Memoria histórica

Así fue el primer Sant Jordi en Barcelona después de la Guerra Civil

Una celebración peculiar trató de recuperar la festividad del libro en la capital catalana

Una imagen del Palau de la Generalitat
El Palau de la Generalitat, llamado entonces Palacio Provincial, fue el centro de la fiesta en 1939Shooting

El 23 de abril de 1939 hacía poco más de medio mes que la Guerra Civil había acabado oficialmente y, extraoficialmente, iniciaba su andadura una dura y oscura posguerra que extendió toda su represión a muchos ámbitos, incluso la lectura. No se puede olvidar que poco antes de que concluyera la contienda, el 5 de marzo el Servicio Nacional de Propaganda del Ministerio de Gobernación hacía pública su “Nota de censura de libros”. En ella se ordenaba a los editores presentar en un plazo de 48 horas la respectiva lista con los títulos publicados desde que empezara el conflicto bélico con un objetivo: “someter a la legalidad vigente de la España Nacional cuanto se relacione con el régimen de librerías y editoriales”.

Con esos mimbres se construyeron los cestos del primer Sant Jordi que se llamó oficialmente Fiesta de las Letras, un día en el que no hubo literatura en lengua catalana. Una parte importante de la intelectualidad se había marchado al exilio. Nombres como los de Pompeu Fabra, Mercè Rodoreda, Pere Calders o Anna Murià ya estaban lejos de Cataluña. Otros se habían quedado e intentaban salir a duras penas adelante, como era el caso de Josep Pla.

Fue el entonces presidente de la Diputación de Barcelona, José María Milá Camps, primer conde de Montseny, el encargado de impulsar la celebración en la herida ciudad. No puede olvidarse que la diputación tras la supresión de la Generalitat por parte del franquismo era, junto con el Ayuntamiento de Barcelona, una de las más importantes instituciones de la dictadura en Cataluña, todas ellas controladas, como era lógico, por las clases dirigentes de la burguesía catalana simpatizante con Franco.

Para festejar el día del libro, uno de los actos más importantes fue una conferencia radiada de Juan Ramón Masoliver, delegado de Propaganda en Barcelona y que, según la Prensa de la época, era un “homenaje a las armas y las letras”. De esta manera quiso resaltar Masoliver a aquellos autores que también habían sido soldados, como eran los casos de Cervantes, Manrique, San Ignacio de Loyola o Garcilaso, sin olvidar que estábamos en 1939 ante un “naciente imperio”. Evidentemente no hubo mención alguna a la literatura que se venía haciendo antes del golpe de Franco y sus generales.

Ese primer Sant Jordi de posguerra no fue de firmas de libros ni de colas de lectores en el Paseo de Gràcia sino de actos institucionales. El Palacio Provincial, lo que antes era conocido como el Palau de la Generalitat, abrió sus puertas para acoger a los barceloneses. Sin embargo, no se pudieron llevar a cabo celebraciones litúrgicas “por la devastación de que fue objeto la capilla gótica por los rojos”, según la “Hoja Oficial de la Provincia de Barcelona”. En el patio se vendieron flores, especialmente rosas, claveles, retama y amapolas, además de estampas con la imagen del santo que luchaba contra el dragón y lacitos con la bandera de España. Como regalo, el público recibía dos postales de la capilla del Palau: una con su estado antes de la contienda y otra tal y como se lo encontraron el general Yagüe y sus hombres al entrar en Barcelona.

Se potenció que se leyera a autores españoles, especialmente los discursos de Franco y José Antonio que se convirtieron en los títulos imprescindibles de la jornada. Al régimen no le interesaban las traducciones, ni aunque se tratara de nombres imprescindibles. Por ejemplo, Josep Janés, que tanto hizo por reflotar el nivel editorial en los primeros años de la posguerra, vio como Gabriel Arias Salgado, vicesecretario de Educación Popular, le prohibía que publicara el ciclo novelístico “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Pese a que Janés alegó que parar esas edición sería una ruina para él, Arias Salgado contestó que “es preferible la ruina de un editor a que yo exponga la salvación de mi alma”.