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¿Podemos siquiera imaginar cómo sería un extraterrestre?

¿Puede haber vida basada en otros elementos aparte del carbono? ¿Y otros líquidos diferentes del agua? Por poder podría, pero está lejos de ser una apuesta segura.

Representación artística del cielo nocturno
Representación artística del cielo nocturnoAnónimoCreative Commons

Una de las mayores preguntas de la humanidad es si estamos solos en el universo. Esta cuestión ha despertado la curiosidad de muchos y la imaginación de otros tantos. Ha parido historias de ciencia ficción y cuentos chinos de todo tipo. Sin embargo, esconde una pregunta más concreta y tal vez más inquietante. Porque, si existiera vida extraterrestre ¿se parecería a nosotros? O lo que es incluso más angustioso ¿seríamos capaces de reconocerla como vida?

Podríamos terminar aquí mismo este artículo alegando que “no lo sabemos”, pero sería una respuesta poco satisfactoria, y con ayuda de la ciencia podemos mejorarla un poco. Si bien no podemos responder con seguridad, hay argumentos interesantes tanto a favor, como en contra, que nos ayudan a entender mejor el problema. ¿Pueden no estar basados en el carbono? ¿Es posible que no necesiten agua? ¿Es inevitable que tengan ADN por convergencia evolutiva? Pero empecemos por lo más fundamental ¿puede nuestro cerebro siguiera imaginarlos?

El rinoceronte de Durero

En 1515, el pintor Albrecht Dürer (Durero), hizo un par de dibujos del rinoceronte que acababa de adquirir el gobernador de la Inda portuguesa, Alfonso de Alburquerque. Su parecido con el animal supera con creces los grabados y esculturas de fieras a los que Europa nos tenía acostumbrados. Todos esos canteros a los que se les había pedido esculpir leones para adornar edificios habían hecho verdaderas abominaciones. Seres más parecidos a un perro malformado que a un verdadero león. El motivo es que Durero tenía bocetos y descripciones de primera mano, mientras que los canteros solo tenían su imaginación.

Dibujo de un rinoceronte hecho por Alberto Durero
Dibujo de un rinoceronte hecho por Alberto DureroAlberto DureroCreative Commons

A tenor de esta historia, suele decirse que uno no puede imaginar un rinoceronte si nunca ha visto uno, que como mucho hará un monstruo Frankenstein utilizando retazos de otros animales que sí están en nuestra memoria. Lo cierto es que más o menos así funciona nuestra creatividad, que tiene sus límites. Buena parte del proceso creativo es reorganizar cosas que ya conocemos, pero en el caso de unas bestias semejantes de un continente casi desconocido, la tarea se volvía imposible. Ahora bien, si esto ya puso en jaque nuestra capacidad de imaginar, no cabe augurar nada bueno sobre nuestros intentos de elucubrar sobre formas de vida en otros planetas. ¿Cómo imaginar algo completamente distinto a todo lo que hemos conocido?

El escritor de ciencia ficción, Stanislaw Lem, propuso algo en esta línea para su novela Solaris. En ella, los protagonistas encontraban un ser vivo con forma de océano y tamaño planetario. Como si fuera una mente colmena, estaba formado de diminutas partículas que parecían coordinarse a la perfección manifestando una inteligencia incuestionable, pero ininteligible para nuestro cerebro. Sin embargo, incluso esta idea se queda corta y expone nuestros límites creativos al basarse, mayormente, en buscar los polos opuestos a lo que solemos entendemos por vida en la Tierra.

