
Arte
El misterio de la cabeza dibujada por Picasso
Una galería de Barcelona expone una obra de la época precubista del pintor

En las galerías de arte de Barcelona es fácil encontrar joyas, piezas que son dignas de museo. Otra cosa es que sean accesibles a todos los bolsillos, pero sí es evidente que muchas de ellas nos ayudan a conocer algunos de los momentos más destacados de la historia del arte. Un buen ejemplo es un magnífico dibujo que en la actualidad puede verse en la galería J. Bagot, en la calle Consell de Cent, y que nos traslada al momento en el que un joven Pablo Picasso buscaba un nuevo lenguaje, una manera de explorar nuevos límites desde un punto de vista plástico.
Nos encontramos ante el retrato de una mujer de perfil realizado en una pequeña hoja. Sus medidas son 12,1 por 16,2 centímetros y ha sido algo viajero porque sabemos que ha pasado por galerías y colecciones de Nueva York y Londres hasta acabar expuesto en Barcelona, al fin y al cabo, una ciudad picassiana. Firmada por su autor, sin embargo no tiene fecha, aunque los responsables de la galería creen que el dibujo pudo ser elaborado entre 1902 y 1905. Vamos a intentar fijar un poco más el momento en el que Picasso se puso ante la hoja en blanco, hoy algo amarillenta, y empezó a trazar esa cabeza de mujer.
La pieza nos traslada a un momento concreto de la biografía del pintor, cuando está trabajando en su mítico estudio del Bateau Lavoir, en el barrio parisino de Montmartre. Estamos a principios de 1905, cuando en el taller de Picasso entra para posar una modelo profesional de la que por desgracia solamente sabemos su nombre: Juliette. Que se llamaba así se sabe porque el propio Picasso apunta su nombre en la parte superior izquierda de un dibujo que hoy se encuentra en una colección particular. Es otro perfil que podríamos definir como hermano del que ahora está en Barcelona. Pero hay más, concretamente un boceto, igualmente en manos privadas, de nuevo un perfil, en el que Picasso omite el peinado de la retratada: solamente le interesan los rasgos del rostro. Esta última composición, y que se puede encontrar en el sexto tomo del imprescindible catálogo razonado elaborado por Christian Zervos, tiene un título en dicho estudio que nos facilita la pista que necesitamos: «Mujer con abanico (estudio)».
A Picasso le gustaba enfrentarse a los clásicos, a los grandes maestros, ya fueran los cercanos a él en el tiempo o los ya lejanos, pero con un magisterio que no podía dejar de lado. Estamos en 1905 y Picasso fija su atención en una tela de su idolatrado Velázquez, la llamada «Mujer con abanico». Picasso no duda en releer ese cuadro con la presencia ayuda de Juliette como modelo. Para que no haya duda de ello dibuja otra vez a la modelo de manera delicada en un boceto que se guarda en la actualidad en la National Gallery of Victoria, en Melbourne. Es el mismo rostro de perfil, aunque con un peinado que modificará en la pintura final que conocemos como «Mujer con abanico».
Entre el 4 y el 9 de marzo, el dibujo estará en Madrid, concretamente en el Salón de Arte Moderno que se celebra en la Fundación Carlos de Amberes.
Por otro lado, lo que se presenta en estos días en Barcelona abre las puertas a la búsqueda de un nuevo lenguaje picassiano. Poco a poco, el pintor empezará a deshacerse de la sombra alargada de las épocas azul y rosa, aunque para eso tendrá que esperar un año, justo en el momento preciso en el que se enfrentará al retrato de la escritora y mecenas estadounidense Gertrude Stein, tan decisiva para ese Picasso. Todavía tendrá que esperar para beber del románico que se encontrará cerca de las montañas del Pirineo, concretamente en la localidad de Gòsol. De allí surgirá una chispa que se traducirá posteriormente en una tela decisiva tanto para Picasso como para el mundo del arte y que es conocida como «Las señoritas de Aviñón». El dibujo de J. Bagot es la antesala a esa revolución cubista, a esa explosión de formas y ruptura de la imagen hasta entonces plana y en dos dimensiones de una manera de entender el oficio de pintor.
Esa fascinación por lo nuevo, con el permiso de los clásicos, esa ruptura con lo prefijado, es lo que convierte a Pablo Picasso en un mito, en un gigante al que seguimos estudiando con fascinación. Cada nueva tesela que aparece del extraordinario mosaico merece ser atendida y recogida para que nos ayude a comprender al genio. En este sentido, el dibujo que tenemos la posibilidad de contemplar en Barcelona es imprescindible. También nos permite rescatar a una de las mujeres que han quedado más difuminadas en el mundo de Picasso, la misma que en ese 1905 también aparece en las páginas de una libreta de apuntes que comparte con el poeta Max Jacob.
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