Cataluña
Barcelona, de la rumba al lamento
La covid vacía la Rambla de turistas, los vecinos anulan la mitad de las reservas en los restaurantes y las restricciones dan la puntilla a tiendas y hoteles, había abierto un 20% con el 20% de la ocupación
Un virus con sólo 29 genes -el ser humano cuenta con 20.000- y que apenas mide una milésima parte de un cabello humano ha robado a Barcelona el mes de abril. Y de marzo, de mayo, parte de junio y lo que te contaré, morena, además de su carácter mestizo, extrovertido y con el punto canalla de las ciudades con puerto en el Mediterráneo.
“¿Dónde está mi Barcelona?”, pregunta Ana Rodríguez, directora de uno de los pocos hoteles que hay abiertos en la ciudad, el hotel Constanza, de la céntrica calle Bruc. “Barcelona está vacía, está muerta, no arranca. Esta ciudad, sin gente ni salero, no es mi Barcelona”, dice desconcertada. La ciudad que vio nacer la rumba catalana, con ritmos flamencos, cubanos y rock & roll, a cuál más alegre, ahora entona fados.
Los rebrotes y su gestión han frenado la remontada turística que se había detectado en junio, tras el final del estado de alarma. No es una percepción, lo dice la ministra de Industria y Turismo, Reyes Maroto. En una semana, los rebrotes se han doblado en España y como la información es tan veloz como el virus, los repuntes se están traduciendo en cancelaciones.
Barcelona ha sido una de las primeras ciudades en vivir el drama de los rebrotes. Con 50 infectados por cada 100.000 habitantes y transmisión comunitaria, el pasado fin de semana entraron en vigor restricciones. El ocio nocturno está en pausa, bares y restaurantes tienen limitado el aforo un 50% en el interior y está prohibido consumir en la barra. Los comercios pueden abrir, aunque si no venden productos esenciales, hay que pedir cita previa. Pero, “¿quién va a venir si el Govern ha recomendado no salir de casa y limitar al máximo los contactos sociales?”, se pregunta Eulàlia, que tiene un puesto de ropa en uno de los mercados municipales de Barcelona.
Sólo hay un 20% de los hoteles abiertos
La primera semana de autoconfinamiento en Barcelona, Rodríguez no tuvo apenas anulaciones. Pero los brotes en toda España le pasarán factura. “Los turistas no distinguen Barcelona de Matalascañas, para ellos, todo es España”, constata. En los tres últimos días, Francia y Bélgica han aconsejado a sus conciudadanos que eviten viajar a Cataluña. Noruega y el Reino Unido han impuesto una cuarentena de catorce días a los viajeros que lleguen de España. Y tras esta decisión el gigante del turismo TUI ha cancelado todos sus vuelos del Reino Unido a España.
De los dos hoteles que la familia tiene en la calle Bruc, sólo ha abierto el Constanza. “Era el nombre mi abuela”, dice. Y sólo hay habilitadas dos de las cinco plantas. El hotel se ha reinventado. Antes de la pandemia, siempre tenía las puertas abiertas, como muestra de hospitalidad. “Ahora, la puerta está cerrada, el recepcionista atiende la mitad de la jornada a distancia y el buffet ha desaparecido, el desayuno se pide a la carta”, resume. “Todo es raro, dentro del hotel y fuera”, lamenta.
Esta película apocalíptica empezó en febrero, con la anulación del Mobile World Congress. “Entonces, ya tuvimos muchas pérdidas. Pero en nada llegó el coronavirus. Cerramos corriendo, deprisa y mal y no reabrimos hasta el 1 de julio para intentar cubrir los costes mínimos”, resume. “Podemos aguantar hasta el próximo congreso de móviles, pero si la cita se anula, no sé que será de nosotros”, admite. Después de cuatro meses, hace apenas una semana, cinco de los 20 trabajadores de la plantilla cobraron el ERTE.
Rodríguez añade que al rebajar precios para atraer a clientes, ahora tienen turistas de perfil bajo. Empezaron llegando británicos. “Ahora, venían más franceses e italianos. Muchos lo hacían en coche. Y todos se sorprenden de que la mascarilla sea obligatoria para caminar por la calle”. “Ahora ya no sé quién vendrá”, dice. En junio, al aeropuerto de El Prat llegó un 98% menos de pasajeros de lo habitual, 41.000 personas, según AENA.
El presidente del Gremio de Hoteles de Barcelona, Jordi Mestre, constata que estas restricciones son “la puntilla” para un sector que “pasará de una situación dramática a catastrófica”. En julio, sólo había abierto un 20% de los hoteles, con precios bajos y una ocupación del 20%.
Turismo de borrachera sin discotecas
En Gràcia, a la salida de unos apartamentos turísticos “low cost”, en el 25 de la calle de Aulestia i Pijoan, unos trece chavales sin mascarilla planea a primera hora de la mañana qué hará por la noche. “Sabemos que las discotecas están cerradas, pero ya nos las ingeniaremos para tener fiesta”, dicen Zaid y Billal. Vienen de Bruselas a ver a unos primos que han ido a buscarles para dar una vuelta con unas amigas. La mascarilla la llevan en los bolsillos, “por si la policía nos pregunta”. Son la fotografía del adolescente que describe María Espiau, pediatra de la Unidad de Enfermedades Infecciosas e Inmunología Pediátrica del Hospital Vall d’Hebron, “con una baja percepción del riesgo, mucha vida social y contacto físico, pero como no ha sufrido la pandemia, porque se ha infectado poco y en su mayoría es asintomático, se relaja con las medidas de protección”.
