“Prostitución”: Provocación y sonrojo
La obra de teatro de Andrés Lima que se representa en el Teatro Español es una excelente obra que cuenta con unas interpretaciones extraordinarias
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Obra: Prostitución. Texto y dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima. Dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste. Teatro Español. Hasta el 2-II- 2020.
Si hay algún espectáculo, ahora que estamos ya prácticamente de vuelta de todo, al que pueda todavía colocarse el marbete de «provocador», es este. Pero, a pesar de lo que pueda sugerir el título, la provocación de «Prostitución» no radica en el tratamiento de lo sexual –habitual error de otros montajes en los que se hace penosamente evidente que el espectador va por delante del director en determinadas prácticas–, sino en la capacidad de modelar y exprimir el lenguaje escénico para que el espectador pueda verse directamente involucrado, y en cierto modo responsable, en esa controvertida actividad que algunos demonizan y que otros no ven con malos ojos. La obra, no nos engañemos, es un poco tramposa, pero a buen seguro que lo es ex profeso. Probablemente sea inevitable trampear para provocar. Por más que el montaje se haya calificado en algunos sitios como teatro documental, no creo que su verdadero objetivo sea el de ilustrar de manera fidedigna sobre la vasta y compleja casuística que rodea la prostitución, ni despertar un debate intelectual sobre el sentido profundo de este polémico trato comercial. El simple hecho de dejar fuera del asunto la prostitución de lujo o el de eludir reflexiones de peso puramente filosóficas sobre la actividad como tal son ya opciones que contribuyen al efectismo. Tampoco creo que sean fundamentales los datos en el espectáculo, aunque haya un aluvión de ellos verdaderamente escalofriantes en las primeras escenas. Lo que sí pretende y consigue la propuesta es poner contra las cuerdas al espectador y abofetearle por su cotidiana «normalización» del asunto; porque le hace ver de manera amable, incluso con humor, la sordidez que encierra en la mayoría de los casos. Y eso lo consigue Lima pegando la acción al patio de butacas, «implicando» al público en la propia situación dramática con esa «normalidad» con la que miramos desde la ventanilla de un coche a las profesionales del sexo en la calle. El director sacrifica incluso la dramaturgia a un cierto desorden con tal de que sus tres prodigiosas actrices puedan apabullar y sobrecoger al espectador encarnando para él, en una infinidad de tonos y registros, a algunas de esas prostitutas que en un mundo un poquito más feliz jamás lo serían.