Una solución algo más elegante fue la que propuso el divulgador y polímita Carl Sagan cuando Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick le preguntaron cómo representaría él a los alienígenas del guion que estaban escribiendo. Aquel guion era, ni más ni menos, que 2001: Una Odisea del espacio, y según cuenta el mismo Sagan, su respuesta fue más o menos así:

Kubrick tenía el argumento de que los extraterrestres se parecerían a los seres humanos con algunas ligeras diferencias, tal vez como Spock. Y Arthur tenía claro, con toda propiedad por razones evolutivas generales, que no se verían en nada a como nos vemos nosotros. Así que traté la cuestión.
Les dije que sería un desastre mostrar a los extraterrestres. Lo que debían hacer es sugerirlos. Argumenté que el número de eventos improbables de forma individual en la historia de la evolución del hombre era tan grande, que tampoco era probable que existiesen en el Universo seres parecidos a nosotros. Sugerí que cualquier representación explícita de un ser extraterrestre avanzado estaba obligado a tener, al menos, un elemento de falsedad, y que la mejor solución sería sugerirlos en vez de mostrarlos explícitamente.

Pero ¿tenía razón Sagan con todo esto? ¿Es la evolución de la vida tan azarosa como parece? ¿O podría ser que los factores limitantes restringieran tanto el juego que acabáramos encontrando mundos como el nuestro en otros planetas?

La tiranía del agua

Cuando se habla de búsqueda de vida extraterrestre, esta se puede hacer de varias formas (y hasta la fecha con el mismo resultado: nada). Por un lado, podemos buscar señales tecnológicas que nos hagan sospechar la existencia de vida inteligente. Pero esto tiene el problema de que, si la vida puede ser en sí misma un fenómeno estadísticamente raro, las posibilidades de encontrar vida, y que a demás sea inteligente, se reducen considerablemente.

Una de las alternativas es buscar agua líquida. De hecho, se conoce como zona de habitabilidad a la corona alrededor de una estrella donde la temperatura permite que exista agua líquida. Nosotros, por ejemplo, estamos en la zona de habitabilidad del Sol. Por supuesto, existen excepciones, como las lunas heladas de Saturno y Júpiter, que tienen agua líquida a pesar de estar muy lejos de la zona en cuestión. El problema es que, solo con escuchar esto, es muy probable que tengas unos cuantos reparos.

Por un lado, que pueda haber agua líquida no quiere decir que la haya, por ejemplo, Marte ahora mismo está en la zona de habitabilidad del Sol y no conocemos agua líquida en su superficie. De hecho, sabemos que en el pasado sí hubo flujos de agua líquida sobre el planeta rojo, pero curiosamente, eran tiempos donde marte estaba fuera de la dichosa zona. Aunque hay una crítica que va directamente a la línea de flotación, y es ¿por qué asumimos que es tan necesaria el agua?

Como hemos dicho antes, solemos imaginar basándonos en lo que conocemos, y es difícil pensar en formas de vida que no necesiten agua cuando absolutamente todas las que conocemos la necesitan. Puede parecer que estamos siendo (qué raro en nosotros) algo antropocéntricos, pero ¿es así realmente? ¿o tenemos un buen motivo para buscar vida rastreando el agua líquida del cosmos?

Lo cierto es que no tenemos un buen motivo, tenemos dos. El primero es de índole bioquímico y el segundo puramente estadístico. Hasta donde sabemos, el agua es uno de los mejores disolventes que existen. Es un medio perfecto para que en él se lleven a cabo reacciones químicas. Al permanecer líquida en un rango de temperaturas relativamente amplio es más fácil que proporcione entornos estables durante el tiempo necesario para que surja vida, sea el que fuera. De hecho, estas temperaturas son mucho más altas que las de otros líquidos con los que se ha teorizado, como el metano. Y que esté más calentito es una buena noticia, ya que la velocidad de muchas reacciones químicas depende de ello. Por este motivo, parece bastante más posible encontrar vida originada en el agua que en otros compuestos. Pero es que, además, el hidrógeno y el oxígeno que componen el agua son respectivamente el primer y el tercer elemento más abundantes de nuestra galaxia, y por eso no es de extrañar encontrar agua en cometas, planetas como Marte o lunas como Europa, que duplica (o incluso triplica) la cantidad de agua de nuestros océanos.