Su ruta turística es bien curiosa. “Queremos ir al Arco del Triunfo, al centro de ocio Maremagnum y al centro comercial de La Maquinista”, explica Zaid. Tras despedirse, ponen la directa hacia el centro de la ciudad, sin mascarilla. Una vecina se acerca y cuenta que están hasta el moño de estos apartamentos turísticos. Que en un piso de 80 m2 meten a una veintena de jóvenes, que por la noche hacen fiestas y es imposible dormir. Hace tres años que ponen denuncias al Ayuntamiento de Barcelona, pero no obtienen respuesta. “Son turistas de borrachera, menores de 25 años que vienen con paquetes de vuelos low cost a la 1.00 de la madrugada”, añade. “No han parado de llegar desde el fin del estado de alarma”.
Estos jóvenes no se dan cuenta de que a unos metros tienen la Casa Vicenç. Ellos se la pierden. La primera obra de Antoni Gaudí acaba de lograr el sello Safe Tourism Certified que garantiza que es un espacio seguro para visitar. En verano, lo habitual es que la cola para entrar enfile la calle Carolines. Pero con la covid nada es lo que era y una mañana de un 24 de julio, sólo hay siete personas esperando para entrar. Javier y Fernando vienen de Madrid. “Allí no estamos mejor, aunque no se diga”, comentan. “Teníamos esta escapada programada hace tiempo y no la hemos cancelado”, dicen.
Un paseo de Gràcia huérfano de turistas
Javier y Fernando disfrutarán de una visita privilegiada porque la Casa Vicenç ha reducido su aforo a un tercio. Pero encontrarán la Sagrada Familia cerrada. Y la catedral de los barceloneses, Santa Maria del Mar, cerrada, donde un vagabundo ajeno a la covid se ha acomodado en una de sus puertas. Y también las casas de la Manzana de la Discordia, la Casa Batlló (Gaudí), Casa Amatller (Puig i Cadafalch) o la Lleó Morera (Doménech i Montaner). En el Paseo de Gràcia, las tiendas de lujo ven pasar las horas. Los pocos turistas que estos días visitan Barceona pasan de largo. Los pocos que hay, como Lise y Camille, dos italianas que están de viaje de fin de curso con ocho compañeros de clase, paran para hacerse la fotografía delante de La Pedrera, una de los pocos monumentos abiertos. Camille y Lise vienen de la Lombardía, el kilómetro cero de la pandemia en Europa. Llevan la mascarilla. “Hemos vivido el drama de cerca”, dicen. Tras decretarse el autoconfinamiento para Barcelona, recibieron un mensaje de las autoridades italianas que aconsejaba avanzar el vuelo de vuelta a casa. Lo están sopesando.
Tiendas de souvenirs y heladerías cerradas
Aunque huérfano de turistas, el paseo de Gràcia mantiene su elegancia. Antes muerto que sencillo. Pero las Ramblas, donde en los últimos diez años los pakistaníes se han hecho con buena parte de los locales comerciales, dan lástima. Hay muchas tiendas de souvenirs y heladerías cerradas. La heladería de los hermanos Roca, en el Liceo, sobrevivirá, pero otras como Loco Polo han colgado el cartel de “traspaso”. El director del gremio de restauradores de Barcelona, Roger Pallerols, lamenta el mensaje confuso de las autoridades sanitarias. “Permiten abrir bares y restaurantes, pero aconsejan reducir la vida social. Las reservas han caído un 50% este fin de semana, es un cierre por la puerta de atrás”, denuncia. “Estamos en el limbo, porque si se decretara el cierre por fuerza mayor se articularían mecanismos como los ERTE por fuerza mayor”, comenta.
En la plaza Real, dos niños juegan con el agua de la fuente mientras su abuela habla con una vecina. Una imagen imposible otro julio, con decenas de turistas lidiando por una mesa en una terraza para el almuerzo.
Más abajo, en el trozo de la rambla de los artistas, no hay ni un alma. Pintores y estatuas humanas aguardan en los laterales de una rambla fantasmagórica.
Un camello en la Barceloneta
Y ¿qué pasa en el marinero barrio la Barceloneta? También hay heladerías y restaurantes cerrados. Las playas no son ni chicha ni limonada. Han reducido un 15% el aforo, pero una mañana entre semana no está ni llena ni vacía. Las terrazas con vistas al mar se van llenando a mediodía. Aunque no hay colas. Las pocas que siguen haciendo paellas en el paseo Joan de Borbó esperan algún despistado. Quien no se despista es un camello con patinete eléctrico que persigue a posibles clientes en el malecón de la playa de San Sebastián. Ve a un grupo de cinco jóvenes y se lanza a la carrera. “¿De dónde sóis?”, pregunta. “De Amsterdam”, responden. No quieren “maría”. “Ya tenemos”, dicen para sacárselo de encima. Hay cosas que no cambian.
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