Salud

El dolor pélvico crónico, una pandemia silente

El modelo biomédico tradicional no basta para explicar algunas dolencias

El fisioterapeuta Kike Montero durante una de sus sesiones de trabajo en la clínica A Punto
El fisioterapeuta Kike Montero durante una de sus sesiones de trabajo en la clínica A PuntoLa RazónLa Razón

El 16 por ciento de la población española está padeciendo en estos momentos dolor pélvico crónico. Para que se hagan una idea de lo que esto representa, piensen que la diabetes afecta al 13 por ciento de la población, y es una patología mucho más conocida por todos y abordada en foros, debates y congresos.

Pero, ¿por qué nos cuesta tanto hablar de algunas enfermedades o dolencias que afectan a millones de personas? Esto es lo que sucede con este malestar, que resulta altamente incapacitante para las mujeres -son las que más lo padecen- e impide no solamente mantener relaciones sexuales, sino también orinar, defecar o, simplemente, estar sentada sin sentir dolor.

El dolor pélvico crónico afecta a una zona muy amplia del cuerpo que va desde debajo del ombligo hasta la zona superior de la rodilla. «El problema es que es una zona del cuerpo en la que conviven muchos especialistas: ginecólogos, urólogos, digestivos... Por lo que es difícil llegar a un diagnóstico».

Son las palabras de Kike Montero, fisioterapeuta de la clínica A Punto, en San Antonio de Benagéber (Valencia), especializado en tratar esta patología. Cuando acabó la carrera empezó a trabajar como fisioterapeuta generalista pero, poco a poco, se fue especializando en el dolor crónico -precisamente por padecerlo en la zona lumbar- hasta convertirse en un referente en suelo pélvico. Hoy en día recibe pacientes derivados de otros especialistas que no encuentran el origen del problema.

«El paciente llega con la ‘carpeta del todo está bien’, como digo yo», bromea Kike. Es la carpeta con todas las pruebas que se le han realizado hasta el momento y que no justifican ni explican en absoluto el malestar que esa persona está sintiendo.

«El modelo biomédico tradicional no sirve para explicar muchas dolencias, por eso se está evolucionando hacia un modelo biopsicosocial, en el que se tienen en cuenta otros factores emocionales y sociales», explica Montero.

«Cuando el dolor dura más de entre tres y seis meses, se aprende, es decir, se altera nuestro sistema de sensibilización. Es como si reprogramaras la alarma de tu casa para que en lugar de detectar objetos en movimiento a partir de 30 kilos, detectara también a partir de 8 kilos, saltaría mucho antes». Esta es la explicación que Kike da a sus pacientes para que entiendan como su cerebro se ha reprogramado a partir de una determinada situación de estrés mantenido en el tiempo y ha aprendido ese dolor, absolutamente real, tanto que les impide llevar una vida normal.

Imagen de la clínica A Punto, en la localidad valenciana de San Antonio de Benagéber
Imagen de la clínica A Punto, en la localidad valenciana de San Antonio de BenagéberLa RazónLa Razón

Puesto que el problema no es solamente físico, la solución tampoco lo es. De hecho, Montero asegura que durante las primeras sesiones no realiza ninguna terapia física con sus pacientes. «Antes de tocar a una persona su cerebro tiene que permitírtelo, si no, su cuerpo lo va a interpretar como una situación de estrés y sentirá dolor». Esto explicaría por qué muchas personas que padecen este tipo de dolencia están peor los días posteriores a una sesión de fisioterapia convencional.

Kike trabaja con una pizarra. Le explica a su paciente el punto en el que se encuentra y cómo y por qué ha llegado hasta allí -obviamente tras una larga conversación con la paciente- y, sobre todo, le dibuja su destino: un nuevo lugar en el que no existe el dolor.

«No es un viaje, es una mudanza. Tienen que dejar creencias y pensamientos atrás e incorporar nuevos hábitos y actitudes». Todo esto se configura como un trabajo de acompañamiento en el que, a parte de la tarea de fisioterapia de Kike, intervienen el resto de miembros del equipo, entre los que se encuentra una psicóloga y una nutricionista.

La tasa de mejora de la calidad de vida de sus pacientes se sitúa en un 90 por ciento. El otro 10 por ciento no lo consigue. «Algunas personas están tan apegadas a su dolor que les cuesta mucho soltarlo».