Opinión

Los Premios Nobel de Literatura

¿Son los méritos literarios el único criterio por el que se rige la Academia Sueca?

FILED - 16 October 2019, Hesse, Frankfurt/Main: Norwegian author Jon Fosse speaks at the Frankfurt Book Fair. Norwegian writer Fosse wins Nobel Prize in Literature. Photo: Jens Kalaene/dpa (Foto de ARCHIVO) 16/10/2019 ONLY FOR USE IN SPAIN
Deconatus, "triunfo" de editorial independiente que confió en España en el 'olvidado' Jon Fosse, nuevo Premio NobelDPA vía Europa PressEuropa Press

Como es norma y tradición, el primer jueves de octubre se daba a conocer el ganador del Premio Nobel de Literatura, que este año ha recaído en el escritor noruego Jon Fosse. Y también en esta ocasión, los aspirantes que ocupaban los primeros puestos en las quinielas (el japonés Murakami, el rumano Cartarescu, el británico-estadounidense de origen indio Salman Rushdie…) se habrán visto obligados a pasar el mal trago de la decepción.

La misma decepción que en su día se llevarían algunos de los grandes nombres de la literatura universal desde que, en 1901, se otorgara el primer galardón. Porque los designios de la Academia Sueca son inescrutables y han dejado sin el reconocimiento del premio literario más prestigioso a autores que hoy se consideran imprescindibles en el canon literario del siglo pasado. Es el caso de Tolstoi, de Proust, de Ibsen, de Kafka, de Nabokov… Y en la literatura en lengua española, el de Borges, acaso el más clamoroso de todos. Claro está que los gustos y apreciaciones cambian con el paso del tiempo, y autores que en vida gozaron del favor de la crítica y del aplauso popular son relegados al olvido en las generaciones siguientes, y al revés, escritores desapercibidos en su época han sido posteriormente encumbrados y glorificados. (Como curiosidad, también hubo quien rechazó el premio: Pasternak, el autor de El doctor Zhivago, obligado por el gobierno soviético, en 1958, y Sartre, en 1964, por temor a que, aceptándolo, perdería su condición de filósofo.)

Se les ha acusado, a los señores académicos del Nobel, de haberse aficionado a las componendas, de preocuparse demasiado por contentar o no a un determinado país o régimen político, de ponerse las anteojeras ideológicas a la hora de votar, de guiarse por criterios geográficos, de atender a la proyección pública y desatender los méritos individuales de los candidatos, de tener en cuenta otros factores además de los estrictamente literarios.

Baste, para ilustrar lo anterior, con repasar los Nobel españoles. José Echegaray (¿quién se acuerda hoy de él?) fue el primero en recibirlo, en 1904, y mereció la desaprobación y el rechazo de los autores de la Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-Inclán, los hermanos Machado…), que protestaron públicamente contra el fallo por considerar anticuado su teatro. ¡Olvidarse de Galdós y premiar a Echegaray! En 1922 le fue otorgado a Jacinto Benavente, el creador de la comedia burguesa española. Juan Ramón Jiménez fue el siguiente en recibirlo, en 1956, cuando el autor de Platero y yo, exiliado desde 1936, vivía en Puerto Rico. En 1977 lo obtuvo Vicente Aleixandre, y se entendió que con él se premiaba a toda una generación poética, la del 27. Y doce años más tarde, en 1989, lo alcanzaba Camilo José Cela.