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Gastronomía

Cenas de empresa, maridaje (in)evitable

Ya se sabe que estos encuentros no son la suma de querencias gastronómicas, sino la consecuencia de cómo disfrutarlas o de a quién tengas al lado, donde el buen rollo suma y multiplica

Sobremesas llenas de significado
Sobremesas llenas de significadoKIKE TABERNERKike Taberner

Aunque algunos le restamos mansamente importancia a estos encuentros, el culto por las llamadas cenas de empresa está relacionado directamente con el (bien)estar navideño. Una práctica fácil o difícil de seguir, con o sin reglas establecidas, que resulta casi obligatoria. Acudimos en calidad de familiar a una multitudinaria cena de empresa. Qué podría salir mal. Camino hacia el establecimiento, en el interior del microbús, nos avisan del futuro tormento. «No puede salir nada bueno, se les ha ido de las manos», se oye al fondo. No entendemos nada, andamos tan sobrados de ganas de pasar un buen rato como escasos de exigencia gastronómica.

La alta temperatura alcanzada entre las cuatro paredes del salón fomenta la eliminación de toxinas laborables, una meta que se da por hecha a la vista de los precedentes anteriores. La sensación térmica extrema en el comedor y, por tanto, la sudoración emocional de algunos de los presentes, a veces, evidencia cierta (in)comodidad.

Antes de acomodarse, previa puesta en escena, el anfitrión nos recomienda no comer en exceso ni mezclar alcoholes, pero sí terminar bien hidratado, consejos vendo que para mí no quiero, se oye mascullar en la mesa de lado.

La primera hora relaja y suaviza los músculos del corazón cansados, alivia la tensión y la fatiga del final de año, tanto física como mental, mejora la circulación de conversaciones positivas y baja la presión arterial de conflictos, consigue quizás un sueño más reparador, e incrementa la resistencia a futuras movidas, mientras destierra finalmente el estrés al eliminar impurezas laborables.

Nuestro anfitrión se muestra valiente al descartar previamente algunos restaurantes que fueron referentes en el pasado. Ya se sabe que estos encuentros no son la suma de querencias gastronómicas, sino la consecuencia de cómo disfrutarlas o de a quién tengas al lado. Porque, no nos engañemos es necesario que haya el mejor ambiente. El buen rollo suma y multiplica.

La lista de compañeros y departamentos es extensa y variada en inclinaciones y tendencias, acostumbrados al ejercicio (im)prescindible de dejarse llevar. «Lo importante es la excusa para juntarnos», nos apuntan.

No se puede añadir nada a una sobremesa que ya está llena de significado. Pues créanme que sí. Si está pensando en organizar su próxima cena de empresa asuma la posibilidad de convertirse en un chivo expiatorio de los demás invitados. Puede suceder que sus compañeros le coloquen sus manos sobre la espalda. «Bien muy bien». Pero también puede existir la indiferencia sin reconocimiento público de su responsabilidad ante el colectivo comensal. Todas estas situaciones pueden llegar a multiplicarse por infinito. La crítica comentada y el reconocimiento repetido al por menor resultan más que cotidianos. De dicho hábito damos cuenta. Acompaño al organizador, no necesita atribución metafórica alguna de culpabilidad. «¿Quién ha recomendado este sitio?», se oye.

Lo que parecía una cuestión irrelevante en ausencia de un chivo expiatorio al ser un grupo los responsables, finaliza en la búsqueda de las cabezas de turco entre el centenario grupo. Ya se sabe cómo en las cruzadas, las supuestas emboscadas hoteleras, necesitan la designación urgente de los culpables. La imputación infundada de culpas corre entre las mesas. Mientras el supuesto «maître», evade su responsabilidad, «es lo que nos han pedido». No es una cuestión cuantificable, pero nuestro vecino de mesa, erre que erre. «Ha sido muy caro, barato no es».

Nos enfrentamos a la desmembración de responsabilidades y voluntades. «Ya te lo dije, aquí no». En una situación de grave crisis, nuestro anfitrión se evade discretamente a la barra del hotel mientras declara con enfado que está «harto de casi todos».

En el salón se vive un momento de disgregación y polarización que pone el proyecto de convivencia durante la cena en peligro. Ha de llegar el momento en que el grupo de comensales críticos reconsidere su postura. Aunque no pierden ocasión de distanciarse aún más, barra mediante.

Hay que tener entusiasmo para emprender la aventura de organizar una cena para más de 100 caracteres gourmet diferenciados y versos gastrónomos sueltos. Pienso en el desamparo del organizador, angustiado, obligado a enfrentarse, sin respuestas, mientras se lamenta ante el temor de verse relegado para futuras convocatorias.

El chupito final nos facilita una magnífica coartada para acompañarle. La rebelión de los gastrónomos incendiarios no se borra fácilmente de su memoria. Ni siquiera la apelación al pub cercano que nos espera, con gin tonics dispuestos, será suficiente para justificar tamaña afrenta. Al volver a casa nos hacemos la levítica pregunta.

¿Habrá otra cena de empresa? El que dude de ello que espere sentado. Quién sabe. Cenas de empresa, maridaje (in)evitable.