Ciencia

¿Por qué?

Normalmente pensamos que la ciencia se ocupa de encontrar los porqués, pero eso no está tan claro

«El pensador», de Rodin, y, al fondo, «La joven de la perla», de Vermeer
«El pensador», de Rodin, y, al fondo, «La joven de la perla», de Vermeerlarazon

Muchos hemos escuchado esa leyenda popular sobre una clase de estudiantes del grado de filosofía que, al llegar a un examen y darle la vuelta a la hoja, se encontraron con una única pregunta: ¿por qué? Sin contexto, sin añadidos de ningún tipo, solo esa pregunta y un folio en blanco para responder lo que creyeran oportuno. La historieta suele seguir diciendo que todos los estudiantes suspendieron, sin importar cómo de complejas y finas fueran sus disertaciones. Bueno, todos no, uno aprobó con un sobresaliente, el único que, debajo de la pregunta, escribió cuatro palabras entre otro par de interrogaciones: “¿Y por qué no?”.

Las interpretaciones son muchas. Podemos pensar que es una sátira hacia la propia filosofía, sugiriendo que solo son capaces de responder a sus preguntas nuevas, sus académicos son caprichosos y estrafalarios, por ejemplo, pero… ¿y si es algo más? Me gusta pensar que el chiste habla sobre la ridícula necesidad que tenemos de encontrar el porqué de las cosas, no las reglas que siguen para comportarse como se comportan, sino el motivo de que lo hagan así. Por supuesto, hay muchas maneras de interpretar qué significa un “por qué”, y muchas de ellas son válidas en ciencias, pero no todas.

El peligro del “por qué”

Por ejemplo. Para muchas personas, el “porqué” se mezcla con el “para qué” como si fueran casi sinónimos. A ese error lo llamamos “pensamiento teleológico”. Es algo que ocurre frecuentemente en disciplinas como la biología evolutiva, donde podemos confundirnos y creer que las adaptaciones de una especie se han desarrollado con alguna finalidad concreta, con un para qué o, en cierto modo, un por qué. Los “porqués” lícitos en ciencia son mucho más genéricos, decepcionantes en cierto modo, pero más elegantes. Y esa fue una diferencia que contribuyó a abrir la brecha que ahora separa a la filosofía de las ciencias. Puede que, hasta ahora, resulte algo confusa esta cuestión, pero Isaac Newton dio una respuesta mucho más clara.

Newton es, sin lugar a duda, una de las mentes más brillantes de nuestra historia y posiblemente la más genial de su era. Vivió en un momento de cambios, cuando la física estaba empezando a explorar el poder de las matemáticas. Durante el siglo anterior muchos expertos en filosofía natural habían logrado dar respuestas a preguntas complejas de lo que ahora conocemos como “física”, y la clave para conseguirlo había estado en el uso de herramientas matemáticas capaces de describir con precisión la realidad, la cantidad de movimiento, el tamaño, los pesos y sus relaciones. Gracias a ello encontraron una potencia predictiva inimaginable. Explicar el mundo ya no requería de mecánicas especulativas, de “porqués” en ese sentido, las descripciones matemáticas empezaban a imponerse.

Hypotheses non fingo

Cuando Newton publicó su ley de la gravedad, a pesar del descomunal salto que supuso para la física, recibió la crítica de algunos académicos, molestos porque no encontraban en ella el “por qué” metafísico al que estaban acostumbrados. La respuesta de Newton se ha vuelto un hito en la historia de la ciencia. “Hypotheses non fingo”, o, dicho de otro modo: no hago hipótesis. Se refería a que no él, con su metodología, no necesitaba rebajarse a ese trabajo especulativo y ahondaba la cada vez mayor zanja entre la antigua filosofía natural y la física moderna.

Por supuesto, con el tiempo hemos aprendido que la especulación también es importante y que no podemos negar el papel que juega la metafísica en nuestra cosmovisión, pero el paso que dieron Newton y sus contemporáneos fue clave para entender la ciencia de nuestros tiempos.Gracias a ella, ahora podemos responder a aquellosporqués que nos queramos plantear, pero también sabemos cuándo ese “por qué” no merece respuesta o, lo que es más elegante, un “¿Y por qué no?”.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Isaac Newton fue un genio, sin ninguna duda, pero eso no significa que fuera un ser de luz. El efecto halo hace que pensemos que las personas que gozan de una cualidad extraordinaria también cuentan con virtudes igual de magníficas en otros campos. Es un error muy humano y, precisamente, Newton es un buen ejemplo de que el efecto halo nos engaña.

REFERENCIAS (MLA):

  • Reale, G. and Antiseri, D., 2010. Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona: Herder.