Pablo Messiez: «Me sonó el móvil en un teatro y casi me muero»
Presenta en el Teatro Valle-Inclán «Los días felices», de Beckett, una pieza con la que el director argentino reflexiona sobre la importancia de escuchar
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Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) hace bueno aquello de «culo de mal asiento». Si de géneros teatrales se trata, no se está quieto. Ha tocado todos los palos que se le han puesto por delante. Clásicos de Lorca, temas autobiográficos, un «casi» musical, zarzuela... Y ahora vuelve a dar una vuelta a su currículo con el absurdo de «Los días felices» (en el Valle-Inclán del 26 de febrero al 5 de abril), de Samuel Beckett, el primer autor al que se acercó cuando era estudiante.
–¿Adónde nos lleva el teatro absurdo?
–Habría que ver qué significa. No consideraría la escritura de Beckett como tal. Yo veo un teatro poético, cotidiano, con metáforas en las que nos reflejamos.
–¿Y qué nos encontramos en estos «Los días felices»?
–A una mujer atrapada hasta la cintura, pero, sobre todo, a una persona que busca que la escuchen. Lo fundamental aquí es la necesidad del otro. Winnie le pide a Willie, su marido, que le diga si le está escuchando. Las herramientas que tenemos para entendernos no son otras que las palabras. Por ello, también hay una reflexión sobre el lenguaje.
–¿Qué tiene de real esta obra?
–Me gusta la frase de Silvina Ocampo de que «lo cierto es más raro». El absurdo creo que muestra cómo lo siniestro está en lo cotidiano. Ningún relato se puede hacer cargo de la complejidad del día a día. Beckett condensa en una metáfora todo lo que nos rodea. Eso lo hace potente. Las buenas metáforas tienen muchos significados y eso en teatro es muy necesario porque el que construye la obra es el otro.
–Dice que volver a Beckett es recordar que el teatro puede ser otra cosa, ¿el qué?
–Que debe ser un lenguaje diferente al de la televisión y el cine. Hay un montón de obras que parecen audiciones para una película. No trabajan con la presencia del espectador en vivo. Puede hacerse una función sin palabras, pero no sin esa relación espacio-tiempo. Se debe trabajar la interacción de los intérpretes con el público.
–¿De qué le desintoxica reencontrarse con los textos de Beckett y Chéjov, clásicos?
–De Netflix, de las plataformas.
–¿No consume?
–Un poco, pero no mucho. Me gusta una tarde de series, aunque no confundamos eso en el teatro, que luego parece que vemos obras (de teatro) hechas para la tele y eso me da mucha pereza.
–¿Y cómo es un «día feliz» en la vida de Pablo Messiez?
–Dar clase, ensayar, escuchar música, salir a pasear por Madrid... Los placeres de la vida. Y comer rico, claro.
–Elija una comida.
–¡El jamón! Cuando llegas acá te das cuenta de que eso que nos dan fuera es otra cosa.
–Antes hablaba de la importancia de escuchar, un tema que ya tocó en «Las canciones», su anterior montaje.
–Ha sido inconscientemente, pero sí. La convivencia y cómo hacer para estar juntos, al final, atraviesa todas mis obras. El teatro es un espacio muy raro en el que pasan cosas muy raras. Da pena que se esté contaminando de lo que ocurre fuera. Hay que cuidarlo y protegerlo de cosas como los móviles.
–¿Qué siente cuando suena un teléfono en la sala?
–Depende del caso. Cuando ha ocurrido a mi lado, eran señoras mayores y eso me da más pena que bronca por cómo se pasa. Hay que aprender a convivir con ello, pero, por supuesto, hay que apagarlo y educar para que no pase. De hecho, me ha sonado el móvil en el teatro y casi me muero. Hasta que no vivimos algo en nuestras carnes pensamos que el mundo es idiota y hay que ponerse en el lugar del otro. Si suena un teléfono en un teatro hay que integrarlo en la escena, gestionarlo igual que si los actores se quedan en blanco. Otra cosa es la gente que mira las pantallas. Eso no lo soporto porque es un gesto a conciencia, lo otro no deja de ser un olvido.
–Volviendo a lo de escuchar, ¿no sabemos?
–Cada vez nos encerramos más en nuestro propio punto de vista y nos cuesta dar espacio a otra opción. Ese es el problema. Se habla de empatía y de mirar al otro, pero luego nos cuesta aceptar que existen más opiniones. Lo habitual es no detenerse a escuchar, y no digo que haya que aceptarlo como verdad, pero sí convivir con la diferencia, es necesaria. Ahora estamos llegando a una lógica del consenso por la que tenemos que estar de acuerdo. Yo pienso que es por miedo al debate. Falta sentarse frente a frente y hablar. Solo pensamos en dar titulares.
–Hay que soltar el tuit...
–Es como si habláramos para las redes. El «fenómeno zasca» es el infierno, es la lógica de buscar algo ingenioso para que te aplaudan tus seguidores y quedar como ganador. ¿Ganador de qué? Es la muerte de las ideas. Es ver quién la tiene más grande, olvidarse de escuchar.