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El paraguas asesino de la Bulgaria comunista

El asesinato de Markov parece sacado de una novela de espías, desde la elección del veneno hasta la creación del dispositivo para administrárselo.

Paraguas rojo de stock
Paraguas rojo de stockanónimoCreative Commons

Georgi Ivanov Markov tenía 40 años cuando abandonó su patria. El 1969 desertó y viajó de su Bulgaria natal hasta Londres. El régimen comunista se había vuelto más represivo de lo que él podía tolerar y bajo la mano del presidente Todor Zhivkov la situación no tenía visos de mejorar. Hacía ya nueve años desde que Markov había cambiado la musaca búlgara por el fish and chips y a la orilla del Támesis había continuado practicando la escritura. No obstante, Londres supuso algo más para este novelista.

Inglaterra le proporcionó la libertad de expresión que su espíritu crítico clamaba. Pronto le dieron púlpitos desde los que platicar. Ya fuera en la radio o en la prensa, Markov se había vuelto una figura pública, la voz más crítica hacia la Bulgaria comunista y sobre todo hacia su presidente. Esa era su forma de luchar por su patria, desde el exilio y criticando a quienes la habían arruinado. No obstante, todo acabó de forma repentina. Tan solo había sido un pinchazo en la pierna, algo apenas perceptible. Tres días después, Markov había muerto y el arma del crimen fue un paraguas.

Novelas de espías

Un pinchazo, un paraguas y la muerte en tres días. Suena a un buen argumento con el que comenzar una novela de espías y, de hecho, mejor a medida que profundizamos en la historia. Todo empezó el 7 de septiembre de 1978. Markov estaba en el puente de Waterloo, esperando de pie junto a la marquesina donde pararía el bus. Fue entonces cuando sintió el pinchazo en su pantorrilla, agudo y rápido. Se giró algo sobresaltado para comprobar qué había sido eso, y aunque todavía no lo sabía, sus ojos se cruzaron con los de su asesino. Todo estaba hecho.

Allí había un caballero bien vestido, sosteniendo en su mano un paraguas cerrado, como si fuera un bastón. El hombre se disculpó rápidamente con Markov, al parecer era su paraguas lo que había producido aquella extraña sensación en la parte trasera de su pierna. Algo más aliviado por conocer el origen del dolor, Markov aceptó las disculpas y volvió a sus pensamientos. Aunque el dolor persistió y se formó un pequeño grano rojizo, Markov no le dio mayor importancia, hasta seis horas después, claro.

Markov había continuado con su jornada, ignorante de lo que aquel pinchazo le deparaba. Las consecuencias empezaron como un simple malestar, pero pronto se volvieron mucho más serias. Esa misma tarde Markov ya presentaba una fiebre alta y acudió al hospital St. James ante la sospecha de haber sido envenenado. Un hombre de su posición, con su pasado y con sus voraces críticas a un régimen totalitario como era el búlgaro tenían todas las papeletas de acabar siendo la víctima de un envenenamiento.

El doctor Bernard Riley fue el primer sanitario que le atendió y, ante unos síntomas tan genéricos, no decidió hacerle demasiado caso a la fiebre. Sin embargo, su situación empeoró y aparecieron los vómitos, la diarrea y la deshidratación. Tres días después, el 11 de septiembre de 1978 los síntomas desaparecieron, Markov había muerto. Ahora sí, aunque fuera demasiado tarde para Markov, Scotland Yard tenía suficientes motivos para pensar que se trataba de un crimen político, por lo que ordenó una autopsia bien concienzuda.

Así fue como encontraron el milimétrico perdigón que lo había provocado todo.

Un perdigón casi invisible

Precisamente bajo la rojez de su pantorrilla, los forenses encontraron una diminuta esfera metálica, del tamaño de una cabeza de alfiler, lo que aproximadamente eran un milímetro y medio de diámetro. El perdigón parecía hueco, comunicando el exterior con su cavidad a través de dos agujeros. Tras analizar los restos que contenía en su núcleo, los químicos anunciaron a las autoridades que sin lugar a duda ese perdigón había sido el contenedor de una dosis de ricina, un potente veneno para el que, por aquel entonces, no se conocía tratamiento alguno.

Perdigón cargado de ricino con el que se asesinó a Markov comparado con el extremo de un alfiler
Perdigón cargado de ricino con el que se asesinó a Markov comparado con el extremo de un alfilerAnónimoCreative Commons

El metal del perdigón era en un 10% iridio y un 90% platino (un elemento inerte ideal para evitar que transforme las sustancias que contiene al reaccionar con ellas) Pero el ingenio de sus asesinos había ido un paso más allá, en su superficie había restos de otra sustancia mucho más conocida. Una sustancia que consumimos a diario, a veces sin darnos cuenta siquiera: azúcar.

Según los expertos, el perdigón estaba originalmente recubierto por una capa de azúcar que sellaba sus dos aberturas, permitiendo que la ricina que contenía no se perdiera por el camino. Lo cual es una estrategia que las farmacéuticas siguen usando en la preparación de comprimidos. Estos son recubiertos con azúcar para proteger el principio activo que contienen y evitar que actúe antes de llegar al estómago, por ejemplo. En este caso, al penetrar bajo la piel de Markov el azúcar se disolvió, permitiendo que la ricina entrara en contacto con su sangre y viajara por ella al resto del cuerpo.

