Historia de la ciencia
Rosalind Franklin: los documentos que demuestran su verdadera labor en la descripción de la estructura del ADN
Ni Watson ni Crick fueron tan malos, ni Franklin desestimó información, según el relato de dos biógrafos publicado en Nature
Precisamente un día como hoy, pero 70 años atrás, se publicaba en Nature uno de los artículos más importantes de la historia de la ciencia. Firmado por James Watson y Francis Crick, en él se detalla el descubrimiento de la doble hélice del ADN. La historia cuenta que esto fue posible gracias a que Watson y Crick habrían robado datos de Franklin o al menos los habrían usado sin su consentimiento…
Pero la realidad es que el mismo día, el 25 de abril de 1953, también se publicaron otros dos artículos, uno firmado por Maurice Wilkins y otro por la propia Rosalind Franklin y su ayudante Raymond Gosling. En los tres estudios se habla de la estructura del ADN pero solo el primero menciona el concepto que se haría famoso: el de la doble hélice. Un hallazgo que le daría el Nobel a Crick y Watson… y también a Wilkins, pero no a Rosalind Franklin lo que generaría una de las historias sobre injusticia más publicadas y publicitadas de la historia, con obras de teatro incluida (protagonizada por Nicole Kidman, para más datos).
La historia cuenta que la idea decisiva de la doble hélice se produjo cuando Watson vio una imagen de rayos X del ADN tomada por Franklin, sin su permiso o conocimiento. Conocida como Fotografía 51, esta imagen es tratada como la piedra Rosetta de la biología molecular. En este relato, Franklin es retratada como una científica brillante, pero que finalmente no pudo descifrar lo que sus propios datos le decían sobre el ADN. Pero los hechos no fueron así de acuerdo con un análisis publicado, también en Nature, por los biógrafos Matthew Cobb y Nathaniel Comfort.
En 2022 ambos visitaron el archivo de Rosalind Franklin en Cambridge y encontraron algunos documentos muy interesantes. “Entender bien la historia de Franklin es crucial – señalan Cobb y Comfort –, porque se ha convertido en un modelo a seguir para las mujeres que se dedican a la ciencia. Se enfrentó no solo al sexismo rutinario de la época, sino también a formas más sutiles incrustadas en la ciencia, algunas de las cuales todavía están presentes en la actualidad”.
Una historia entrelazada de intrigas y sexismo
A principios de los años 1950, en el King's College de Londres, un equipo de científicos financiados por el Consejo de Investigación Médica (MRC) y dirigidos por John Randall, con Maurice Wilkins como su adjunto, estaban utilizando la difracción de rayos X para estudiar la estructura de la molécula de ADN. En 1951, se les unió Franklin, que había estado usando esta técnica para investigar la estructura del carbón en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado en París. Franklin y Wilkins nunca se llevaron bien aunque mantenían una calma diplomática y para aliviar las tensiones Randall, el director, les asignó diferentes tareas: una, Franklin, analizaría una muestra de ADN muy pura que había obtenido del químico suizo Rudolf Signer. El otro, Wilkins, se quedó con material de peor calidad del bioquímico austriaco Erwin Chargaff.
Con el ADN de Signer, Franklin sacó partido de un descubrimiento que Wilkins había hecho antes: el ADN en solución podía tomar dos formas, lo que ella llamó la forma cristalina o A, y la forma paracristalina o B. Franklin descubrió que podía convertir A en B simplemente elevando la humedad relativa en la cámara de muestras. Si bajaba la humedad, la muestra B volvía a su forma cristalina. Franklin se concentró en la forma A y Wilkins en la B. La primera de ellas, al someterla a los rayos X, producía patrones de difracción nítidos y detallados mientras que la forma B resultaba más borrosa y menos detallada pero más simple de analizar. Inicialmente, Franklin entendió tanto A como B como helicoidales. En notas para un seminario que impartió en noviembre de 1951, las describió colectivamente: “hélice grande con varias cadenas, fosfatos en el exterior, enlaces interhelicoidales fosfato-fosfato, rotos por el agua”. Ya estaba sobre la pista pero…
Franklin, de acuerdo con Cobb y Comfort, se centró tanto en la precisión de sus imágenes que habría perdido casi un año en esta tarea. Lo que no significa en modo alguno que no comprendía sus datos o la importancia de los mismos. Uno de los problemas fue la comunicación y otro el sexismo. Desde 1951, Wilkins había mantenido a Watson y Crick al tanto de su trabajo sobre la forma B, en particular su creencia de que la estructura contenía una o más hélices. Con los datos de Franklin y las muchas conversaciones de Watson y Crick con Wilkins, los autores del primer estudio mencionado se hicieron un panorama más amplio de lo que tenían delante de sus ojos, no es que robaron “los datos del grupo de Wilkins o de Franklin – explican Cobb y Comfort – y con ellos descubrieron la estructura del ADN: resolvieron la estructura a través de su propio enfoque iterativo y luego usaron los datos de Wilkins y Franklin, sin sus permisos, para confirmarlo”.
Los hallazgos de Franklin
Pese a todo esto, la investigación de Franklin fue fundamental. Fue ella quien diferenció claramente las formas A y B, resolviendo un problema que había confundido a los científicos anteriores. Sus medidas le dijeron que la célula unitaria de ADN era enorme, pero el tipo de simetría que observó era uno de los 230 tipos de grupos espaciales cristalográficos que se habían establecido a fines del siglo XIX y Franklin no estaba familiarizado con ellos. Tanto es así que la propia científica dijo que debería haberse dado una colleja por no descubrir las implicaciones que ello tendría. Y más contribuciones que resultaron fundamentales, pero no fue esto lo que dio a Watson y Crick la idea de la doble hélice. Lo sí se las dio fueron seis semanas de ensayo y error: hacer cálculos químicos y jugar con modelos hasta descubrirlos.
Franklin no tuvo éxito, en parte porque trabajaba practicamente sola sin un par con quien intercambiar ideas. También fue excluida del mundo de intercambios informales en el que estaban inmersos Watson y Crick, pero en ningún momento nadie pensó que no había sido capaz de reconocer lo que tenía delante. De hecho, en una descripción completa de la estructura del ADN publicado en 1954, Crick y Watson intentaron dejar las cosas claras y reconocieron que, sin los datos de Franklin, “la formulación de nuestra estructura habría sido muy improbable, si no imposible”, e implícitamente se refirieron al informe del MRC como un “informe preliminar” en el que Franklin y Wilkins habían “sugerido de forma independiente que la base, la estructura de la forma paracristalina (la B) es helicoidal y contiene dos cadenas entrelazadas”.
“Este claro reconocimiento tanto de la naturaleza como de la fuente de la información que utilizaron Watson y Crick se ha pasado por alto en relatos anteriores sobre el descubrimiento de la estructura del ADN – concluyen Cobb y Comfort – . Además de mostrar que el dúo de Cambridge finalmente intenta hacer lo correcto, refuerza nuestro caso de que Franklin era un miembro igualitario en un grupo de cuatro científicos que trabajaban en la estructura del ADN. Sus colegas la reconocieron como tal, aunque ese reconocimiento fue tardío y discreto. Todo esto ayuda a explicar uno de los enigmas perdurables del asunto: por qué ni Franklin ni Wilkins cuestionaron nunca cómo se había descubierto la estructura”.
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