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El jorobado de Notre Dame existió y esta es su historia

Dentro de unos días se cumplirá un año del incendio de la catedral y nada mejor que recordar dónde se pudo inspirar Victor Hugo: en un escultor que trabajaba en las obras de restauración de la catedral y que era conocido como “Le Bossu”
RC

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Es una historia vieja y como todas las historias viejas parece un cuento. Después de años de olvido, en una casa de Penzance, una diminuta localidad porturia de Cornualles, Inglaterra, aparecieron las memorias de Henry Sibson (1795-1870), un aventurero, trotamundos y tallista, como se le define en distintas fuentes, que viajó por Europa durante el siglo XIX. La obra, dividida en siete volúmenes, fue cedida a la Tate Gallery en 1999 para que se conservara entre sus fondos. Permaneció ahí custodiada hasta que, en 2010, uno de los archiveros, Adrian Glew, se interesó por la autobiografía de ese personaje apenas conocido y durante el examen pormenorizado de esas páginas encontró un dato que al principio solo le llamó la atención, después le llenó de interés y, al cotejar datos y comprobar fechas, le deparó una inesperada sorpresa.
El relato que encontró lo retrotraía siglos atrás, años antes incluso de que su protagonista naciera. Exactamente hasta el 14 de julio de 1789 y la toma de la Bastilla en París, un suceso que extendería el miedo por aquella Europa de monarcas y propagaría por el continente los ideales que derribaría el despotismo del Antiguo Régimen. La revolución Francesa trajo consigo una animadversión hacia el poder, encarnado para el pueblo, los jacobinos y otros amigos parejos de comités en Luis XVI (su intento de fugar aumentó aún más la aversión que la población sentía hacia su figura). Un resentimiento que se amplió a todas las instituciones que habían representado alguna clase de autoridad en el pasado. Un aire antieclesiástico recorrió Francia y los principales santuarios y templos de la cristiandad fueron asaltados y profanados, como fue el caso de la Abadía de Saint-Denis, en un barrio de la ciudad del Sena, conocida por ser la primera en ser construida en estilo gótico y albergar las tumbas de los principales reyes de Francia.
La decapitación de Luis XVI el 21 de enero de 1793 exaltó el ánimo del pueblo que enseguida se lanzaron sobre Nuestra Señora de Notre Dame de París, una catedral que se había levantado sobre diferentes edificios religiosos. Estaba ubicada en el mismo lugar donde se habían ubicado una serie de lugares de culto: desde el que levantaron los celtas y el templo de Júpiter que construyeron los romanos hasta el primer edificio cristiano y las iglesias que la sucedieron. Las obras se iniciaron en 1163 y, desde ese momento, se convirtió en una referencia para sus habitantes a pesar de las incontables demoras que retrasaron su finalización. Pero los revolucionarios no tuvieron en cuenta ninguno de estos detalles. Después de haber visto caer la cabeza de un rey, deseaban cortar más y se dirigieron a la fachada de Notre Dame. Las esculturas que decoraban la fachada principal les parecieron soberanos de otros tiempos y sin vacilar los arrancaron de las hornacinas y paredes. Confundieron a los personajes del Antiguo Testamento con regentes de la casa real francesa. Allí mismo les cercenaron las testas coronadas y las mutilaron. Aquel rico conjunto fue destruido .
Al mismo tiempo que se rompían estas piezas se saqueó el interior de Notre Dame. Se robaron obras de arte y cualquier objeto de valor. Y hasta se emplearon las campanas para fabricar armas. Entonces el templo se desacralizó y quedó abandonado a su suerte. Se usó para almacenar vino, alimentos y otros fines que aumentaron su decrepitud. Solo la llegada de Napoleón y su pretensión de ser coronado allí, enderezó su suerte. Era 1801 y en ese año se comenzó una restauración para salvar la catedral y, sobre todo, para presentara un aspecto decente y que el «pequeño cabo» se proclamara emperador allí.
