
Materiales
Las gotas del Príncipe Rupert, el secreto del vidrio indestructible
Creadas por un sobrino del rey de Inglaterra, fascinaron a Robert Hooke, quien las dibujó y también dejaron perplejo a Isaac Newton.

A veces, la materia cuenta historias que la razón tarda siglos en comprender. Pequeñas, brillantes y misteriosas, las gotas del Príncipe Rupert parecen lágrimas de vidrio que alguien dejó caer y olvidó. Pero basta intentar romperlas con un martillo para entender que esas gotas no olvidan nada. Golpeadas con fuerza, resisten. Pero si ejercemos una ligera presión en su parte más delgada … estallan en mil fragmentos.
Todo comenzó en el siglo XVII, con uno de los personajes más interesantes de la historia europea: el Príncipe Rupert del Rin. Sobrino de Carlos I de Inglaterra, soldado (a los 15 años ya había ido a la guerra), alquimista aficionado y curioso empedernido, Rupert llevó a la corte una rareza: unas gotas de vidrio templado que soportaban martillazos, pero se deshacían con solo pellizcar la zona más delgada.
La Royal Society, apenas fundada, las adoptó como fenómeno de estudio y de asombro. Robert Hooke, uno de los “padres” científicos de Isaac Newton, las dibujó y el propio Newton no llegaba a comprender el misterio detrás de su estructura. Nadie entendía de todo su comportamiento. En los salones de la nobleza se convirtieron en espectáculo: las gotas eran golpeadas para demostrar su resistencia, y luego destruidas con un simple movimiento.
Para crear una gota de Rupert basta que una gota de vidrio fundido se deja caer en agua fría. Es esa súbita transición térmica, la que produce el milagro: el vidrio exterior se enfría de inmediato, formando una cubierta de gran dureza, mientras que el interior, aún caliente, tarda más en solidificarse y al hacerlo se contrae, generando tensiones internas extremas. ¿El resultado? Una “cabeza” prácticamente indestructible y una “cola” tan sensible que contiene el secreto de su destrucción.
Hoy, gracias a cámaras de alta velocidad, simulaciones por ordenador y estudios de polarización, sabemos que las tensiones internas en una gota de Rupert son mayores que en muchos materiales de ingeniería. Cuando se rompe la cola, esa tensión se libera a velocidades superiores a 6.000 metros por segundo (más de 20.000 km/h).
La fractura se propaga como una onda de choque y pulveriza la gota entera. Es una muerte instantánea y total. No quedan mitades ni fragmentos, solo polvo de espejos. La pregunta obvia es, ¿para qué sirve algo así? Además de su valor simbólico y su belleza física, las gotas de Rupert han servido para estudiar la resistencia de materiales, el diseño de estructuras templadas y la propagación de fracturas.
En ellas se inspiran tecnologías de vidrio reforzado, de blindajes y de seguridad estructural. Pero quizás su mayor valor está en lo que nos enseñan sobre la paradoja de la resistencia. Que algo tan fuerte puede, en realidad, estar viviendo en un frágil equilibrio.
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