Un pastel de ricino

Una vez allí, la ricina hace de las suyas. Aunque popularmente se ha sobreestimado el verdadero poder de la ricina, sigue siendo una toxina relativamente potente, aunque ni de lejos la que más. De hecho, ya tenemos antídotos para el envenenamiento por ricina e incluso una vacuna que permite prevenir sus efectos durante bastantes días. La sustancia en cuestión se obtiene a partir de las semillas del ricino o castor (Ricinus communis) a través de varios pasos. Habiendo descartado el aceite, ya que la ricina apenas se disuelve en él, se aplican varios procedimientos para extraer la sustancia del material restante hasta dejar un turtó seco y prensado con aspecto parecido al pastel de alguien que jamás ha encendido el horno.

La poca ricina que pueda haber en el turtó y en el aceite se inactiva aplicando calor, lo cual altera la estructura de la proteína que es el ricino, anulando su toxicidad. Este proceso por el que una proteína pierde su función al alterar su estructura mediante calor, ácidos u otra técnica se conoce como “desnaturalización”. De este modo puede eliminarse sin peligro de que contamine en medio ambiente.

En cualquier caso, lo que nos interesa es la ricina en sí que ha sido extraída previamente. La ricina es una proteína, como hemos dicho, pero con una peculiaridad. Cuando pensamos en una proteína muchas veces nos referimos a una cadena de otras moléculas menores llamadas aminoácidos que se doblan de determinada forma. No obstante, que sea una sola cadena es una de las muchas opciones. En el caso de la ricina, por ejemplo, se trata de dos cadenas acopladas para formar la proteína. Es lo que conocemos como un heterodímero, porque sus dos partes son diferentes, pero si las cadenas fueran idénticas hablaríamos de un homodímero.

Pues bien, supuestamente, tras este proceso de extracción, la ricina fue cargada en el perdigón, sellándolo con azúcar e introduciéndolo en el dichoso paraguas, que, en realidad, no era otra cosa que una pistola de aire comprimido perfectamente camuflada. El disparo había salido a través de la punta del paraguas y, posiblemente, el mango tenía alguna suerte de disparador que permitía controlar el arma con elegancia y disimulo.

Las buenas noticias

Este extraño modus operandi no fue algo aislado. Hay otros casos como el de Markov porque, reconozcámoslo, la tecnología empleada es realmente ingeniosa y su diseño no merecía ser de usar y tirar. Había que amortizar el ingenio. Ahora, precisamente porque conocemos más a la sustancia y poseemos tratamientos y profilácticos, su uso como veneno no está tan usado. Las intoxicaciones suelen producirse de forma involuntaria, cuando alguna persona despistada (mayormente niños) decide ingerir algunas semillas de ricino, puede que por su precioso patrón de color.

Otra buena noticia es que, precisamente por la peculiar estructura molecular de la ricina, se plantea utilizarla para luchar contra procesos tumorales uniéndola a un anticuerpo que reconozca solo a las células cancerosas. El problema por ahora es que la ricina está preparada en sí misma para entrar en las células de forma indiscriminada, por lo que el anticuerpo no aseguraría que fuera a entrar solo en las patológicas. Por otro lado, se estudia la posibilidad de utilizar solo una de las cadenas que la componen, precisamente para aprovechar su capacidad de interiorizarse en las células y así administrar con ella otros compuestos. Una idea interesante, teniendo en cuenta que la acción tóxica está mayormente en la otra cadena.

Aunque por desgracia, si bien conocemos mucho mejor la bioquímica que hay tras la ricina, seguimos sin saber a ciencia cierta quién perpetró el asesinato. Este es uno de esos curiosos casos donde, si bien conocemos los hilos y quién los mueve, a quien no vemos es a la marioneta.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Si bien oficialmente desconocemos la identidad del asesino de Markov, popularmente se puede decir que todas las pistas (que tampoco son demasiadas) apuntan de la KGB: Francesco Giullino.
  • En 2014, un año después de que las autoridades búlgaras cerraran la investigación por falta de pruebas, el presidente inauguró una estatua conmemorativa en honor a Markov.
  • La existencia del paraguas-pistola es una conjetura de la que no tenemos más pruebas que el perdigón y la plausibilidad tecnológica. Podría ser solo la atribución que Markov hizo para explicar el dolor de su pantorrilla. A fin de cuentas, Londres en septiembre es territorio de los paraguas.

REFERENCIAS:

  • A, Weissmann-Brenner et al. "Ricin--From A Bulgarian Umbrella To An Optional Treatment Of Cancer". Europepmc, 2002, Accessed 18 July 2020.
  • Nehring, Christopher. “Umbrella Or Pen? The Murder Of Georgi Markov. New Facts And Old Questions”. Journal Of Intelligence History, vol 16, no. 1, 2016, pp. 47-58. Informa UK Limited, doi:10.1080/16161262.2016.1258248. Accessed 18 July 2020.