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Cuando los jipiprogres de la «gauche divine» atestaban Bocaccio

La discoteca barcelonesa reunía a los hijos progres de las fuerzas vivas del franquismo, emocionados de conocerse y saberse dueños de una situación económica y social privilegiada
larazon

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El apelativo satírico de la «gauche divine» fue una ocurrencia genial de Joan de Segarra referida a los pijiprogres que atestaban la barra de la discoteca barcelonesa de Bocaccio «prima della rivoluzione». Bebían. Y mucho. Y siguieron bebiendo y hablando como el remedo «antifranquista» de la «izquierda exquisita» de Tom Wolfe, la que se reunía con los Black Panthers en la mansión de la Quinta Avenida de Leonard Bernstein para lucir sus joyas. En su mayoría, eran los hijos progres de las fuerzas vivas del franquismo, emocionados de conocerse y saberse dueños de una situación económica y social privilegiada. Bocaccio los unió en noches que duraban días enteros.
España era rancia y carpetovetónica. Barcelona, moderna y sofisticada. Con una industria floreciente, una burguesía exultante y unos hijos ilustrados que hacían cine al modo de la Nouvelle Vague francesa. Cantaban cançó al modo de la chanson francesa. Se promocionaban con el nuevo «Fotogramas» que había renovado la hija de los Nadal, Elisenda, y habían descubierto el «diseny», que pronto sería, junto a la arquitectura, el faro que conduciría a numerosos jóvenes, intelectuales y artistas españoles a ese foco de modernidad y promoción que fue Barcelona durante los años 70.
Bocaccio abrió en 1967 y cerró en 1985. Allí J.M. Castellet lanzó a los «Nueve novísimos» poetas españoles. Barral a los novelistas del «boom» del realismo mágico hispanoamericano. Juan Marsé fue el pijoaparte de esa izquierda divina formada por Terenci Moix, Vázquez Montalbán, Bofill, Teresa Gimpera, Beatriz de Moura y Serrat, bajo la atenta mirada del promotor cultural Oriol Regás, un señor de Barcelona. Él fue el creador de Tusset Street, la calle psicodélica que puso a Barcelona en el mapa de quienes soñaban con Carnaby Street. Y de la Copa del Drach y el pub Tusset, donde se reunían y cantaban los componentes de la Nova Cançó.
Desde entonces, la España moderna soñaba con ir a Barcelona a estudiar, trabajar, desfogarse y encontrar un mundo de ilusión que en verdad fue efímero. Con el tiempo, cuantos llegaron a Barcelona en los 70, descubrieron que el nacionalismo de Pujol los despedía de sus trabajos y de esa ciudad soñada, y la izquierda divina callaba. Cuando no colaboraba. Y en los años 80, de aquella ciudad vibrante y llena de color local, la de los hippies, contraculturales, comiqueros, diseñadores y travestis ultracontestatarios no quedaban ni las raspas. Cierto, primero fue Bocaccio y la «gauche divine». Pero fueron los llegados desde los cuatro rincones de España en los 70, los años del desmadre, los que consolidaron la modernidad de Barcelona. Y como Bocaccio, igual que llegaron se fueron a Madrid, para continuar con la movida los mejores logros de la Barcelona de los 70.

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