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Reina Sofía y ARCO: de hospital a museo, y viceversa

Entre ambos referentes culturales se establece un curioso paralelismo, aunque a la inversa: han acogido y acogen entre sus paredes un espacio para el arte y para la sanación
J.J.GuilleénEFE
La Razón
  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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El hospital de campaña de Ifema ya tiene operativos los pabellones 7 y 9. Hace justamente un mes, ambos espacios acogían la última edición de la Feria ARCO. Ahora, los stands de las galerías de medio mundo han sido sustituidos por camas en las que reposan casi 1300 enfermos de coronavirus. Si hace cuatro semanas, a quienes estamos visitando la gran fiesta del arte en España nos hubieran mostrado una sola imagen de este «paisaje de guerra», habríamos pensado que, entre medias, había acontecido el Apocalipsis. Y puede que, en verdad, lo más parecido a la distopía del «fin de los tiempos» que vayamos a vivir sea este presente al que no le vemos el fin. Las camas de hospital alineándose en hileras infinitas en el interior de los pabellones de Ifema constituyen el documento estético más perturbador de los últimos tiempos. Hay quien, por deformación profesional, ha querido ver en este montaje hospitalario de urgencia una instalación como ningún artista actual va a ser capaz de conseguir.
Lo cierto y verdad es que, más allá de comparaciones que por lo crítico del momento puedan resultar más o menos afortunadas, hay una evidencia: en el breve plazo de un mes un mismo espacio ha albergado una feria de arte y un hospital de campaña. Sin solución de continuidad. Como si ambos mundos formaran parte de un mismo relato, y el uno fuera consecuencia de otro. En rigor, este empleo de un mismo espacio por parte del arte y de la medicina no es en modo alguno extraordinario. El «caso Ifema» trae inevitablemente a la memoria el de una de las grandes instituciones artísticas de este país: el del Museo Nacional centro de Arte Reina Sofía. El edificio que sirve de sede al gran referente del arte contemporáneo español albergó, en primera instancia, el Hospital de San Carlos.
En el siglo XVI, el rey Felipe II realizó la primera fundación de este importante espacio de curación, en el cual se centralizaron todos los hospitales que estaban dispersos en la Corte. La apertura, en 1990, del Museo Reina Sofía supuso la adecuación de esta antigua arquitectura hospitalaria a las necesidades expositivas de una gran institución de arte contemporáneo. Como si de una inversión de esta narrativa se tratara, el hospital de Ifema viene a usurpar al arte un espacio que, hasta hace pocas semanas, pertenecía a él.
Con el rumor de las voces de los expositores y del público todavía en el aire, con las pisadas de sus últimos ocupantes casi calientes en el suelo, la voracidad de la pandemia que arrasa al planeta ha obligado a improvisar un centro hospitalario allí donde antes contemplábamos pinturas neoexpresionistas, esculturas metálicas o video-instalaciones. Si, durante estas últimas décadas, el arte contemporáneo ha sido un insaciable virus que se apropiaba de cualquier inmueble para propagarse e infiltrarse en cada ciudad, ahora ese virus ha mutado su naturaleza y es de índole muy diferente. Quizá la enseñanza que nos deja la nueva fisionomía de Ifema sea tan alarmante como desesperanzadora: las nuevas catedrales de nuestra sociedad ya no son los museos, sino los hospitales.

Dos formas de curar

La contigüidad en el tiempo entre ARCO y el hospital de campaña, y el hecho de que ambas realidades compartan un idéntico espacio, permite afirmar que jamás ha estado el arte tan cerca de la vida. Desde que Duchamp realizara sus readymades, y los artistas del «happening» pusieran su talento en la ardua tarea de borrar los límites que separan el arte y la vida, el productor de arte ha perseguido por todos los medios confundir sus creaciones con la realidad. Y cuando los recuerdos de la última edición de ARCO están aún frescos, toparse de repente con la estremecedora imagen de un hospital de campaña conduce a que ambos extremos se solapen en la mente, y allí donde vemos enfermos postrados en sus camas todavía atisbemos una presencia artística. El arte se cuela ilegítimamente en un hospital o, por el contrario, un hospital profana un santuario artístico. Da igual cuál sea el procedimiento y el orden de los factores: el resultado sigue siendo que, jamás, el arte se ha asomado de manera tan temeraria al abismo de la vida.
Además, el hospital de campaña de Ifema trae a la mente una de las reflexiones realizadas por el artista británico Damien Hirst a propósito de su serie «Pharmacy». Refiriéndose a ella, reconocía no comprender cómo la gente podía creer completamente en la medicina y no en el arte: «Me gusta la idea –afirma Hirst– de que el arte puede curar a la gente». Interpretando a la luz de estas palabras las imágenes difundidas por los medios sobre el hospital de campaña de Ifema, se está tentado de concluir que, en realidad, no hay tanta diferencia entre Arco y esta nueva versión de los pabellones 7 y 9 del recinto ferial madrileño: en un hospital se cura, pero con el arte, también. Se trata de dos tipos de terapias diferentes, pero ambas absolutamente necesarias en estos tiempos.