Genética
Desarrollan un fármaco que le enseña al cuerpo a repararse
“Es un cambio conceptual profundo: pasar de la medicina sustitutiva a una que da al cuerpo las herramientas para reconstruirse por sí mismo”, señalan los autores del estudio.
Durante décadas, la idea de reparar tejidos dañados ha estado íntimamente ligada a las terapias con células madre. La lógica parecía imbatible: si un tejido muere, hay que reemplazarlo. Pero un nuevo avance liderado por científicos de Cedars-Sinai propone una alternativa tan elegante como disruptiva: no añadir nuevas células, sino activar los mecanismos internos que el cuerpo ya utiliza para reparar su propio ADN.
El estudio, publicado en Science Translational Medicine, describe un fármaco experimental llamado TY1, capaz de mejorar la reparación del ADN dañado y, con ello, favorecer la regeneración de tejidos tras un infarto, procesos inflamatorios crónicos y posiblemente enfermedades autoinmunes.
La historia de TY1 no empezó como una búsqueda de medicamentos, sino como una investigación básica sobre terapias celulares. Hace más de veinte años, el equipo de Eduardo Marbán, hoy director del Smidt Heart Institute, trabajaba con células progenitoras del corazón humano: células más especializadas que las células madre, capaces de regenerar tejido cardíaco dañado de forma más dirigida.
Con el tiempo, el laboratorio observó algo intrigante: incluso cuando las células trasplantadas no sobrevivían mucho tiempo, el corazón del animal experimental mejoraba. Algo debía estar ocurriendo antes de que esas células desaparecieran. La clave estaba en unas diminutas vesículas llamadas exosomas. Estas estructuras, liberadas por las células, actúan como pequeños sobres llenos de instrucciones moleculares.
“Los exosomas son como cartas con información muy importante – explica Ahmed Ibrahim, coautor del estudio -. Queríamos saber qué mensaje contenían realmente”.
Al secuenciar el contenido de esos exosomas, los científicos encontraron algo inesperado: una molécula concreta de ARN aparecía una y otra vez, mucho más que las demás. Sospecharon que no era casual. Esa molécula resultó ser clave para activar el gen TREX1, una enzima fundamental para que las células inmunes eliminen fragmentos de ADN dañado. Cuando este proceso falla, el ADN roto se acumula, dispara inflamación crónica y contribuye a la formación de cicatrices en los tejidos.
TY1 es la versión sintética y optimizada de ese ARN natural. En lugar de introducir células en el organismo, el fármaco potencia la capacidad del sistema inmune para limpiar el daño genético, permitiendo que el tejido se regenere de forma más eficaz y con menos cicatriz. En modelos animales de infarto, TY1 redujo el daño cardíaco al favorecer una reparación más ordenada del tejido. Al mejorar la limpieza del ADN roto, el corazón cicatrizaba mejor y mantenía una función más saludable.
“Al mejorar los mecanismos de reparación del ADN, podemos sanar el daño que ocurre durante un infarto – añade Ibrahim -. Pero el alcance potencial va más allá del corazón. Muchos trastornos autoinmunes, como el lupus, están relacionados precisamente con una mala gestión del ADN dañado por parte del sistema inmune”.
Aquí radica uno de los puntos más sugerentes del estudio: el mismo mecanismo podría funcionar en enfermedades muy distintas, todas ellas unidas por un denominador común invisible a simple vista: el fallo en la reparación genética.
Marbán define a TY1 como “el primer exómero”, una nueva clase de medicamentos que no se limitan a bloquear síntomas o añadir componentes externos, sino que reprograman procesos internos de reparación.
“Descifrando cómo funcionaban las terapias con células madre, encontramos una manera de curar sin usar células – apunta el propio Marbán -. Es un cambio conceptual profundo: pasar de la medicina sustitutiva a una medicina instructiva, que da al cuerpo las herramientas para reconstruirse por sí mismo”.
Eso sí, hay que aclarar que TY1 aún no ha sido probado en humanos. Los próximos pasos incluyen ensayos clínicos para evaluar su seguridad y eficacia. Como ocurre con cualquier avance biomédico, el salto del laboratorio a la clínica es largo y exigente.
Pero incluso si el camino es incierto, el hallazgo ya ha dado un fruto incontestable: abre una vía completamente nueva para entender cómo se pueden reparar los tejidos dañados. Y lo hace señalando algo fundamental y a menudo olvidado: que muchas enfermedades no comienzan en el órgano visible, sino en daños microscópicos en el ADN que el cuerpo deja de saber gestionar.