
Curiosidades
La desconocida conexión del Papa León XIV con la Guerra Civil española y con Pont de Molins (Cataluña)
¿El secreto? La cruz pectoral del Pontífice

Desde hace unos meses, la Iglesia católica vive un nuevo tiempo con la elección de León XIV, el papa agustino que sucedió a Francisco en mayo de 2025. Cada pontífice trae consigo un estilo, una sensibilidad espiritual y también unos símbolos propios. En el caso de León XIV, uno de los detalles que más ha llamado la atención desde su primera aparición en el balcón de San Pedro fue la cruz pectoral que llevaba colgada: un relicario de gran valor espiritual que contiene fragmentos de santos vinculados a la Orden de San Agustín. Entre ellos están san Agustín de Hipona, santa Mónica, santo Tomás de Villanueva (español)… y un nombre que conecta directamente al nuevo Papa con la historia reciente de España: el beato Anselmo Polanco, obispo de Teruel asesinado en 1939 durante la Guerra Civil.
La presencia de esta reliquia en el corazón del pontífice no es un gesto menor. León XIV recibió esta cruz como regalo de sus hermanos agustinos dos años antes de su elección, cuando lo eligieron cardenal. En ella, la Orden quiso resumir la memoria de los cristianos perseguidos y la continuidad de ese testimonio en la vida de la Iglesia. Pero, al incluir a Polanco, la cruz se convierte también en un puente silencioso entre Roma y uno de los episodios más dolorosos del siglo XX español.
Un obispo en tiempos de fractura
Anselmo Polanco Fontecha nació en 1881 en Buenavista de Valdavia (Palencia) en el seno de una familia humilde. Ingresó de adolescente en la Orden de San Agustín, donde destacó por su inteligencia y disciplina. Tras completar sus estudios de filosofía y teología, fue ordenado sacerdote en 1904. Tres décadas después, en 1935, Pío XI lo nombraría obispo de Teruel y administrador apostólico de Albarracín, a las puertas de un periodo que marcaría su vida para siempre.
Desde su llegada a la diócesis, Polanco advirtió que se aproximaba un tiempo de definiciones morales y políticas. En vísperas de las elecciones de febrero de 1936 (las que ganó el Frente Popular), difundió una circular en la que advertía a sus fieles de la confrontación entre “los defensores de la religión, la propiedad y la familia” y “los voceros de la impiedad marxista”. Aquellas palabras reflejaban una mentalidad extendida en buena parte del episcopado y preludiaban la tormenta que se avecinaba.
El estallido de la guerra
Cuando en julio de 1936 se produjo el golpe militar y el inicio de la Guerra Civil, Teruel quedó dentro de la zona sublevada. Polanco se alineó públicamente con el movimiento sublevado y llegó a calificar la contienda como una “cruzada”, en sintonía con la Carta colectiva del episcopado español que él mismo firmó un año después.
La ciudad vivió meses de asedio y extrema violencia. Polanco decidió no abandonar a su pueblo, aun sabiendo que corría peligro. Tras el cerco republicano y la destrucción del seminario, se refugió en el convento de Santa Clara, donde fue detenido el 8 de enero de 1938 junto a otras autoridades civiles y militares.
A partir de ese momento comenzó para él un periplo carcelario que lo llevó por Valencia, Barcelona y diversos centros de detención habilitados por el Gobierno republicano. Fue interrogado en varias ocasiones y, aunque algunos ministros, como Indalecio Prieto o Manuel de Irujo, intentaron protegerlo o incluso facilitar su salida de España, las tensiones internas del Gobierno y la propia deriva de la guerra frustraron cualquier intento de liberación.
Aun en cautiverio, Polanco mantuvo un espíritu firme. Cuando un interrogador le preguntó si cambiaría algo de la Carta colectiva de los obispos (en la uqe calificaban la contienda como cruzada), respondió con serenidad:
—La fecha. Deberíamos haberla escrito antes.
El camino hacia Pont de Molins
Con el avance franquista en Cataluña a principios de 1939, las cárceles republicanas comenzaron a evacuarse de forma precipitada. El obispo Polanco fue trasladado con otros prisioneros a través de varias localidades, Santa Perpètua de Mogoda, Campdevànol, Ripoll, Puigcerdà, Figueres, en una huida desesperada hacia la frontera.
El 7 de febrero de 1939, muy cerca de Pont de Molins, municipio de la provincia de Girona, ocurrió el desenlace. Un grupo de soldados republicanos, actuando en un contexto de caos militar y total descomposición del frente, sacó a 42 prisioneros del convoy. Entre ellos estaban Polanco, su vicario general Felipe Ripoll, y diversas autoridades militares capturadas en Teruel. Los llevaron hacia el barranco de Can Tretze, junto al cauce del río Muga, donde fueron fusilados. Después, sus cuerpos fueron empapados en gasolina y quemados.
A día de hoy, las circunstancias exactas de la orden siguen siendo objeto de debate histórico. Algunos señalan su carta pastoral contra el marxismo como motivo principal; otros apuntan a una venganza en el marco de la retirada republicana, marcada por bombardeos franquistas continuos sobre civiles y militares en fuga.
Lo que sí es indiscutible es que Pont de Molins se convirtió para la Iglesia española en uno de los lugares de martirio más representativos del final de la contienda.
Un mártir para la Iglesia universal
Durante semanas, el bando sublevado desconoció el paradero de Polanco. No fue hasta finales de febrero de 1939 cuando se descubrieron los cuerpos en el barranco de Can Tretze. Su muerte causó un gran impacto, incluso entre militares republicanos católicos como el general Vicente Rojo, que trató de esclarecer lo ocurrido. En 1994, san Juan Pablo II reconoció oficialmente su martirio, y un año después fue beatificado junto a otros obispos asesinados durante la guerra. Sus restos reposan hoy en la catedral de Teruel.
Que la reliquia de Anselmo Polanco forme parte de la cruz pectoral del Papa León XIVvincula directamente su pontificado con los episodios de persecución religiosa del siglo XX y con la trayectoria de un obispo agustino marcado por la Guerra Civil.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


