Independentismo
Ocho años después del referéndum del 1-O: de desafiar al Estado, a ser socios de Sánchez
El independentismo está en una etapa completamente diferente
El 1 de octubre de 2017 pasó a la historia como el día en que el independentismo catalán trató de forzar las costuras del Estado con un referéndum ilegal. Lo que entonces parecía un movimiento imparable, capaz de llenar calles y urnas, se ha ido diluyendo con el paso de los años. Hoy, en su octavo aniversario, el panorama que ofrece el soberanismo dista mucho de aquel pulso desafiante: partidos divididos, estrategias enfrentadas, un peso político cada vez menor y cada vez menos apoyo civil.
La supuesta unidad del bloque independentista nunca fue sólida. Junts y ERC, los grandes protagonistas de aquellos días, hoy se lanzan reproches constantes y han optado por caminos distintos. Ambos han pasado de la épica de “hacer la república” a convertirse en socios necesarios de Salvador Illa en Cataluña y de Pedro Sánchez en Madrid. La retórica maximalista ha dado paso a negociaciones de autogobierno, mejoras de financiación y cesiones puntuales, mientras las encuestas reflejan una pérdida de votos constante y la imposibilidad de volver a gobernar en solitario.
Además, les ha salido un competidor: Aliança Catalana. El partido de Sílvia Orriols, más independentista y anti española que nadie, ha roto todos los esquemas al situarse como la principal opositora del "procesismo" (para ella, una especia de establishment independentista que engañó a los catalanes). Además, en el eje ideológico se sitúa claramente más a la derecha de Vox, al menos en temas como la inmigración y la islamofobia. Según la última encuesta, Orriols obtendría 19 escaños en el Parlament, cerca de los 21 de Junts y de los también 21 de ERC.
Entidades en crisis y líderes cuestionados
La fractura no solo afecta a los partidos. Las entidades civiles que fueron motor del procés, ANC y Òmnium Cultural, y del postprocés, Consell de la República, atraviesan también un momento de debilidad. Con crisis internas, dimisiones, descensos en la militancia y fuertes críticas a los liderazgos de figuras como Lluís Llach o Jordi Domingo, su capacidad de presión ya no es la de antaño. La desconexión con los partidos ha roto la simbiosis que durante años mantuvo viva la movilización en las calles.
Los números hablan por sí solos. De las Diadas que congregaban a millones de personas se ha pasado a manifestaciones que apenas reúnen a unas decenas de miles, cuando no son deslucidas por divisiones internas o incluso por la lluvia. El independentismo, que en 2017 parecía tener la iniciativa política y social, hoy se encuentra atrapado en un laberinto de reproches cruzados y sin hoja de ruta común.
Ese poco apoyo también se refleja en las urnas. Según las últimas encuestas, el independentismo goza de un apoyo algo inferior al 40%. Aunque sigue siendo una cifra alta, es la más baja desde que se tienen registros y se situaba en un 48%.
La conclusión es evidente: Cataluña no tiene un Estado propio, los partidos que promovieron el 1-O son ahora socios de un Gobierno al que antaño acusaban de represor, y la fractura interna ha reducido al independentismo a un actor desgastado, dividido y en retroceso. El sueño de un “tsunami” que iba a transformar España ha acabado en un mar de desencuentros.