Ciencia
Correo por cohete: la historia de una malísima idea
Hoy sabemos los cohetes no son el medio idóneo para enviar cartas. Pero no siempre lo tuvimos tan claro.
En un mundo en el que podemos viajar a cualquier punto del planeta en cuestión de horas y comunicarnos de forma casi instantánea con nuestros teléfonos móviles, es fácil olvidar cuánto tardaban nuestros antepasados en enviarse mensajes cuando el «vehículo» terrestre más rápido disponible era un caballo. Pero la pólvora abrió una nueva posibilidad que hoy en día es, con razón, impensable: enviar el correo mediante morteros y cohetes.
Artillería postal
En el 1810, un artículo llamado «Reflexiones preliminares sobre el correo por mortero» apareció en el periódico alemán Berliner Abendblätter. El autor del artículo exponía su descontento con el recién inventado telégrafo porque, aunque era capaz de transmitir mensajes de manera instantánea, no permitía enviar textos largos. Por tanto, consideraba que era necesario desarrollar un método con el que se pudieran enviar cartas físicas de un lugar a otro mucho más deprisa. ¿Su propuesta? Usar un cañón de artillería para disparar obuses rellenos de correo.
Según sus propios cálculos, este sistema hubiera permitido enviar mensajes de Berlín a Stettin y Breslau (a 120 y 290 kilómetros, respectivamente) en sólo medio día, o, lo que es lo mismo, una décima parte del tiempo empleado por un repartidor de correo a caballo. Y, aunque la idea no prosperó, un proyecto similar llegó a ver la luz a finales del siglo XIX en el sur de Samoa.
Desplazarse entre las diferentes islas de este archipiélago remoto repleto de arrecifes era un engorro, así que, durante un tiempo, el correo se envió dentro de recipientes acoplados a un tipo de cohete que se propulsaba con pólvora negra. Pero estos cohetes postales se acabaron abandonando porque muchos se perdían por el camino. Además, incluso cuando se encontraban, a menudo el depósito de las cartas se había roto y la correspondencia estaba empapada.
El cohete Zucker
Gerhard Zucker era un inventor alemán que emigró a Inglaterra en la década de 1930. Zucker no sólo había estado dándole vueltas al concepto del correo por cohete, sino que se lo tomó lo bastante en serio como para construir y probar varios prototipos... Con un éxito más bien limitado.
Tras una primera prueba exitosa a pequeña escala, el segundo cohete cargado con «hasta 3000» cartas terminó cayendo a sólo media milla (800 metros) del punto de lanzamiento. Ante este panorama, las cartas se sacaron del cohete fallido y se llevaron a la oficina de correos más cercana para enviarlas por métodos convencionales. La tercera prueba concluyó con la explosión del cohete y la cuarta se llevó a cabo en una zona deshabitada por miedo a los daños que podría provocar otro estallido. Y, efectivamente, el cuarto cohete también explotó y las cartas destruidas cayeron del cielo «como confeti». La quinta y última prueba ni siquiera iba cargada con correo real y simplemente contenía sobres vacíos. Aunque esta vez el cohete no explotó, salió volando en la dirección equivocada y aterrizó a 2,4 kilómetros de la zona de lanzamiento.
Hay que decir que Zucker probablemente ni siquiera tenía la intención real de desarrollar un verdadero sistema de correo por cohete, ya que, además de anunciar sus pruebas a bombo y platillo, imprimía y vendía sellos inspirados en su invento. De hecho, en 1935, la General Post Office informó de que «el desarrollo científico del correo por cohete resulta menos importante para Gerhard Zucker que la fabricación de curiosidades filatélicas».
Entrega intercontinental
El correo propulsado por misiles llegó a proponerse como medio para transmitir información de manera rápida entre continentes. En 1928, un físico llamado Hermann Obrecht dio una charla Sociedad Científica de la Aeronáutica en Danzig en la que habló de un cohete conceptual capaz de cubrir una distancia de entre 965 y 1 930 km con una carga de entre 10 y 20 kilos a bordo. El dispositivo despegaba verticalmente, salía de la atmósfera y adoptaba una trayectoria parabólica que lo llevaba a penetrar en la atmósfera de nuevo 35 minutos después.
Pese a que Obrecht postuló que el invento serviría para enviar correo urgente entre lugares muy alejados, el proyecto nunca llegó a ver la luz. De hecho, al año siguiente un periodista alemán preguntó al embajador americano de la época qué pensaba sobre la posibilidad de que se enviara correo a su país por cohete. El embajador no quiso dar una opinión detallada, pero afirmó que la opción sería considerada «si se demostrase que el cohete no representaría ningún peligro para la vida, las extremidades o las propiedades de los ciudadanos americanos».
Los cohetes intercontinentales se hicieron realidad a lo largo de los siguientes años, pero, por desgracia, acabaron usándose para transportar cargas explosivas en lugar de correo. Finalmente, con las mejoras en el campo de la aeronáutica, los aviones demostraron ser los vehículos idóneos para enviar correo a través de grandes distancias. Al fin y al cabo, aunque no eran tan rápidos como los cohetes... Al menos aseguraban que las cartas llegaban a sus destinatarios.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Acceder al espacio con un cohete no consiste en despegar verticalmente y esperar la gravedad desaparezca que en algún momento. Para poder permanecer en el espacio, el vehículo debe mantenerse en órbita a gran velocidad alrededor de un cuerpo celeste... O gastar combustible de manera indefinida.
REFERENCIAS (MLA):
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