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¿A quién acusa Polansky?

«El oficial y el espía», la nueva cinta del cineasta, que se estrena mañana, narra el más famoso error judicial de la historia de Francia: el caso Dreyfus, en el que un militar fue condenado injustamente por alta traición gracias a pruebas y testimonios falsos

Roman Polansky durante el rodaje junto al actor Jean Dujardin, que en «El oficial y el espía» interpreta al militar Marie-Georges Picquart
Roman Polansky durante el rodaje junto al actor Jean Dujardin, que en «El oficial y el espía» interpreta al militar Marie-Georges Picquartlarazon

Sobre el suelo empedrado y húmedo de la cour Morland, en la École Militaire de París, permanecen las charreteras y los cordones y botones dorados de su uniforme. Junto al patético montón, su espada, partida por la mitad. El hombre grita su inocencia, pero de nada sirve. Es un traidor. Cuatro mil soldados, cientos de altos cargos militares y otros miles de curiosos son testigos de su degradación. Le insultan por judío y le desean la muerte. Los emblemas que una vez distinguieron a Alfred Dreyfus como capitán del ejército francés son ahora el símbolo de su ruina. Es el 5 de enero de 1895.

Entre los miles de testigos de su caída en desgracia, sin embargo, no estuvieron presentes los generales Raoul le Mouton de Boisdeffre, jefe de Estado Mayor General del ejército, y Auguste Mercier, ministro de Guerra. Ambos escucharon lo sucedido, refugiados del frío en el despacho de Mercier, de boca del mayor Marie-Georges Picquart, encargado por el ministro de tomar notas detalladas del acto. Al describir el momento en que le arrancaron las insignias del uniforme al preso, Picquart afirma a sus superiores: «Parece un sastre judío calculando el costo de descartar tantos cordones dorados». El buen trabajo del observador Picquart le valdrá ascender al rango de coronel y ser nombrado jefe del servicio de inteligencia militar seis meses más tarde.

Para entonces, ya Dreyfus paga su condena de por vida en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, por haber trabajado como espía para el gobierno alemán. Con las heridas de la guerra franco-prusiana de 1870 todavía supurando, su supuesta traición es de la más alta categoría, y para el ejército francés haberle pillado es un triunfo que merece ser destacado y celebrado. Haberse permitido esa vanidad será el primero de una serie de errores y torpezas que cometerán Boisdeffre, Mercier y su sucesor, el general Jean-Baptiste Billot, así como otros altos cargos militares.

Y es que los documentos filtrados a los alemanes eran prácticamente insignificantes y no implicaban ninguna amenaza para Francia. La insistencia del ministro de Guerra de convertir a Dreyfus en un ejemplo de la severidad y eficiencia del ejército los condenaría a todos a continuar interpretando una farsa que mantuvo al capitán injustamente preso en una isla durante cuatro años, custodiado por guardias que tenían prohibido hablarle y durmiendo encadenado con grilletes.

«El oficial y el espía», el retrato cinematográfico realizado por Roman Polanski del error judicial más famoso de Francia, ya le mereció al director polaco el Gran Premio del Jurado y el Premio Fipresci en la Mostra de Venecia. Protagonizada por Jean Dujardin, que interpreta al coronel Picquart, el filme sigue la trama de la novela de Robert Harris, basada en hechos reales, en la que se narra cómo el servicio de inteligencia militar francés señala a Dreyfus (Louis Garrel) como traidor, falsifica pruebas en su contra para asegurar que sea condenado y, más tarde, aplica el mismo método para deshacerse de Picquart, que descubre lo sucedido y se niega a encubrir al verdadero traidor, un soldado llamado Esterhazy.

Avalado por la crítica

Tratándose de Polanski, el filme no podía llegar a las salas sin una dosis de polémica. Ya en la Mostra la presidenta del jurado, Lucrecia Martel, se negó a asistir a la proyección de la película como protesta por las acusaciones que varias mujeres han hecho en contra del realizador por abusos sexuales. Coincidiendo con el estreno en Francia, la fotógrafo Valentine Monnier aseguró públicamente que Polanski la violó en 1975, cuando ella tenía 18 años, en el chalet del cineasta en Suiza. Como consecuencia, algunos grupos feministas pidieron que se boicoteara el estreno de su película. A pesar de ello, y a diferencia de la reciente experiencia, por ejemplo, de Woody Allen, «El oficial y el espía» ha sido un éxito de taquilla y crítica en Francia.

