Memoria histórica

Cartas catalanas desde el terror del nazismo

Club Editor recupera la correspondencia de Pere Vives i Clavés desde campos de concentración

Una imagen de la liberación del campo de concentración de Mauthausen
Una imagen de la liberación del campo de concentración de MauthausenArchivo

La bibliografía en torno al terror provocado por el nazismo es extensísima, pero nos siguen conmoviendo aquellas voces que narran su vivencia dentro de esa pesadilla. Club Editor acaba de publicar «Cartes des dels camps de concentració» donde podemos leer la correspondencia que Pere Vives i Clavé mantuvo cuando estuvo encerrado en diferentes campos de concentración. El libro, bajo el cuidado de Marta Marín-Dòmine, nos ofrece una mirada desde dentro gracias a la voz de un hombre que acabó muriendo en octubre de 1941 en Mauthausen, como tantos otros, probablemente víctima de una inyección letal. Tenía solo 31 años.

Poco se sabe de Vives, pero fue fundamental su amistad con el poeta Agustí Bartra quien conservó las misivas que su amigo le enviaba desde campos de concentración. Joaquim Amat-Piniella lo convirtió, bajo el nombre de Francesc, en uno de los personajes de su novela «K.L. Reich» fruto de su experiencia en Mauthausen.

La correspondencia que ahora rescata Club Editor está formada por 42 cartas, de las que que 15 fueron dirigidas a Bartra mientras que 27 a la familia. En la nueva edición se incorporan una misiva, en este caso dirigida al mismo Vives, donde se constata la solidaridad de parte de la población francesa con los republicanos españoles en el exilio, además de las cartas cruzadas entre Carme Vives, hermana de Pere, con Bartra.

Nuestro protagonista, procedente de Argelès, ingresó en el campo de Agde en mayo de 1939, siendo este el momento en el que empiezan sus cartas con Agustí Bartra. Resulta conmovedor y doloroso los comentarios que hace a su hermana Carme ocultando sus terribles circunstancias: «No estamos mal. Sobretodo yo no estoy mal. No os lo digo para tranquilizarvos [sic], sino porque es verdad».

Su familia se encargó de proporcionarle ayuda desde la distancia. Así lo apuntaba en una misiva en la que informaba que «el paquete llegó con una regularidad astronómica. Junto con la carta en que me lo anunciabais. Se trata de un éxito de normalidad inesperado. Esto me ha entusiasmado demasiado». Igualmente podemos saber algunos detalles del día a día en un campo de concentración nazi: «Me he fumado el tabaco, me he puesto los calcetines y he utilizado ya dos pañuelos. El tabaco es una delicia, mucho mejor que el francés, los calcetines son comprados por vosotras según el modelo personal tan distinto de los ejemplares que nos mandan unas infinitamente lejanas y terriblemente anónimas sociedades filantrópicas. Los pañuelos han sido la solución de un problema. Y además he visto la P y la V, mis iniciales, para eso no soy nada distraído. Después de un año, ¡esa P y esa V quieren decir tantas cosas!»

En la citada carta, Pere Vives no ahorra los problemas que sufre en cuanto a lo que el llama «bugada», reconociendo que «a veces... lavo. De una manera tan rudimentaria e inútil, que a pesar de gastar dos pastillas de esas de media libra para cada muda, la ropa protesta y se niega, por principio, a hacer ostensible el lavoteo. A mí me parece que tanto jabón da derecho a más. Hago, a pesar de eso, verdaderos progresos. Y algún día, os haré una demostración en el lavadero. Y os quedaréis admiradas».

Por desgracia, Pere Vives nunca pudo hacer esa demostración porque nunca volvió a ver a su familia. Por todo ello, probablemente la carta más dura de todo el libro es la que redacta un funcionario alemán de la Cruz Roja a Conxita Clavé. Es del 7 de julio de 1944. En ella se apunta que «el ciudadano español Pedro VIVES CLAVE, nacido el 24/2/1910 en Barcelona, murió el 31/10/1941 en el campo de Mauthausen».

Pere Vives i Clavé era consciente, cuando escribía a su familia, que no lo tenía fácil para salir del campo de concentración, para poder escapar de esa pesadilla en un momento en el que aún estaba lejos el final de aquella larga guerra. Sin embargo, no perdía la esperanza porque «esperar no es una solución, ya lo sé, pero buscar soluciones en estos momentos equivale a una tentativa desesperada de suicidio o de ingreso en un manicomio. Esperar es una manera –provisional– de aceptar la vida».