
Astronomía
El descubrimiento que revela por qué nuestro planeta estaba destinado a ser un desierto de roca
La Tierra nació como una roca seca e inhabitable, y nuestra propia existencia podría deberse a un golpe de suerte cósmico: una colisión planetaria que trajo el agua y la vida

Un reloj geológico de una precisión asombrosa, basado en la desintegración del manganeso-53 en cromo-53, ha desvelado un dato que lo cambia todo: la Tierra completó la mayor parte de su masa en apenas tres millones de años tras el nacimiento del Sistema Solar. Este hallazgo revela un proceso de formación vertiginoso que, lejos de ser una simple curiosidad astronómica, obliga a reescribir la historia de cómo nuestro mundo llegó a ser el planeta azul que hoy conocemos. Esta cronología acelerada no solo redefine la infancia del planeta, sino también cómo entendemos la posterior formación de su superficie, ya que el verdadero origen de los continentes podría estar ligado a eventos galácticos aún más antiguos.
De hecho, esta formación fulgurante tuvo una consecuencia directa e inevitable. Al constituirse tan rápido en la región interior y caliente del Sistema Solar, el joven planeta no tuvo tiempo ni oportunidad de capturar elementos volátiles como el agua. Las altas temperaturas impedían su condensación, por lo que su destino parecía sellado: convertirse en un planeta rocoso y árido, incapaz de albergar vida. Una conclusión que plantea una pregunta evidente: ¿de dónde salieron entonces nuestros océanos? Un destino similar al que hoy observamos en otros mundos, aunque recientes hallazgos han reavivado el debate, pues la NASA ha confirmado posibles signos de vida en Marte, lo que añade una nueva dimensión al estudio de la habitabilidad planetaria.
Frente a este enigma, la ciencia apunta ahora a una solución tan violenta como afortunada: un choque cataclísmico con otro mundo. La colisión con un planeta errante, bautizado como Theia, se postula como la clave del origen del agua en la Tierra. Esta teoría, que gana cada vez más peso, sugiere que Theia se formó en las frías regiones exteriores del Sistema Solar, donde pudo acumular enormes cantidades de hielo, una idea que comparten desde ScienceDaily.
Theia, el planeta que nos regaló los océanos
Por tanto, el escenario que se dibuja es el de dos mundos con destinos muy diferentes. Por un lado, una proto-Tierra seca y estéril, forjada en el calor del Sol. Por otro, Theia, un cuerpo rico en agua helada, gestado en la periferia del sistema. El impacto entre ambos no solo fue un evento de dimensiones colosales, sino un auténtico trasvase de elementos volátiles, que entregó a nuestro planeta los ingredientes esenciales que le faltaban para poder, mucho tiempo después, albergar vida. Este trasvase cósmico no solo trajo el agua, sino que pudo haber creado las condiciones necesarias para el siguiente gran paso, un misterio que los científicos continúan explorando al hallar una posible clave química para el origen del ARN.
En última instancia, la imagen que emerge de estos estudios es que la habitabilidad de nuestro planeta no fue un resultado predecible de su evolución. Más bien, todo indica que el surgimiento de la vida en la Tierra fue fruto de una afortunada carambola cósmica, un suceso azaroso y catastrófico que transformó un desierto de roca en un oasis rebosante de agua. Un único impacto que sembró la semilla de todo lo que vino después.
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