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El pez grande se come al chico, pero el chico envenena al grande

Cuesta imaginar cómo un poco de contaminación puede echar a perder todos los millones de toneladas de agua de un océano. La respuesta está en la biomagnificación.

Imagen representando la biomagnificación donde los peces más grandes se comen a los pequeños
Imagen representando la biomagnificación donde los peces más grandes se comen a los pequeñosHans HillewaertCreative Commons

Fue conocida como la fiebre del gato bailarín, pero en realidad era un envenenamiento del sistema nervioso por mercurio y sus consecuencias eran letales. En humanos recibió el nombre de la enfermedad de Minamata y desde que fue descrita hasta la fecha, se han reconocido más de dos mil casos, casi todos concentrados en la pequeña prefectura de Kumamoto, en Japón. Ahorra sabemos que el origen del desastre estuvo en una empresa química que vertía residuos al mar sin control alguno. Entre ellos estaba el sulfato de mercurio, que las bacterias de la bahía transformaron en metilmercurio, un compuesto extremadamente tóxico.

Fue una verdadera tragedia que afectó incluso, casos de parálisis cerebral en recién nacidos, pero ¿cómo es posible? Es difícil imaginar cómo un vertido, por grande que sea, puede contaminar un mar y, lo que, es más, cómo puede permanecer durante décadas sin diluirse en el océano hasta volverse casi homeopático. Es lo mismo que vemos con otros metales pesados y los famosos microplásticos y por suerte ha sido estudiado hasta encontrar una respuesta y se llama “bioacumulación” y “biomagnificación”.

Bioacumulación

A veces, cuando especulamos, pecamos de simplificar demasiado las cosas. Para poder trabajar con conceptos complejos asumimos, por ejemplo, que un líquido contaminante se repartirá perfectamente por una masa de agua, teniendo la misma concentración allí donde mires. Sin embargo, esto no siempre es así. La densidad del compuesto, las corrientes, las barreras que se encuentre… Resulta imposible simular tal complejidad solo de cabeza, pero la realidad es que puede afectar a los vertidos, confinándolos en una zona pequeña que quedará devastada, o dispersándolos mar adentro hasta que la concentración se vuelva mínima. Pero falta indicar uno de esos factores que si es más fácil de recrear en nuestras especulaciones: la bioacumulación.

Imagina que, en esa masa de agua descomunal, hubiera pequeñas zonas donde, toda partícula contaminante que caiga en ella quedará atrapada. Lo esperable es que la concentración de la sustancia tóxica vaya aumentando en este lugar. Pues bien, eso es más o menos lo que ocurre con los seres vivos.

Está de moda eso de detoxificar al cuerpo, pero es una verdadera trapallada. Por suerte, nuestro cuerpo tiene unas cuantas formas de deshacerse de las sustancias que, en exceso, podrían resultar tóxicas. Nuestro hígado se encarga de inhabilitar algunas de estas sustancias y nuestros riñones, intestino, pulmones e incluso glándulas sudoríparas son fantásticas formas de eliminarlas de nuestro cuerpo. Sin embargo, hay algunos tóxicos que, una vez asimilados, no podemos eliminar, sustancias que se acumulan en nuestro cuerpo y que solo mediante tratamientos médicos (con suerte) podemos expulsar de nosotros.

Un ejemplo es el mercurio que causó la enfermedad de Minamata, el plomo, el cesio, o incluso las microscópicas partículas de plástico que flotan en nuestros océanos. En el caso de los metales pesados, estos suelen sustituir molecularmente a otros elementos fundamentales para nuestro correcto funcionamiento a los que, por lo visto, se parecen mucho estructuralmente. Lo malo es que eso complica su eliminación y, a su vez, bloquea el lugar que deberían de ocupar esos elementos, comprometiendo nuestras funciones más básicas.

