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Sucesos

Dos ladronas a prisión por estafar 43.000 euros a ancianos

Las diversas sustracciones fueron tras hacerse pasar por revisoras del gas

Imagen de archivo de una detención de los Mossos d'Esquadra MOSSOS D'ESQUADRAMOSSOS D'ESQUADRA

Dos mujeres han sido encarceladas después de que los Mossos d’Esquadra las detuvieran como presuntas autoras de diversas estafas haciéndose pasar por revisoras del gas, y el cuerpo policial calcula que habían conseguido sustraer cerca de 43.000 euros de personas mayores. Los agentes las detuvieron el pasado jueves, y tienen 22 y 25 años. Son de nacionalidad peruana y argentina, respectivamente. También han quedado investigadas tres personas más, dos hombres y una mujer.

Una serie de denuncias de personas de edad avanzada en relación con estafas llevadas a cabo por falsas revisoras del gas pusieron en alerta a los investigadores, que enseguida se dieron cuenta de un elemento diferente respecto de la operativa usual en esta actividad delictiva: habitualmente, los que llevan a cabo las estafas y hurtos de falsos revisores son hombres que visten un uniforme que supuestamente los identifica como personal de empresas de suministros.

Pero, en esta ocasión, se encontraban, de manera coincidente, que quien representaba este rol eran dos mujeres jóvenes, de buena presencia y trato cordial, hecho que generaba confianza en las víctimas.

Las arrestadas han podido sustraer dinero a 13 víctimas, y las seleccionaban con “un perfil de vulnerabilidad”, ya que eran ancianos que vivían solos. Por otro lado, las arrestadas disponían de alguna manera de una base de datos de personas que respondían a un perfil de vulnerabilidad, la citada soledad de las víctimas.

Las arrestadas, en coordinación con otros investigados, habían diseñado una operativa delictiva que funcionaba de la siguiente manera: elegían a las víctimas con llamadas sistemáticas a personas de edad avanzada de manera aleatoria, hasta que encontraban alguna que accedía a recibir la visita en su casa de supuestos operarios de alguno de sus servicios de suministros.

El hecho de que cuando recibían la llamada las interlocutoras se dirigieran por el nombre y apellidos les generaba todavía más confianza y por este motivo concertaban el encuentro.

Una vez dentro del piso las dos mujeres hacían ver que revisaban la caldera y pedían que les dejaran ver las facturas antiguas para comprobar que todo estaba correcto.

Según estas fuentes, en todo momento su comportamiento era muy cordial y próximo, de forma que las víctimas seguían fiándose.

Entonces, les hacían creer que había algún error en las facturas que había generado unos cargos excesivos y que harían los trámites para devolverles el dinero que habían pagado de más, para lo cual les pedían el número PIN asociado a su libreta o tarjeta con el pretexto de que era imprescindible para llevar a cabo la devolución.

Paralelamente, otro de los falsos operarios accedía al piso por la puerta principal, que las dos mujeres se habían encargado de dejar entreabierta, para localizar la libreta o tarjeta.

Una vez se habían apoderado y en disposición del PIN que las dos estafadoras les habían proporcionado, ya podían operar de tres maneras diferentes: compras de productos a través de internet, transferencias a cuentas de testaferros a cambio de una comisión y extracciones en cajeros de dinero en metálico.

En este caso, siempre miraban de hacerlo de forma que protegieran al máximo su identidad, con mascarilla o con otros complementos que les ocultaran parcialmente el rostro, conscientes de las cámaras que hay en las entidades bancarias.

La vulnerabilidad de las víctimas, personas mayores con ingresos muy limitados en la mayoría de casos, se traducía en la precariedad económica en la que quedaban una vez les habían sustraído el poco dinero que tenían, por lo que tenían que acudir a la red de familiares y amigos para poder hacer frente a los gastos mensuales.

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