Ciencia
¿Seguro que necesitas una máscara contra el coronavirus?
Las máscaras son una herramienta necesaria para el control de epidemias, pero quizá no la estés usando correctamente
Nos guste o no, la palabra coronavirus está en el aire y el miedo a una epidemia descontrolada se propaga mucho más rápido que el propio virus. Lo que sabemos de la enfermedad hasta ahora nos invita a mantener la calma, pero seguramente pase por su cabeza la posibilidad de comprar una máscara. Solo por si acaso.
Y no es solo usted. Incluso antes de que el virus llegara a nuestras fronteras, ya se había registrado un aumento masivo de ventas de máscaras en farmacias y a través de Internet. El culpable de esta antelación es nuestra propia percepción de la máscara. Pensamos que son una herramienta protectora contra los virus, y que si la llevamos no nos pasará nada… y precisamente por ese motivo las estamos usando mal.
Diferentes barreras
No todas las máscaras son iguales. Existen diferentes tipos, con características que las hacen apropiadas para protegerse de diferentes amenazas, tanto químicas como biológicas. Si nos fijamos en las máscaras útiles ante una epidemia y que podamos obtener fácilmente, debemos centrarnos en dos tipos: las mascarillas quirúrgicas y las mascarillas FFP.
La mascarilla quirúrgica o médica es la que estamos acostumbrados a ver en los medios. Es barata, se suele vender en cajas de cien unidades y habitualmente tienen color verde o azul. Son desechables, así que si se usa debe ser retirada al final del día o si tenemos sospechas de haber sido contaminados.
El funcionamiento de estas máscaras se basa en superponer capas de tejido que actúen como una red de malla. Si una partícula es más grande que el tamaño de los agujeros de la red se queda en el exterior, y si es más pequeña puede atravesarla perfectamente. Gracias a eso podemos respirar el aire del exterior pero sin partículas grandes como polvo o ceniza.
Según el número de capas y su material, tendremos diferentes tipos de máscaras quirúrgicas. La tipo I es la más desprotegida, la tipo II tiene una red mucho más intrincada y filtra más, y la tipo IIR incluye un tratamiento con compuestos hidrófobos que repelen líquidos con base de agua, evitando que puedan filtrarse salpicaduras de sangre o saliva.
La segunda categoría son las máscaras autofiltrantes. Son aquellas que no dependen de manera exclusiva de las capas de la máscara, sino que incluyen materiales especiales capaces de filtrar el aire, normalmente carbón activado. Este tipo de carbón esta molido y tiene mucha superficie, a la que se adhiere todo tipo de compuestos químicos. De este modo se usa como filtro, obligando a el aire contaminado a pasar cerca del carbón y dejar pegado cualquier compuesto químico potencialmente tóxico.
Un ejemplo son las máscaras completas, que tienen filtros de carbón activado conectados a la máscara y que deben ser cambiados cada cierto tiempo. Se suelen usar para evitar gases químicos, siendo absorbidos por el carbón activado. Eso sí, el filtro también adsorbe parte del oxígeno de entrada, por lo que el usuario respira peor y son incomodas de llevar mucho tiempo.
Dentro de esta categoría, las máscaras más sencillas son las FFT, y su mejor ejemplo es el respirador N95, famoso por ser el modelo oficialmente recomendado por la OMS en casos de epidemia. Combina en su interior varias capas de tejido y una capa fina de carbón activado, lo que le permite filtrar el 95% de las partículas del aire. Además, estas máscaras llevan una pequeña válvula que no está encargada de filtrar, sino que se abre cuando expulsamos el aire pero se bloquea al aspirar, obligando a el nuevo aire a atravesar las diferentes capas y evitando que se genere demasiada humedad dentro de la máscara.
¿Cuál es mejor? ¿La máscara quirúrgica o la N95? Curiosamente no está claro. Se han realizado estudios con ambos tipos de máscara, comprobando su protección durante la anterior epidemia de la gripe aviar. Se concluyó que ambas protegen de una manera similar. Si acaso la N95 funciona un poco mejor, aunque no sea una diferencia estadísticamente significativa.
Pero hay algo más importante que elegir uno u otro tipo de máscara. Si de verdad queremos usar una máscara de manera efectiva para frenar una epidemia, tendremos que cambiar la manera de percibirla. La máscara no es un escudo para evitar ponernos enfermos, sino una herramienta para que otros no enfermen.
Atacar al arquero
Muchas veces decimos que algunos virus se transmiten “por el aire” pero esto es inexacto. Los virus no pueden volar por el aire o viajar en una nube. Solo son activos e infecciosos si permanecen en un medio acuoso y acceden a nuestro cuerpo de alguna manera. Para lograrlo, los patógenos siguen dos tipos de estrategias.
Los patógenos como el virus de la gripe o el coronavirus se replican en el cuerpo del paciente enfermo, generando un fluido viscoso que coloquialmente reconocemos como moco o flemas. En estos fluidos se acumula el virus, y la tos y estornudos de la enfermedad actúan como una catapulta para lanzar el virus a otros individuos sanos. A este método se le conoce como transmisión por microgotas, y por el tamaño de las mismas su alcance es bajo. Solo pueden contagiar a aquellos que estén situados a un metro de la persona enferma o toquen algo ya contaminado y se lleven la mano a la boca.