Por su parte, Polanski negó todas las acusaciones de abuso en una entrevista concedida en diciembre a «Paris- Match», en la que también dejó claro que se considera una víctima de una sociedad en la que «se arruinan reputaciones, carreras y vidas en unas palabras». El cineasta se refería a Twitter donde, afirma, se condena a las personas sin ofrecerles la posibilidad de defenderse en un juicio. Polanski, está claro, se sitúa a sí mismo hombro con hombro con los dos protagonistas de su filme, hombres juzgados en procesos judiciales viciados y declarados culpables antes siquiera de tener la oportunidad de demostrar su inocencia.

El guión lo adaptó Polanski junto al novelista Harris, con el que ya trabajó en «El escritor» (2010), también basada en un libro suyo. De hecho, el autor afirma en los agradecimientos de su obra que fue el cineasta quien le entusiasmó para escribirla: «La idea de contar de nuevo la historia del caso Dreyfus surgió por primera vez durante un almuerzo en París con Roman Polanski a comienzos de 2012».

Aunque el filme es particularmente fiel al texto de Harris en los diálogos y hasta en la representación de algunas escenas, la gran diferencia entre ambos es que el cineasta no deja apenas espacio para la duda moral. El coronel Picquart que nos presenta Polanski es un hombre intachable, un soldado que no da un solo traspiés a pesar de que sabe que anunciar la inocencia de Dreyfus arruinará la carrera militar que tanto ha cultivado. De hecho, aunque el coronel pronuncia varios comentarios antisemitas y hasta admite que no le agrada particularmente Dreyfus, de quien fue profesor, su sentido de la justicia es mayor que sus sentimientos personales.

La última jugada

El Picquart de papel, en cambio, se pregunta cómo sus actos le afectarán personalmente y durante meses, a pesar de tener ya la certeza de que Dreyfus es inocente, intenta proteger al ejército del escándalo que sabe que causará esa información si se hace pública. Su última jugada, desesperado al ver que sus superiores continúan protegiendo al verdadero traidor para no quedar en ridículo, es contarle lo que sabe a Emile Zola. El 13 de enero de 1898, cuando Dreyfus ya lleva tres años confinado en la Isla del Diablo, Zola publica en el diario «L’Aurore» la famosa carta abierta al presidente Felix Faure en la que señala con nombre y apellido a gran parte de los involucrados en la farsa.

Aunque el caso ya era muy conocido en Francia, la carta de Zola, que más tarde fue condenado por difamación, le dio al «affaire Dreyfus» una dimensión incluso mayor porque por primera vez se explicaba al público, en un solo documento y del puño y letra de un respetado intelectual, cómo había sido condenado injustamente un hombre inocente, mientras el traidor verdadero seguía libre. El texto exponía, además, a los altos cargos militares que habían permitido el uso de pruebas falsas en su contra y que, más tarde, trataron de deshacerse de Picquart.

Sobre todo, el texto demostraba que el ejército funcionaba como una secta religiosa en la que se debía tener fe absoluta en la cadena de mando. Una frase del mayor Henry del servicio de inteligencia militar, que falsificó documentos y mintió para asegurar la condena de Dreyfus, lo explica perfectamente: «Hice lo que se me exigió. Si me das la orden de disparar a un hombre, yo le disparo. Si más tarde me dices que te has equivocado de nombre y que he debido dispararle a otra persona, pues lo siento mucho, pero no es mi culpa». Una obediencia ciega que exime de culpabilidad; como la de la mafia, diría Scorsese.

Las dos palabras de una carta que dividió a Francia
Solamente dos palabras bastaron a Emile Zola para levantar casi en armas al pueblo. Dos palabras contundentes que sustituyeron al titular que él había puesto en su artículo para el joven diario matutino «L´Aurore». El editor se quejó de que resultaba demasiado largo. Decía que para que causara efecto tenía que ser corto, directo y permitir que tuviera una tipografía más grande para que se viera a distancia. Su olfato periodístico no le traicionó. Sabía que tenía un diamante entre las manos. Y así nació el contundente «J’ acusse». El ambiente cuando sale el artículo de escritor publicado ya estaba bastante caldeado y los defensores de la condena a galeras de Dreyfus iban cometiendo errores poco a poco. El 13 de enero de 1898 vio la luz en la portada del medio. Se trataba de una carta dirigida al presidente de la República, Felix Faure, en la que de la manera más clara y sencilla posible exponía todos los hechos y las dudas sobre el caso judicial más polémico que había vivido Francia hasta la fecha. Su mano no templó a la hora de escribir y nombrar a quienes consideraba culpable de una encadenada serie de hechos que habían dado con un militar inocente en la cárcel, a más de 6.000 kilómetros de su país. El artículo provocó reacciones tanto a favor como en contra y Zola fue condenado a un año de cárcel y 3.000 francos de multa. Con el país dividido, el «caso Dreyfus» saltó al mapa internacional con tanta virulencia que incluso algunos países amenazaron con boicotear la Exposición Universal de París de 1900.