El argumento estadístico, por su parte, apunta a que incluso si la aparición de vida fuera teóricamente posible en otros líquidos, el cosmos es tan vasto y las posibilidades tan inabarcables, que lo más cabal parece ir a la apuesta segura. Buscar aquellas condiciones que sabemos con certeza que pueden funcionar, y esas, son las de nuestro planeta.

Química especulativa

Así que no sería raro que hubiera surgido del agua, pero entonces ¿es posible que haya más características comunes? Se habla mucho, por ejemplo, de que toda la vida que conocemos está basada en el carbono. Esto significa que, la química orgánica, que es la química de los seres vivos es la química del carbono, donde esta forma un elemento clave e indispensable para la formación de moléculas grandes y complejas sin las cuales la vida no habría sido posible en nuestro planeta. ¿Podría haber una buena alternativa al carbono?

Como con el agua, el carbono ha sido una gran fuente de especulaciones. Se han propuesto todo tipo de elementos, o incluso moléculas, que podrían cumplir funciones análogas e igual de fundamentales para la vida, como los boranos (compuestos por boro e hidrógeno). De hecho, es posible que hayas escuchado hablar sobre la alternativa más famosa, el silicio. Muchos escritores de ciencia ficción han querido fundamentar la química de sus creaciones en el silicio, pero ¿es realmente plausible? ¿Qué hace tan especial al carbono?

Lo cierto es que, por bonito y evocador que suene tomar un elemento y crear toda una bioquímica a su alrededor, el silicio no parece cumplir ni de lejos con las propiedades que aporta el carbono. Lo bueno del carbono es, entre otras cosas, que permite construir moléculas realmente grandes y, por lo tanto, complejas y llenas de posibilidades funcionales y estructurales. Esto se debe a que cada átomo de carbono puede unirse a otros cuatro átomos. Esta propiedad sí la comparte con el silicio, pero como contrapartida, por ejemplo, el silicio, que suele encontrarse como dióxido de silicio, suele ser sólido y no disolverse en el agua, dificultando su disponibilidad para nuevas reacciones.

Molécula de butano
Molécula de butanoNEUROtikerCreative Commons

Las complicaciones son muchas y complejas, pero hay un argumento que vuelve a convencernos de que existe una apuesta ganadora, y es que el carbono es el cuarto elemento más abundante de nuestra galaxia. Solo por concretar: en nuestro vecindario cósmico hay siete veces más carbono que silicio. Así que, a pesar de que históricamente no nos hemos distinguido por nuestra humildad frente al resto de la naturaleza, presuponer que la vida extraterrestre pudiera depender del agua y estar basada en el carbono es más objetivo de lo que parece. Ahora bien, si compartimos el agua y la química orgánica, digamos que partimos de unos ladrillos básicos bastante parecidos ¿cuánta libertad tenemos para organizarlos? ¿Podrían tener ADN?

Palomas, pulpos y ADN

Sabemos que la vida, al menos la que conocemos, cuando está sometida a unos retos parecidos, tiende a encontrar formas muy similares de resolver sus problemas. Por ejemplo: las alas. El antepasado común de las aves y los murciélagos no tenía alas, pero de algún modo y de forma independiente, aves y mamíferos han encontrado una forma sumamente parecida de colonizar los cielos. Esto es lo que se llama “evolución convergente” y es más frecuente de lo que parece. Otro ejemplo son los ojos. Los nuestros han evolucionado de forma completamente independiente a los de los calamares, pulpos y nautilos. Todo parecido es fruto del azar y de que son casi la mejor solución posible. Y cuando buscamos que algo funciones tan bien, no suele haber demasiadas formas de conseguirlo.

Teniendo esto en cuenta y sabiendo que, con las condiciones adecuadas del medio, es relativamente fácil que surjan compuestos orgánicos complejos de forma espontánea. ¿Habría realmente alternativas para el paso de esta química prebiótica a la vida? Hemos encontrado compuestos orgánicos en la cola de los cometas o incluso en los géiseres que emergen del polo sur de Encélado. Incluso se ha recreado este proceso en condiciones de laboratorio y, sorprendentemente, se ha visto que surgen con cierta naturalidad buena parte de las sofisticadas estructuras que fundamentan nuestra bioquímica, como los aminoácidos que componen nuestras proteínas o los ácidos nucleicos que forman nuestro ADN.

