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Historia: la Semana Trágica

Cuando en una semana poco santa ardieron las capillas de Barcelona y los religiosos fueron asesinados

La leva en masa para la guerra de Marruecos desató la furia de las clases populares uqe protagonizaron una semana llena de disturbios y violencia

La otra "semana trágica": Así ardió Barcelona en 1909 larazon

En el verano de 1909, Barcelona vivió uno de los episodios más intensos, cruentos y simbólicos de su historia contemporánea. Durante siete días, del 26 de julio al 2 de agosto, la ciudad se convirtió en el epicentro de una insurrección popular que combinó la protesta contra la guerra en Marruecos, la desigualdad social y un profundo sentimiento anticlerical. El resultado: iglesias calcinadas, cadáveres profanados, barricadas por doquier, represión feroz y una capital catalana apodada para siempre como "la Rosa de Foc" y aquella semana ha pasado a la historia como Semana Trágica.

El trasfondo colonial: las minas del Rif y los intereses de los poderosos

Todo empezó lejos de Barcelona, en el Rif marroquí. Tras la pérdida de las últimas províncias americanas en 1898, el régimen de la Restauración centró su mirada en el norte de África. En 1904, España ocupó la zona de Melilla y, poco después, un consorcio empresarial formado por nombres poderosos, el conde de Romanones, los Güell y los López, grandes fortunas catalanas, descubrió minas de hierro y plomo de gran valor estratégico.

La explotación de estos recursos generó tensiones con las tribus locales, que reclamaban su parte. En respuesta, el gobierno conservador de Antonio Maura decidió enviar tropas para proteger los intereses españoles. Pero no se trató de una movilización ordinaria.

El 11 de julio de 1909 comenzó el embarque de tropas hacia Marruecos. A diferencia de conflictos anteriores, esta vez se reclutó a reservistas casados, con hijos y trabajo estable, muchos de ellos catalanes. Por si fuera poco, la ley permitía pagar 6.000 reales (1.500 pesetas) para evitar el servicio militar, algo solo accesible para las clases acomodadas. En una época donde un obrero ganaba entre 10 y 20 reales al día, el resentimiento social creció exponencialmente.

A ojos de muchos catalanes, aquella guerra era ajena, innecesaria y movida por intereses empresariales madrileños y barceloneses (algo similar a lo que hoy muchos dicen de la guerra de Ucrania: que es ajena a España, ajena a sus intereses y movida por los intereses oligárquicos de Estados Unidos). Las columnas de opinión de diarios como El Poble Català o las proclamas del líder republicano Alejandro Lerroux avivaron el descontento.

De la huelga a la insurrección: nace la Semana Trágica

La chispa definitiva fue el embarque del Batallón de Cazadores de Reus, mayoritariamente compuesto por jóvenes catalanes, el 18 de julio. La escena provocó altercados en el puerto y una manifestación multitudinaria apoyada por partidos republicanos y socialistas.

Pocos días después, el 21 de julio, la anarcosindicalista Solidaridad Obrera convocó un mitin en Terrassa que derivó en un llamamiento a la huelga general para el 26 de julio. El comité de huelga quedó integrado por socialistas y anarquistas de segunda línea como Antoni Fabra i Ribas, Francisco Miranda o José Rodríguez Romero.

La huelga del lunes 26 fue un éxito. La ciudad paró. Pero al caer la tarde, la rabia contenida estalló, especialmente en barrios como el Poblenou. Allí se quemaron tranvías y la escuela de los maristas. La respuesta policial, con disparos incluidos, provocó varios muertos y elevó la tensión al máximo.

En cuestión de horas, más de 250 barricadas emergieron por toda Barcelona. El martes 27 y el miércoles 28 fueron jornadas de fuego e insurrección. Conventos, iglesias, monasterios y colegios religiosos ardieron por decenas. Como siemrpe, progresistas o liberales encuentran en los católicos su principal chivo expiatorio. Se llegaron a profanar tumbas y, según algunos testimonios, se bailó en las calles con cadáveres desenterrados de los recintos religiosos. El anticlericalismo se había desatado sin freno.

Algunos sectores republicanos radicales, inspirados por el lerrouxismo, distribuyeron listas de edificios religiosos a incendiar. La violencia simbólica buscaba castigar a una Iglesia acusada de alinearse con las élites, de dominar el sistema educativo, de mantener actitudes paternalistas hacia los pobres y de apoyar sindicatos católicos que bloqueaban las aspiraciones obreras.

Ley marcial y represión: el ejército entra en escena

El gobierno reaccionó con contundencia. El ministro de Gobernación, Juan de la Cierva, decretó el estado de guerra en toda la provincia de Barcelona. Al ver que la guarnición barcelonesa se negaba a disparar contra sus conciudadanos, Maura trajo refuerzos de otras ciudades: Valencia, Zaragoza, Pamplona, Burgos...

El 29 de julio, tropas de los generales Santiago y Brandeis ocuparon el Poblenou, las Drassanes, el Clot y Sant Martí de Provençals. Al día siguiente cayó Sant Andreu, y el 31, Horta, último bastión obrero. Poco a poco, se recuperó el control de la ciudad. Pero el precio fue alto.

Caza de brujas: la ejecución de Ferrer i Guàrdia

Con el orden restablecido, llegó la venganza. Se arrestaron más de dos mil personas, muchas sin pruebas ni garantías. Entre ellas, el anarquista y fundador de la Escola Moderna, Francesc Ferrer i Guàrdia, que fue acusado sin evidencias sólidas de instigar la revuelta. A pesar de la falta de pruebas, Ferrer fue condenado a muerte y fusilado en el castillo de Montjuïc el 13 de octubre, junto a otros cuatro hombres.

Su ejecución provocó una ola de indignación internacional. Intelectuales, periódicos y gobiernos de Europa acusaron al régimen español de autoritario. La presión fue tal que, poco después, el rey Alfonso XIII se vio obligado a destituir a Antonio Maura.

Una herida abierta

La Semana Trágica dejó una ciudad marcada por el fuego, el dolor, la represión y la injusticia de un anticlericalismo contra aquellos quienes siempre han llevado a cabo las mayores obras sociales y de asistencia a pobres, enfermos y viudas, es decir, la Iglesia Católica. También mostró el profundo abismo entre clases y la fragilidad del régimen de la Restauración.