Ciencia
Quedan muchos lugares por explorar, y no solo en el espacio, sino en nuestro propio planeta. No importa que llevemos cientos de miles de años peregrinando sobre su superficie o que seamos decenas de miles de millones de personas, siempre quedará algún lugar al que no haya llegado el pie humano. Al decir esto, es posible que estemos pensando en frondosas selvas o cordilleras impracticables, pero nos olvidamos de la grandísima cantidad de agua que cubre nuestro planeta, agua que no solo cubre una gran superficie, sino que profundiza miles de metros, llegando incluso a superar, en algunos lugares, la decena de kilómetros. Sin embargo, que el pie humano no los haya recorrido en su totalidad no quiere decir que no conozcan nuestra obra.
Hasta hace relativamente poco confiábamos en que estos recónditos lugares estuvieran suficientemente aislados de la realidad como para no verse intoxicados por nuestros gases contaminantes o las diminutas partículas de plástico que acaban generando nuestras industrias. Ahora sabemos que prácticamente no hay lugar de este planeta donde no podamos encontrar esos minúsculos trozos de plástico. La comunidad científica tenía la esperanza de que, al menos, las zonas más profundas de nuestros océanos se hubieran visto menos azotadas por la contaminación, pero la realidad ha resultado ser otra. Un reciente estudio ha encontrado concentraciones de metales pesados sorprendentemente altas en las profundidades oceánicas, unas sustancias peligrosas para nuestra salud y que a veces ingerimos a través de lo que comemos, por lo que su presencia en el fondo de los océanos podría ser determinante para entender cómo circula por los ecosistemas marinos.
El ciclo del mercurio
Lo cierto es que la detección de metales pesados en estos lugares no es estrictamente nueva, la clave de actualidad está en la cantidad encontrada y en su posible origen. Es complicado explicar cómo han podido llegar estos metales pesados (como el plomo o el mercurio) a semejantes ubicaciones, sobre todo porque hasta hace poco estimábamos que el mercurio se quedaba concentrado en estratos relativamente superficiales de los mares y océanos, concretamente en los primeros 1000 metros. En este caso, los científicos de esta nueva investigación han detectado mercurio analizando peces y crustáceos de dos fosas especialmente profundas del Pacífico. Por un lado, la fosa de Kermadec con más de 10 mil metros de profundidad y las de las Marianas, con mil metros más.
Hasta entonces la apuesta ganadora para explicar el mercurio en los fondos oceánicos era la siguiente: la quema de carbón por parte de la industria, así como otras actividades, acaban emitiendo a la atmósfera un total de 2.000 toneladas métricas de mercurio al año y en ella viaja miles de kilómetros. No obstante, la atmósfera no es el final de su recorrido, este termina precipitándose a la tierra y el mar a través de diferentes mecanismos. Por un lado, la deposición seca, donde las partículas acaban cayendo “por peso”, por otro lado, la propia lluvia arrastra a estas partículas y las va reuniendo en escorrentías que se unen en regatos, ríos y finalmente en el mar.
Es más, el mercurio, como elemento químico que es, puede presentarse de formas variadas y por lo tanto con distintas propiedades químicas. A efectos prácticos, la enorme mayoría de ellas resulta tóxica, pero el metilmercurio parece destacar especialmente. Pues bien, durante su viaje, algunos microorganismos se encargan de reaccionar con el mercurio para dar lugar a este metilmercurio, aumentando su toxicidad.
Debido a las corrientes, la química o la orografía la distribución del mercurio no es homogénea, hay lugares donde podemos encontrarlo en concentraciones mayores. A su vez, los organismos que allí viven tienden a ingerirlo y su cuerpo lo acumula, pero lo que interesaba hasta ahora eran esas partículas ya depositadas, que, hipotéticamente se adherían a detritus, excrementos y otras sustancias que, por peso, acababan cayendo en las profundidades y acumulándose en ellas. No obstante, la nueva explicación le da un giro radical a esta explicación.
Los cadáveres
Recordemos que hemos nombrado la bioacumulación de mercurio, pues aquí es donde empiezan los problemas. Ahora que está en contacto con fauna y flora, es cuando empieza la bioacumulación.
El mercurio tiende a adherirse con fuerza a una de las piezas estructurales claves de nuestra biología. A todo el mundo le suenan las proteínas, pero estas son moléculas que a su vez están formadas de otras menores llamadas aminoácidos, las cuales se unen como un collar de cuentas. Un collar que, por si fuera poco, será doblado de una forma o de otra en función de los aminoácidos que lo compongan y su forma condicionará completamente su correcto funcionamiento. Pues bien, al adherirse a un aminoácido llamado cisteína nuestro cuerpo interpreta esta unión como si mercurio + cisteína fueran en realidad un aminoácido diferente, llamado metionina. Esto cambia por completo la actividad de la proteína a la que pertenecen esos aminoácidos y la vuelve inservible.
El mercurio, en este proceso, integra tanto en nuestro cuerpo que no lo abandonará apenas, acumulándose progresivamente y afectando sobre todo al tejido nervioso, ya que es capaz de atravesar las barreras con las que normalmente protegemos a nuestro cerebro de los contaminantes que haya en sangre. Ahora que entendemos cómo se acumula, hay que explicar que también se magnifica. Cuando el pez grande se come al pequeño se come en realidad a cientos de ellos, haciendo que, a medida que subimos en la pirámide alimenticia, se vayan acumulando cada vez más metales tóxicos.
La respuesta
Y aquí está la clave. Cuando estos peces mueren acaban hundiéndose, y son ellos quienes llevan el mercurio a las profundidades, oculto en sus cadáveres. De hecho, los científicos demostraron su hipótesis analizando las peculiaridades del mercurio encontrado en los fondos marinos, ya que, al poder presentarse en distintas formas, la proporción que guardan entre ellas funciona como una huella digital que nos permite reconocer su origen. Descartaron que hubiera sido producido por procesos geoquímicos como el vulcanismo, y comparando la huella con la que está presente en peces de las zonas más superficiales del pacífico, esta coincidía a la perfección.
¿Y ahora qué? Esa es la gran pregunta. Creemos conocer el ciclo que sigue el mercurio desde la atmósfera hasta las profundidades marinas, pero ¿en qué nos afecta? La industria pesquera tiene clara la respuesta. La contaminación por metales pesados es un problema especialmente importante para el sector, en especial cuando se dedican a la pesca en altura de peces de envergadura considerable, como el atún o el pez espada. Conocer el ciclo del mercurio permite crear modelos informáticos que predigan con precisión cómo está evolucionando y nos permitan anticiparnos, buscando una solución a un problema que cada vez es más acuciante.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La cantidad de metales pesados en los peces de gran tamaño es notable, pero a no ser que su consumo sea realmente alto no es suficiente para superar las dosis tóxicas, por lo que la información de este artículo no debe generar ese tipo de alarma.
REFERENCIAS (MLA):