La revolución francesa había dejado el patrimonio eclesiástico e histórico que se había heredado de periodos anteriores en un estado lamentable, en algunos casos de ruina. El escritor Victor Hugo consciente de ese drama participó en diferentes iniciativas para que la gente tomara conciencia de lo que podía suponer esa pérdida. Pero ninguna de las acciones y reuniones que mantuvo con los principales miembros de la Escuela de Bellas Artes hizo tanto por rescatar este legado como la publicación de su novela «Nuestra Señora de París». Se publicó en 1831 y tuvo un inminente éxito. Gracias a ella, miles de lectores abrieron los ojos y se dio un nuevo impulso para recuperar estos tesoros. De hecho, en 1840, el arquitecto Viollet- -Le-Duc dirigirá la restauración de Notre Dame durante más de veinte años. A él se deben, de hecho las famosas gárgolas que tanto aprecian los turistas y que se han retratado en alguna cinta de animación. ¿Pero de dónde sacó Victor Hugo a su personaje principal, Quasimodo?
Siempre se pensó que, como Febo y Esmeralda, bebía de las fuentes de su imaginación. Ahora se ha encontrado un dato revelador sobre este aspecto. Henry Sibson, en su paso por Francia en 1820, pidió trabajo y le enviaron a trabajar en las obras de Notre Dame de París. Tenía, en principio, encomendado esculpir parte de la decoración de las ventanas, pero, después, debido a varios malentendidos, se le destinó a tallar las figuras más grandes. Allí conoció a una partida de escultores implicados en diversas tareas. Trabó amistad con un tal monsieur Trajin, un supervisor, un hombre empleado en una de sus cuadrillas, conocido por todos por su apelativo, «monsieur le Bossu» (el jorobado), que es como él lo consigna. «Era un tallador del escultor del gobierno, cuyo nombre he olvidado, ya que no tenía relación con él, todo lo que sé es que era jorobado y no le gustaba mezclarse con los otros talladores», comenta.
La descripción que hace de este imaginero es elocuente: es un individuo taciturno, con una evidente corcova, callado, que apenas le gusta mezclarse con los demás y que tiende a sus tareas y permanecer en silencio. Esta descripción no pasó desapercibida para Adrian Glew, que, enseguida, buscó más información y descubrió que Sibson volvería a coincidir con Trajin, con el que debió trabar cierta relación, y «Le Bossu» en un proyecto a las afueras de la ciudad, exactamente en Dreux. Justo en ese lugar y en esas mismas fechas Victor Hugo estaba con su novia. ¿Habría visto entonces el escritor reparado en un hombre de estas características físicas? Es posible que lo viera en esta localidad, pero, probablemente, ya se habían cruzado con anterioridad.
Adrian Glew averiguó que el novelista estaba al tanto de las reformas de la catedral desde el principio (es probable que las viera muy de cerca, porque era uno de sus impulsores), pero, sobre todo, había un dato que le convenció de que pudiera haber coincidido en persona en París. Lo primero que hizo fue encontrar documentación. Los especialistas le corroboraron que las cuadrillas que se habían contratado para esculpir las nuevas figuras para Notre Dame vivían en el mismo distrito que Victor Hugo, de hecho, en una vivienda cercana a la suya. Y, por si no era poco, un almanaque de esas fechas da la relación de los distintos profesionales para sacar adelante el proyecto de restauración de Notre Dame. Ahí figura el nombre de Trajin. Y las fechas coinciden: Victor Hugo escribió el manuscrito de su obra entre 1828 y 1831, justo el mismo periodo en que estos empleador estaban encargados de las obras. Pero si existe otro dato, como señala el mismo Adrian Glew, que apuntala esta teoría, como recogió en su momento Reuters. En una de las primeras redacciones que se conservan de su libro más famoso, «Los miserables», aparece un nombre «Trajean», que conserva evidente similitudes con el capataz Trajin. Cuando se publicó esta novela, este apellido se había transformado en Jean Valjean»

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