Genética

Este caballero medieval español logró sobrevivir a pesar de una mutación extrema

De acuerdo con los autores del estudio, se trata de algo que “nunca habíamos visto”.

Historia
El cráneo corresponde a un individuo de entre 45 y 49 años. Heritage/Rissech et al.Heritage/Rissech et al.

La imagen popular de los caballeros medievales los retrata como epítomes de fuerza, valor y un cuerpo preparado para la batalla. Sin embargo, otra vez, la realidad prueba ser mucho más sorprendente. Y para ejemplo, los restos de este caballero, de la Orden de Calatrava.

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Durante las excavaciones en el castillo de Zorita de los Canes, en Guadalajara, los arqueólogos se encontraron con algo que no esperaban. En un cementerio medieval asociado a una orden militar apareció el esqueleto de un hombre que había muerto en combate, con heridas claras en el cráneo y las piernas, pero cuyo rasgo más llamativo no tenía que ver con la guerra, sino con la forma de su cabeza.

El cráneo era extraordinariamente alargado y estrecho, tan distinto de lo habitual que los autores del estudio, publicado en Heritage, lo resumieron sin rodeos: nunca habían visto algo así.

El enterramiento está datado entre los siglos XIII y XV y, por el contexto, todo indica que se trataba de un caballero de la Orden de Calatrava. No era un civil apartado, ni alguien relegado a la agricultura o tareas artesanales. Los huesos del cuerpo cuentan otra historia: marcas musculares en las piernas propias de alguien acostumbrado a montar a caballo, una complexión compatible con el uso de armas y una vida físicamente exigente. Hasta el final, fue un guerrero activo.

La explicación de aquella forma craneal extrema no está en rituales ni en deformaciones culturales intencionadas, sino en la biología. El análisis radiológico reveló que varias suturas del cráneo se habían cerrado de manera prematura durante la infancia, una condición conocida como craneosinostosis. En concreto, los autores, liderados por Carmen Rissech, de la Universidad Rovira i Virgili,apuntan a una variante rara, similar al síndrome de Crouzon, que provoca un crecimiento anómalo del cráneo al impedir su expansión normal.

Lo sorprendente no es solo la deformación en sí, sino el hecho de que este hombre llegara a la edad adulta, y no solo eso: que alcanzara una posición social y militar que exigía fuerza física, coordinación y resistencia. En la mayoría de los contextos arqueológicos, los restos asociados a craneosinostosis severas pertenecen a niños que no sobrevivieron mucho tiempo. Encontrar a un adulto (tenía entre 45 y 49 años de edad), y además a un experto en combate, es algo excepcional. Sobre todo teniendo en cuenta que supera con creces la esperanza de vida media de la época: unos 35 años.

El esqueleto sugiere que necesitó adaptaciones para su vida cotidiana. El equipo de Rissech, señala indicios de dificultades para masticar, algo coherente con este tipo de malformaciones. Es probable que necesitara ayuda en tareas básicas. Sin embargo, nada indica que su condición le impidiera entrenar, montar a caballo o participar en combates reales. Murió, de hecho, con lesiones compatibles con una batalla.

El hallazgo obliga a revisar ciertas ideas cómodas sobre la Edad Media: había diversidad anatómica, enfermedades congénitas y personas que, pese a ellas, desempeñaban roles claves en la sociedad. Este caballero no fue excluido; fue armado, entrenado y enviado a luchar.

Más allá del caso individual, el cráneo aporta algo valioso a la paleopatología: demuestra que algunas condiciones genéticas raras no solo existían en el pasado, sino que podían ser compatibles con una vida adulta funcional incluso en contextos duros, sin cirugía, sin medicina moderna y con una esperanza de vida limitada.

Este caballero rompe varios prejuicios a la vez. No encaja ni con la caricatura del guerrero perfecto ni con la visión de la enfermedad como sinónimo automático de incapacidad. Es, simplemente, un recordatorio incómodo y fascinante de que la historia humana siempre ha sido más diversa de lo que solemos imaginar.