que ha convocado esta mañana al Consejo de Ministros para decretar hoy el estado de alarma. Todo, para contener la expansión de la pandemia.
Estas medidas se han tomado con el objetivo de disminuir el ritmo de los contagios y evitar un pico de casos graves que pueden colapsar el sistema sanitario.
Las matemáticas del contagio que barajan en los centros sanitarios catalanes es que la semana que viene se preparan para un aumento de casos de Covid-19. También para un eventual contagio del 30% de los profesionales sanitarios. De nuevo, cifras.
La historia de la primera fallecida en Cataluña
Pero detrás de cada cifra, hay el nombre de una persona y una historia. Detrás de la primera fallecida en Cataluña, una mujer de 87 años, está la abuela de Irina Fontán. Detrás de uno de los casos graves por coronavirus, su padre. Y detrás del número de confinados, ella, su marido, sus dos hijos de 8 y 4 años, su madre y su hermano y su pareja.
La historia de Irina es triste. Como todas las historias que narran la pérdida de una abuela. Sobre todo, porque no pudieron despedirse de ella. Este mal sueño empezó el 1 de marzo. Era domingo y su padre ingresó en el Hospital Trias i Pujol por una neumonía. La planta de neumología estaba ya llena. La gripe estaba de retirada, pero los números aún hablaban de epidemia –este año el umbral epidémico se ha establecido en 98,1 casos por cada 100.000 habitantes–.
El padre de Irina primero ingresó en la planta 9, donde están los pacientes con problemas vasculares y después lo bajaron a la plata 8 porque necesitaba una máquina de soporte de oxígeno. «Cuatro días después, el jueves, ingresó mi abuela», relata Irina. «Le costaba respirar. Ella pensaba que era culpa de una caída que había tenido. Se había roto una costilla. Pero a excepción de este pequeño accidente, estaba estupenda», recuerda. «Cuando ingresó, el diagnóstico nos dejó de piedra. Tenía una neumonía bilateral y ninguna probabilidad de sobrevivir. Estaba en estado crítico», explica. «Se me ocurrió preguntar si podrían tener coronavirus. Era extraño que los dos estuvieran ingresados con una neumonía», dice.
Irina narra la historia aún incrédula. «Fue todo muy rápido. Yo estaba con mi padre arriba. Mi madre estaba con mi abuela abajo, en Urgencias. De repente, las enfermeras y demás personas sanitario empezaron a vestirse con mascarillas. Nos dijeron que mi padre podía tener coronavirus. ¿Y mi abuela», pregunté.
«La aislaron el jueves a las nueve de la noche, a la espera de que el Hospital Clínic nos diera los resultados. Pero los resultados no llegaron hasta las 14.45. Media hora después falleció. Sola. No nos dejaron estar con ella. Yo insistí a las enfermeras que sobre todo le dijeran que no la habíamos abandonado. Que sospechaban que tenía coronavirus y que por protocolo tenía que estar aislada. Espero que alguien se lo dijera. Se llevaron su cuerpo y lo incineraron. Su cenizas siguen en el tanatorio. No pudimos despedirla como se merecía porque toda la familia está confinada. El 20 de marzo, cuando acabe nuestra cuarentena, podremos ir a buscarla», cuenta.
A la pérdida de una abuela, Irina y su familia han de sumar que su padre está ingresado en Can Ruti en estado grave. Que no pueden ir a verlo, llevarle una revista, cogerle de la mano o llamar a una enfermera cuando tiene una necesidad. Tampoco pueden perseguir al médico para que les dé el parte médico. El jueves a mediodía hacía 72 horas que esperaba la llamada del doctor.
«Este martes, el neumólogo, el médico que había llevado a mi padre en un box especial de Urgencias, se despidió de nosotros. Lo llevaban a la planta de medicina interna y otro médico se iba a ocupar de él. He llamado a las enfermeras cada día, para conocer el parte médico, pero hasta hoy –jueves 12 de marzo–, no ha habido manera», lamenta Irina.
«Vamos hablando con mi padre por teléfono, pero no es lo mismo que el doctor te informe. Está grave todavía, tiene una patología previa, aunque las últimas noticias es que va evolucionando, muy lento, pero va evolucionando», dice.
«Lo peor de todo está siendo la falta de información. Nos enteramos por los medios de comunicación que mi padre tenía coronavirus». se queja. “Hay mucho descontrol”. Desde el Hospital Trias i Pujol, admiten que la situación fue tan excepcional que la comunicación falló. Pero no ha mejorado. «Mi padre estuvo en un box con un walkie-talkie que no funcionaba. En planta, un día me dijo que tenía sensación de borrachera, que había llamado a las enfermeras, pero no le habían hecho caso. Al final llamé yo, fueron y la maquina de oxígeno no funcionaba. Tampoco entiendo por qué a mi hermano que está confinado en casa y le hicieron las pruebas del coronavirus el sábado, aún no tiene los resultados. Estar aislado es difícil con dos niños. Mis suegros me dejan comida en la puerta. Pero es más difícil con mi padre ingresado. Nos sentimos abandonados».
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