Evolución convergente de proteínas donde se ve que cuatro de ellas evolutivamente alejadas muestran pliegues análogos.
Evolución convergente de proteínas donde se ve que cuatro de ellas evolutivamente alejadas muestran pliegues análogos.Thomas ShafeeCreative Commons

Y ese es el tema, si estamos formados por elementos químicos tan abundantes y sabemos que en las condiciones adecuadas tienden a combinarse formando la bioquímica que conocemos y no otra. Si sabemos que surgen las piezas fundamentales de nuestro ADN y la vida requerirá de algún modo almacenar información y transmitirla de una generación a la siguiente, ¿no es acaso esperable encontrar algo bastante parecido o incluso idéntico a nuestro ADN o al ARN? ¿Cuántos pasos podremos encadenar hasta entender como “inevitable” nuestra bioquímica más fundamental? De repente, el reto de imaginar algo absolutamente diferente a nosotros no parece necesario.

Sin embargo, este es el momento de dar otro volantazo al discurso y defender al inigualable Carl Sagan. Porque que compartamos más cosas de las que creemos no quiere decir que nos tengamos que parecer en todo. A medida que la vida se vuelve más compleja su relación con el entorno y con otros seres la condiciona de tal modo que, aunque estuviera compuesta por células parecidas a las nuestras, su organización fuera completamente diferente. No hay más que pensar en nuestra biodiversidad. La misma diferencia que hay entre un eucalipto y un buey almizclero podría haberla entre ellos y cualquier forma de vida compleja que conozcamos.

Y ahí es donde nuestra imaginación vuelve a suponer una barrera. Porque, para ser justos, cuando se habla de las alas y los ojos como ejemplos de evolución convergente, podemos llevarnos una idea equivocada. Cierto es que han evolucionado de forma independiente, pero están en ambos casos condicionados por millones de años de evolución común y, por lo tanto, de una información genética muy parecida. Nuestros ojos y los de los cefalópodos surgieron cada uno por su lado, pero ambos se fundamentan sobre unos genes similares llamados Pax6. Podemos imaginar la evolución no como arcilla que se moldea a voluntad, sino como esculturas de Lego, cuyas piezas están prefijadas y según qué piezas haya en tu poder podrás ser más o menos creativo con tus esculturas.

Podríamos decir, por lo tanto, que predecir la forma de los seres vivos de otro mundo es como predecir el clima. A pocas horas vista las predicciones suelen acertar, pero a medida que nos alejamos hacia el futuro las contingencias se acumulan y el caos se apodera del sistema, haciéndolo cada vez más impredecible. Podemos suponer que habrá algo similar a un ADN, pero no por ello habrá perros, avestruces, ni nada que se les parezca.

Una buena noticia es que no estamos del todo perdidos y que, con suerte, si encontramos vida en algún momento, es posible que la reconozcamos como tal. La otra buena noticia es que, si la encontramos, se abrirá ante nosotros un mundo que, por definición, nunca habríamos podido imaginar.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La astrobiología es una disciplina científica que elucubra lo mínimo y tiene en cuenta la plausibilidad teórica de sus propuestas. No tiene nada que ver con platillos volantes ni con la ufología.
  • No todo lo que se presenta como astrobiología seria lo es, por ejemplo, los cálculos probabilísticos sobre la existencia de vida fuera de la Tierra rara vez tienen algún fundamento más allá de los caprichos de su perpetrador.

REFERENCIAS (MLA):

  • Nelson, David L et al. Lehninger, Principios De Bioquímica, Septima Edición. Omega, 2019.
  • Scharf, Caleb A. Extrasolar Planets And Astrobiology. W.H. Freeman, 2009.