Es un Van Gogh y no valía ni 6 euros
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Los altillos de las casas, las buhardillas, en cuanto a las alturas, y sótanos en cuanto vamos escaleras abajo, son idóneos para toparse con una obra de arte olvidada o mal firmada y hacer de su propietario un tipo bendecido con el maná artístico. Pasó hace unos meses con un Cimabue que adornaba al pasillito de una vivienda, uno de esos cuadros de toda la vida al que nadie prestaba atención que se compró por calderilla y hoy casi se disputan los museos. Es Cimabue, nada menos.Y ayer volvió a pasar con un Van Gogh que se compró en su día por cinco libras (hablamos de principios del siglo pasado y sería el equivalente hoy a unos seis euros, más o menos) y que después de sucesivas ventas y compras y más ventas y otras compras ahora está en venta y puede alcanzar los 16 millones de euros, que no está nada mal y que suena a ganga si estamos hablando de uno de los nombres clave de la historia del arte.
La obra no es un cuadro bello, a qué negarlo, es un óleo que se adquirió en su día con más pena que gloria en un mercadillo y que acabó en lo alto de una casa destartalada, pero lo extraño de su motivo lo ha convertido en una pieza codiciada. Su historia, también. Se abandonó a su suerte y fue pasando de mano en mano a través del tiempo. Siempre, en estas larguísimas cadenas que se prolongan por los siglos aparece una mirada que pretende ver aquello en lo que los demás no han reparado, un ojo que descubre un diamante donde los otros han visto un basto culo de vaso.
El Doctor Gachet
La obra, decíamos, no es especialmente bella. Corresponde a la edad ya tardía del artista, que la pintó a los 33 años. Lo de la firma no estaba claro, pero radiografías hechas a la tela descubrieron que el cuadro lo pintó Vincent, y aunque el motivo no es demasiado común en su producción (una casa de labranza en pleno campo con una joven en uno de sus extremos) ya hay una feria de altos vuelos que se frota las manos a la espera de conseguir un buen puñado de millones.
No es, desde luego, frecuente que Van Gogh salga al martillo, claro está que no nos encontramos frente a un «Doctor Gachet», que nadie se llame a engaño, ni ante un jarrón con espléndidos girasoles, pero serlo, lo es, palabra de Alan Bownes, historiador de arte que fue quien lo autentificó en su día y que andando el tiempo dirigiría la Tate Gallery. Imaginamos que los descendientes del propietario inicial estarán lamentando la pérdida de la obra que se vendió por cinco ramplonas libras y que hoy es carne de titular.
La pieza, además, por si la historia no tuviera fuste de por sí, escondía debajo del óleo un carro tirado por bueyes. Es decir, que quien se haga con ella se llevará dos, aunque solamente esté un motivo a la vista. De aire melancólico, se ha convertido desde este momento en la joya que escrutarán todos los ojos de quienes se paseen por la Feria TEFAF de Maastricht, un encuentro que siempre busca lo singular y en el que las piezas que se exhiben concitan siempre atención. Si tiene 16 millones ya sabe dónde puede invertirlos. Es Van Gogh, no estamos hablando de cualquiera.