En estas condiciones, nuestros cuerpos se convierten en esas regiones del mar donde, una vez entra el tóxico, queda atrapado, aumentando poco a poco la concentración, acumulándolo en nuestros tejidos. Bien sea por la ingestión, la respiración o la propia piel, un mar envenenado irá concentrando sus tóxicos en quienes lo habitan. No obstante, esta explicación está incompleta, porque si lo pensamos, sigue habiendo mucha vida en el mar como para que los vertidos de Minamata tuvieran tal efecto sobre sus habitantes. Es ahora cuando entra en juego el segundo término, la biomagnificación.

Biomagnificación

En realidad, hemos mentido ligeramente, sí hay una forma de que el tóxico acumuladas vuelvan al medio, y esa forma es la muerte y descomposición de sus tejidos, pero en la naturaleza no son muchos los animales que mueren de viejos. Por o general son consumidos por otros seres vivos, siguiendo la famosa cadena trófica. Y aquí está el problema, porque cuando comes un animal contaminado, también interiorizas sus tóxicos.

Es más, imaginemos el principio de esta cadena, posiblemente con el plancton que ingiere estos metales pesados, o partículas de plástico micro o directamente nanoscópicas. Es posible que, a no ser que el vertido sea descomunal, el plancton no consiga asimilar suficientes contaminantes como para causar en ellos un problema. No obstante, cada uno de ellos tendrá una pequeña dosis del veneno en cuestión.

Ahora es el turno de los peces pequeños que se alimenten del plancton. Podríamos pensar que, como son más grandes que su presa, por mucho plancton que coman la proporción de tóxicos que acumularán no será mucho mayor que la de su dieta. El problema es que, si bien el plancton tenía menos “facilidad” para, por casualidad, ingerir los contaminantes, estos pequeños peces ya los tienen bien concentrados en su dieta, haciendo que sus niveles sean, absoluta y relativamente, superiores a los que acumula el plancton. Dicho en otras palabras, la bioacumulación se ha magnificado a través de la cadena alimenticia.

Biomagnificación representada conceptualmente con una pirámide.
Biomagnificación representada conceptualmente con una pirámide.Martin-rnrCreative Commons

Pero claro, la historia no termina aquí, porque todos sabemos que el pez grande se come al pequeño y a este, a su vez, se lo come un pez todavía más grande. La cadena continuará así, acumulándose cada vez un poco más, hasta llegar a los grandes predadores del mar: atunes, peces espada, tiburones, delfines, focas… y por supuesto, nosotros. De hecho, este mismo proceso es la clave del ciclo vital de algunos parásitos, como el famoso anisakis.

Cuando los huevos del anisakis eclosionan, nadan libremente hasta que un crustáceo la ingiere. Este crustáceo será comido por un pez y el pez por un delfín o una foca. De este modo, aunque en cada crustáceo pudiera haber tan solo un par de anisakis, a medida que ascendemos en la cadena alimentaria, los intestinos de sus hospedadores se vuelven mucho más diversos, fomentando la reproducción de los gusanos. Los huevos serán eliminados con los excrementos de los mamíferos marinos y así volverá a comenzar el ciclo.

De este modo es como los plásticos han acabado no solo en nuestro pescado y en nosotros, sino en casi cualquier alimento de la tierra o del mar que podamos consumir. Y quién sabe, tal vez comprendamos la verdadera importancia de la contaminación si, en lugar de verla como una gota en el mar, entendemos que los seres vivos somos como una especie de imán para ella, y que por poca que sea, terminará acumulándose en nosotros de una forma casi kármica.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El karma no existe, por supuesto, es tan solo una licencia para el final. Al mundo no le importa lo que hagamos ni nos castigará deliberadamente por ello, tiene que importarnos a nosotros.
  • La biomagnificación también sucede con los pesticidas en el campo, por lo que es importante tenerlo en cuenta para evitar que, concentraciones seguras para humanos, no lo sean necesariamente para las aves que se alimentan de los pájaros que comen los insectos que consumen las plantas rociadas de pesticidas.

REFERENCIAS (MLA):