La segunda estrategia es la transmisión por aerosoles. En este caso, cuando el paciente habla o sopla expulsa microgotas con el virus latente. Estas gotas son más ligeras y pueden permanecer en el aire a distancias mayores. Es el sistema de transmisión favorito de algunos virus como el sarampión, pero recientemente se sospecha que todos los patógenos que usan la tos y los estornudos para esparcirse también usan este segundo método, por lo que lo ideal es protegernos de ambos.
Vamos a considerar el primer escenario: usted está sano y se sitúa frente a un infectado que no deja de toser hacia usted. Vamos a protegerle con una máscara N95 como recomienda la OMS.
Las microgotas con el virus que incidan sobre la máscara no llegarán a atravesar toda la serie de filtros que la componen. No porque el virus sea más pequeño, que realmente lo es. Sino porque al estar suspendido en la gota, esta se quedará atrapada entre las múltiples capas de la máscara y el carbón activado. Hará falta una gran proporción de fluido golpeando la máscara para lograr empaparla y atravesarla, algo que en condiciones normales es casi imposible.
Por lo tanto, nuestro sistema respiratorio estará protegido por la máscara, pero el problema viene del resto de nuestro cuerpo descubierto. Tendremos salpicaduras con carga vírica en nuestra ropa, nuestras manos y nuestra cabeza. En principio no hay problema: los virus de tipo respiratorio no son capaces de acceder a nuestro cuerpo a través de la piel. Pero si nos tocamos con la mano contaminada la boca, la nariz o los ojos seremos nosotros mismos los que nos hayamos provocado el contagio.
Además, la mucosa del ojo sí que es un vehículo de entrada para muchos virus, incluidos los respiratorios. Las máscaras quirúrgicas y las FFT no protegen los ojos y muchos científicos que deben trabajar con este tipo de patógenos incluyen capuchas y gafas protectoras. Estas evitan que haya alguna gota que acceda al ojo pero también protege del contacto inconsciente de sus propias manos contaminadas.
Por lo tanto, en el escenario que hemos planteado llevar una máscara tampoco nos protege tanto de un posible contagio. Si lo queremos hacer bien tendremos que tener unas medidas cuidadosas de higiene, como lavarnos las manos a menudo y no llevarnos las manos a la cara. Pero antes de empezar a buscar capuchas y gafas protectoras, pensemos en otro escenario.
Ahora tenemos otra vez al sujeto sano y al enfermo, pero ponemos la máscara al enfermo. Da igual lo que la enfermedad le haga toser o estornudar. Mientras lleve la máscara las microgotas permanecerán dentro y no saldrán al exterior. Incluso las manos y la ropa del propio enfermo permanecerá libre de virus y los sanitarios que entren en contacto con él estarán protegidos.
En resumen, no hay que atacar a las flechas, sino al arquero. Si mantenemos al paciente enfermo o sospechoso de estarlo con la máscara, podremos controlar la epidemia fácilmente. Este concepto está especialmente extendido en Asia. Cuando vemos imágenes de personas en el metro llevando máscara no estamos viendo a alguien hipocondríaco, sino a alguien enfermo. Probablemente no tenga más que un resfriado, pero considera que es su responsabilidad evitar contagiar al resto.
Las medidas de la OMS en el tratamiento de las epidemias incluyen muchos más consejos para los enfermos que para los sanos, ya que de ellos depende evitar la propagación de la enfermedad. Si estamos enfermos o sentimos que incubamos algo, lo que mejor podemos hacer es toser o estornudar en el antebrazo (que no toca tantos objetos como las manos), lavarnos las manos a menudo, y reposar en casa evitando multitudes.
Es cuestión de cultura. Si está pensando en conseguir una máscara, ya sabe el mejor uso que le puede dar: evitar todo lo posible que la epidemia llegue a los más vulnerables, aquellos con asma, niños y ancianos. Si no tiene máscara, al menos tosa en el antebrazo. Puede salvar más vidas de las que piensa.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Como es obvio, llevar máscara es mejor que no llevar nada, por lo que su efecto ante una epidemia es claramente positivo. En lo que realmente se centra el artículo es en la necesidad de que la gente enferma lleve la máscara.
- Se cree que el nuevo coronavirus tiene un periodo de incubación de hasta quince días prácticamente sin síntomas, aunque ya sea contagioso. En un caso así es imposible saber si llevar máscara o no. Por ese motivo se recomienda el uso de máscara para la mayor parte de la población.
REFERENCIAS:
- Guias Máscaras Quirúrgicas y FPP :: Sociedade Galega de Medicina Preventiva e Saúde Pública. Acceso 3 Feb. 2020.
- Smith, Jeffrey D., et al. “Effectiveness of N95 Respirators versus Surgical Masks in Protecting Health Care Workers from Acute Respiratory Infection: A Systematic Review and Meta-Analysis.” CMAJ, vol. 188, no. 8, Canadian Medical Association, May 2016, pp. 567–74, doi:10.1503/cmaj.150835.
- Radonovich, Lewis J., et al. “N95 Respirators vs Medical Masks for Preventing Influenza among Health Care Personnel: A Randomized Clinical Trial.” JAMA - Journal of the American Medical Association, vol. 322, no. 9, American Medical Association, Sept. 2019